atentado

Posesión bajo fuego

Ilusiones y pánico marcaron el comienzo de la era Uribe. Semana revela los verdaderos planes que tenía la guerrilla para ese día.

11 de diciembre de 1980

Andres Pastrana acababa de agasajar con un almuerzo a todo su gabinete, que se encontraba en ese momento tomándose un tinto en uno de los pasillos del Palacio de Nariño, cuando escucharon un totazo que los dejó a todos fríos. Algunos creyeron que era la Guardia Presidencial recibiendo con un cañonazo al recién posesionado Alvaro Uribe pero otros, menos ingenuos, aclararon que se trataba del estallido de una bomba de poca intensidad.

Minutos antes el presidente Pastrana había salido hacia su oficina y los generales se habían desplazado hacia el Congreso para alertar al nuevo mandatario sobre la posibilidad de que fuera a suceder algo grave en Palacio.

Miembros de la Fuerza Pública corrían por los alrededores de las carreras sexta, séptima y octava en el centro de Bogotá. Por los pasillos de Palacio la confusión era total. Finalmente Pastrana, que permaneció siempre en su oficina blindada acompañado de cuatro asesores, dio la orden de llevar a los ministros y a sus parejas al teatro del Palacio, el lugar más seguro del recinto por estar ubicado en el sótano. Allí permanecieron hasta que llegó el general Jorge Enrique Mora, comandante del Ejército, y les dijo que la situación estaba controlada. Pero nadie se tranquilizó.

Al presidente Pastrana el ataque no lo tomó por sorpresa. Una hora antes de que la granada impactara la cornisa de la oficina que ocupó durante tres años Camilo Gómez se reunieron en la residencia presidencial los generales del Ejército Freddy Padilla y Mora, el comandante de la Policía de Bogotá, Héctor Darío Castro, y el general Luis Ernesto Gilibert, director de la Policía Nacional, a analizar el ataque a la Escuela Militar de Cadetes realizado por las Farc a las 11 y 30 de esa mañana.

Desde hacía tres meses el DAS sabía que las Farc atentarían contra el Palacio de Nariño y por eso habían extremado el dispositivo de seguridad sobre el centro de la ciudad. Unos 20.000 hombres y mujeres de la Fuerza Pública, entre policías, soldados y detectives, vigilaban Bogotá. Los vuelos comerciales habían sido suspendidos y tres aviones del servicio de aduanas de Estados Unidos especializados en detectar todo tipo de aeronaves supervisaban el espacio aéreo.

Los servicios de seguridad del Estado fallaron, sin embargo, en su análisis del alcance de la tecnología militar con que contaban las Farc. Calculaban que la guerrilla atacaría con carros bomba, petardos, cilindros o inclusive con mortero como los que en efecto utilizaron, sólo que no imaginaron que podrían tener tanto alcance. "No se tenía conocimiento de que tuvieran tecnología para lanzar esto a tres kilómetros. Era la primera vez que la utilizaban", afirma el general Castro.

Al medio día, dos minutos y 50 segundos después de que cayeran los primeros morteros en los barrios aledaños a la Escuela Militar, una patrulla de Policía avisó al general Castro que habían localizado una casa en la calle 99A con carrera 57, en el barrio Pontevedra, al noroccidente de Bogotá, desde donde se lanzaron las granadas. Los gases que salían del patio de la casa alertaron a los cuatro policías, que salvaron a toda la ciudad de una tragedia mucho mayor. Ellos entraron con máscaras de gas a la casa y hallaron en el patio descubierto 102 proyectiles recostados sobre unas plataformas de hierro que eran activadas a control remoto con un sistema electrónico, que posiblemente también falló.

Mientras los agentes se disponían a desactivar los morteros recibieron el reporte sobre una pareja que a unos 300 metros de allí emprendió la huida en una moto de alto cilindraje. Los terroristas sólo lograron activar 10 morteros. Les quedaron otros 92, dispuestos en tal forma que unos apuntaban hacia el Cantón Norte, otros hacia la Floresta y otros a la Escuela Militar. "Hubiera sido una lluvia de bombas sobre Bogotá, afirma Castro. Esta patrulla evitó una desgracia".

Conscientes ya de que las Farc tendrían capacidad para atacar desde una distancia tan grande los generales decidieron en ese miniconsejo de las 2 de la tarde reforzar la seguridad de la Casa de Nariño. Ya no les quedaba duda de que ese sería el próximo objetivo.

Un desertor de las Farc que se había acogido al programa de protección de testigos hacía tres meses había informado al DAS sobre los planes terroristas que tramaban contra la residencia del Presidente. Según reportaron las autoridades el joven de 20 años informó que hacía tres meses un grupo de 25 guerrilleros de los frentes 27 y 40, del que él formaba parte, llegó a Bogotá desde la antigua zona de distensión para planear los atentados que fueron concebidos por el 'Mono Jojoy' y 'Romaña'. Con base en la información aportada por el desertor, el coronel Germán Jaramillo alertó al país sobre la inminencia de este atentado que, como otras tantas tragedias en Colombia, también fue anunciado. Sin embargo, y pese a que él contaba con la información más privilegiada sobre el plan terrorista, Jaramillo viajó a ocupar el cargo de agregado de Policía en España un día antes del 7 de agosto.

Con estos antecedentes y conociendo el alcance de las nuevos morteros que utilizarían las Farc, los generales pensaron que cualquier ataque sobre el Palacio vendría desde la parte alta de la ciudad. Trasladaron entonces a 450 agentes con binóculos a Egipto, La Candelaria y a la Circunvalar y reforzaron la vigilancia con patrullas motorizadas.

Cuando la primer granada -que explotó en frente de Medicina Legal-fue lanzada contra Palacio uno de los aviones de inteligencia de Estados Unidos envió al comando de la Policía una señal de alarma en la que localizaba el sitio exacto de la casa en el barrio Santa Isabel. Uno de los agentes que vigilaba el barrio Egipto también divisó con sus binóculos el humo que salía de esta casa, ubicada en la carrera 30 con tercera. Y varios vecinos alertaron a la Policía sobre el estruendo que acababan de escuchar. Dos minutos después un teniente reportó al general Castro que a unos 80 metros de allí acababa de capturar a un hombre que tenía en su poder un radio de antena grande y un celular.

Según el teniente, el hombre intentó manipular el radio y al preguntarle por el aparato dijo que alguien que pasaba por allí se lo había entregado para que lo arreglara. Posteriormente se descubrió que la frecuencia de ese radio coincidía con la del detonador de los morteros.

El detenido, Jhony Triviño Vargas, vivía a cuadra y media de la casa donde encontraron las plataformas de lanzamiento, en una pieza que, según Castro, el sindicado alquiló hacía 25 días. Las sospechas de que este hombre formaba parte del grupo que había atacado la Escuela Militar fueron confirmadas cuando descubrieron que al alquilar la habitación había dado como referencia el mismo celular que había dejado la arrendataria de la casa de Pontevedra al celador de la cuadra para que le avisara si algo raro sucedía cuando ella estuviera ausente.

La Policía también descubrió que Triviño, un hombre de 29 años con cédula de El Castillo (Meta), tenía el pelo teñido de color rojizo oscuro que ahora lucía peinado hacia adelante mientras que en una fotografía más antigua que encontraron en su billetera lo usaba hacia atrás. También le encontraron en el cuerpo cicatrices causadas por esquirlas de granada. Y como si necesitaran más pruebas -dice Castro- cuando lo trasladaron a Pontevedra los vecinos de la casa donde se planeó el otro operativo lo identificaron como el hombre que entraba con frecuencia a este lugar con un equipo de soldadura.

Justo en el momento en que capturaban a Triviño explotaron en El Cartucho el segundo y el tercer proyectiles que mataron a 14 personas que se encontraban en una casa de hojalata. Luego explotaron otros cinco: uno en el parqueadero de Palacio, otro cerca del Batallón Guardia Presidencial, otro más al lado del Museo Arqueológico, y otros dos en la calle 7 con carrera 15 y en la sexta con carrera 17. El último cayó junto al Banco de Bogotá en la Caracas con octava, pero no estalló (ver infografía en las páginas 26 y 27).

De no haber sido capturado Triviño con el control que activaba las plataformas el general Castro calcula que las 90 granadas que no se dispararon -dada la forma como estaban orientadas- hubieran causado daño desde la Avenida Caracas hasta la carrera quinta entre las calles décima y sexta. Y a juzgar por las muertes que causaron, el número de víctimas mortales habría superado con creces el centenar si hubieran logrado activar todas las que tenían listas.

La estrategia

Como en otras ocasiones, las Farc no se han atribuido el atentado pero tampoco han desmentido las sindicaciones que se les han hecho. Sin embargo para las autoridades no cabe duda de que fueron las autoras. La procedencia del capturado, oriundo de un municipio con influencia de las Farc; la tecnología de los morteros, de hechura artesanal, que según un experto británico es la misma utilizada por el IRA; la información del desertor y la advertencia que hace un año hizo 'Jojoy' de que llegarían a la ciudad les permiten asegurar que la mano de las Farc está detrás de este acto criminal.

"Las Farc no se lo han atribuido porque fue un fracaso", afirma Castro. Considera que el hecho de que apenas hubieran logrado activar un 10 por ciento de los morteros que tenían -operación que calcula les debió costar unos 400 millones de pesos- y que el efecto de la operación haya sido el asesinato de 20 personas, la mayoría de ellas en la miseria más absoluta, llevaría al grupo guerrillero a no reivindicar el operativo.

Otros analistas disienten. Creen que las Farc consiguieron el impacto político que buscaban. Lograron burlar los extremos esquemas de seguridad y atacar el símbolo del poder político a plena luz del día, creando en la ciudadanía una sensación de impotencia en el mismo instante en que se posesionaba el hombre que les prometió a los colombianos recuperar la autoridad del Estado.

Lo que sí es claro es que el ataque refleja las inmensas dificultades que tiene el gobierno colombiano -como cualquier Estado, en realidad- de controlar el terrorismo. Sobre todo la debilidad de los organismos de inteligencia, que no anticiparon la capacidad de la guerrilla para usar estos morteros. Más aún cuando el M-19 lanzó hace 20 años uno de fabricación industrial con el doble de alcance contra el mismo Palacio de Nariño para despedir al presidente Turbay Ayala.

El ataque también desenterró la negligencia del Estado y de la sociedad, que permitieron durante años la consolidación del máximo ejemplo de miseria humana que es El Cartucho y que pese a los esfuerzos de las últimas dos alcaldías no se ha podido transformar por completo.

En lo que atañe a las Farc, la guerrilla mostró una vez más su increíble irresponsabilidad. Al dirigir armas hechizas con un amplio margen de error , pues fueron lanzadas indiscriminadamente y a más de dos kilómetros de distancia en una zona donde era inevitable que cayeran civiles inocentes, incluidos niños como los tres que perdieron la vida, desplegó nuevamente su absoluta indiferencia criminal por las vidas de los colombianos.

Con este acto demencial las Farc estrenaron la que seguramente será su nueva estrategia de guerra: golpear el poder central del Estado en las ciudades.

El cambio en la ecuación militar por el fortalecimiento que tuvieron las Fuerzas Militares durante los últimos cuatro años, la derrota política de las Farc y su desposicionamiento internacional han llevado a la guerrilla a ensayar tres estrategias de guerra tras la ruptura de los diálogos. Primero ensayaron el terrorismo económico, que sostuvieron hasta comienzos de abril volando puentes y torres. Después se dieron cuenta de que podían surtir un efecto político mayor y menos costoso amenazando a los alcaldes del país. Esta estrategia, barata pues basta un fax, y eficaz, por el terror que provoca, se desgastó porque sólo tenían la capacidad para hacer renunciar a los alcaldes de los municipios pequeños que en todo caso ya controlaban.

El ataque del 7 de agosto podría indicar que ahora las Farc realizarán operativos contra representantes del Estado central que implican un mínimo riesgo para los guerrilleros y que tendrían un efecto político máximo con menos daño sobre la población civil (suponiendo que sus armas atinaran). Esa estrategia la complementarían con el secuestro de personalidades para insistir en el canje.

Pese a que las autoridades creen que la guerrilla carece de la capacidad suficiente para repetir otro ataque de esta magnitud en el corto plazo -por los costos y la preparación que implica- lo cierto es que el país ya quedó advertido sobre esta nueva modalidad terrorista de realizar ataques a gran distancia planeados por comandos guerrilleros especializados en explosivos.

De ahí el desafío que tiene Uribe de mejorar la capacidad de inteligencia del Estado. La ciudadanía también tiene que estar alerta hoy más que nunca para denunciar cualquier movimiento extraño en su barrio.

Porque este ataque desesperado parece indicar que las Farc ya no sienten que tienen el tiempo de su lado. La reciente autorización del gobierno de Estados Unidos para usar los equipos del Plan Colombia en operaciones contrainsurgentes y las medidas de seguridad que el Presidente ha anunciado obligan a las Farc a jugársela militarmente con todo lo que tienen para generar una crisis total del Estado o para fortalecer su posición en una eventual negociación con Uribe que empezaría más temprano que tarde. Este podría ser el único elemento esperanzador de este acto terrorista.