PORTADA

"Preferiría no reelegirme"

Al cumplir seis meses de gobierno, el presidente Juan Manuel Santos se confiesa con Semana.

12 de febrero de 2011
Nadie en este Gobierno está autorizado a hablar con las FARC.

SEMANA: Usted siempre quiso ser presidente. Ahora que llegó al poder, ¿qué siente?

JUAN MANUEL SANTOS: Una sensación de gran satisfacción, pero de inmenso desafío y de responsabilidad. Tengo sentimientos encontrados. Ya no puedo mirar para arriba y delegar la responsabilidad al presidente cuando hay algo muy difícil, que es lo que pueden hacer los ministros. Aquí está uno solo y, de cierta forma, refleja lo que se dice sobre la soledad del poder. Uno tiene que tomar decisiones que nadie más puede tomar.

SEMANA: ¿Ha encontrado algo muy distinto a lo que esperaba, algo que lo haya sorprendido?

J.M.S.: La verdad, no. Yo he estado cerca de la Presidencia mucho tiempo y conozco bien cómo funciona. La he estudiado mucho y hasta ahora no he tenido mayores sorpresas.
 
SEMANA: Usted llegó a la Presidencia con la bandera de la Unidad Nacional, pero ya se empiezan a ver tensiones entre dos bloques. Por un lado, los conservadores y La U y, por otro, el Partido Liberal y Cambio Radical. ¿Cómo ve esa tensión?
 
J.M.S.: No sé hasta qué punto eso sea así. Para las elecciones de octubre ya se están viendo coaliciones de todo tipo. Hay algunas diferencias que han separado a los partidos en grupos como los que ustedes mencionan, pero hay temas en los que se agrupan de otra forma. Lo que hay que ver con realismo es que mantener la Unidad es un ejercicio complejo. Espero poderla mantener para aprobar en el Congreso las reformas más importantes. El país lo necesita.

SEMANA: ¿Hasta dónde puede llegar la alianza con el Partido Liberal? ¿Podría haber un ministro de ese partido?

J.M.S.: No tendría ningún problema. El Partido Liberal ha apoyado al gobierno y me siento muy cómodo con ese apoyo.

SEMANA: ¿Cómo ve las posibilidades de que se unan el Partido Liberal y Cambio Radical?

J.M.S.: Es un problema de ellos.

SEMANA: ¿Le va a ayudar al Partido de la U en las próximas elecciones?

J.M.S.: No me voy a meter, por supuesto. No puedo intervenir en política, ni creo que eso sea lo que conviene. Lo que me interesa es que escojan buenos gobernantes, porque en la frágil gobernabilidad regional está buena parte de nuestros problemas.

SEMANA: Se habla de un malestar suyo con el expresidente Uribe. ¿Cómo fue la reunión en la que, según dicen, usted le criticó esos talleres democráticos?

J.M.S.: El expresidente Uribe y yo tenemos las mejores relaciones. Se han inventado todo tipo de rumores, pero él y yo estamos de acuerdo en no pararle bolas a la chismografía. No tengo sino respeto y admiración por el expresidente.

SEMANA: ¿Pero le gustan los talleres democráticos que está adelantando Uribe?

J.M.S.:
No me incomodan en lo más mínimo. Es más, me gustaría enviar a alguien para tomar nota porque me parece una excelente fuente de información sobre lo que piensa la gente en las regiones.

SEMANA: Pero en la luna de miel que hasta ahora tiene usted con los columnistas llama la atención que los que más lo critican son uribistas purasangre como Fernando Londoño, José Obdulio y Ernesto Yamhure…

J.M.S.:
Les diría a esos sectores que se sienten viudos del poder que no se preocupen, que le estoy cuidando los tres huevitos al expresidente Uribe.

SEMANA: Usted dice que hay continuidad con cambio de estilo. Sin embargo, el viraje en la política exterior, la reducción de gabelas a los empresarios, la ley de víctimas y de tierras son cambios de fondo, y el uribismo no los ve con buenos ojos.

J.M.S.: No son diferencias tan de fondo. Quitarle ciertas gabelas al sector privado no me hace enemigo de la inversión. El propio sector privado ofreció que acabáramos las exenciones tributarias por inversiones en activos fijos. En el caso de Venezuela, era indispensable acercar a los dos países, porque los pueblos están por encima de los gobernantes. Estábamos en el peor de todos los mundos: no había diálogo, no había relaciones diplomáticas, no había comercio, no pagaban las deudas y hasta sonaban tambores de guerra. Esa situación era inaguantable.

SEMANA: Pero Venezuela no ha pagado todas las deudas que les debe a los empresarios colombianos…

J.M.S.: Es cierto. Pero ha pagado bastante, un poco más de 300 millones de dólares. La semana entrante va el ministro de Comercio, con la canciller, a verificar el tema de los pagos y a cuantificar los posibles problemas de facturaciones ficticias con las que se beneficiaban empresarios colombianos y venezolanos.

SEMANA: ¿Mantiene la frase de que Chávez es su 'nuevo mejor amigo', ¿confía en él?

J.M.S.:
Eso fue una hipérbole, un recurso para expresar que nos necesitamos y que nuestros pueblos nos necesitan. Tenemos diferencias muy profundas, pero nos las respetamos y hemos venido construyendo confianza. Hasta ahora, tengo que decir que el presidente Chávez ha cumplido, y me siento muy satisfecho.

SEMANA: Estos logros con Venezuela, los nuevos lazos con Brasil, el acercamiento a Suramérica, el apoyo a Bolivia con lo de la hoja de coca, ¿pueden tener un costo en la relación con Estados Unidos?

J.M.S.: Eso lo dicen algunos macartistas que no entienden a Estados Unidos. Los norteamericanos, de ambos partidos, me han manifestado que están muy contentos con esa política. Para ellos es mejor tener una región en paz que una situación con países que se muestran los dientes y dispuestos a ir a la guerra.

SEMANA: Pero es claro que hay un cambio de prioridades, y América Latina pesa más ahora…

J.M.S.:
Es que no son excluyentes. Yo soy pro estadounidense. Me eduqué en Estados Unidos. Los conozco como la palma de mi mano, y me gustaría tener las mejores relaciones con Estados Unidos. Pero es evidente que debemos diversificar nuestra dependencia.

SEMANA: ¿No cree que los gobernantes colombianos han tenido una actitud excesivamente servil con Estados Unidos, como quedó en evidencia con los memos de WikiLeaks?

J.M.S.: Le dije al presidente Obama que queríamos una relación de tú a tú. No queremos la relación de un país que va todos los años a pasar el sombrero para pedir ayuda, sino la de un socio estratégico para temas como la lucha contra las drogas, el medio ambiente, la infraestructura, la energía, etcétera.

SEMANA: ¿Cree que Washington nos ha tratado de manera justa, cuando ni siquiera han aprobado el TLC?

J.M.S.: Habrían podido tratarnos mejor. Para ellos, el Plan Colombia ha sido una historia de éxito. Pero lo del TLC es doloroso. Yo entiendo las explicaciones que tienen que ver con los problemas políticos internos, pero a la mayoría de la gente se le está agotando la paciencia. SEMANA: ¿Qué significa eso?

SEMANA: ¿Qué significa eso?
 
J.M.S.: Que si el TLC no se aprueba este año, no seguiremos insistiendo.

SEMANA: ¿Y cuál sería la alternativa?

J.M.S.: Buscar otros mercados. Hay vida sin ese TLC. Aunque soy relativamente optimista sobre la aprobación del tratado. Los congresistas más importantes de los dos partidos ahora están a favor. Incluso algunos que eran enemigos acérrimos, como Sander Levin y Jim McGovern, ya no se oponen. Paradójicamente, el problema ahora está en la Casa Blanca, que tiene dividido su corazón.

SEMANA: El representante comercial de Estados Unidos, Ron Kirk, dio a entender que su país quiere cambiar el texto del TLC. ¿Colombia está dispuesta a una renegociación?

J.M.S.: Para nada. El Tratado está firmado y aprobado por nuestro Congreso. Está cerrado con candado. No hay posibilidades de renegociar.

SEMANA: A propósito del tema comercial, está a punto de firmarse un acuerdo con Corea del Sur, y hay sectores, como el automotor, que están muy nerviosos. ¿Qué les dice a los sectores afectados por las firmas de los TLC?

J.M.S.: En todos los tratados de libre comercio hay ganadores y perdedores. A esos sectores les pediría realismo. Ya el comercio está liberado, para la mayoría de ellos, en los tratados firmados con Canadá, Suiza, Brasil y México. Al país van a llegar vehículos sin aranceles de todos esos países. El sector automotor, como muchos otros, ya está liberado, y ahora el punto es cómo se adapta a esa realidad.

SEMANA: ¿No le preocupa la creciente molestia de los empresarios con las reducciones de los incentivos tributarios?

J.M.S.: Ellos saben que eran incentivos temporales.

SEMANA: ¿Qué van a hacer con las más de cien empresas que están esperando entrar en los contratos de estabilidad jurídica? ¿Se acabó esa gabela o va a seguir?

J.M.S.: No se acabará, pero vamos a ser mucho más exigentes.

SEMANA: ¿Por qué decidió subir el salario mínimo? ¿No fue una medida antitécnica?

J.M.S.:
Para nada antitécnica, lo decidimos con el ministro de Hacienda y el director de Planeación sobre la base de un resultado sorprendente de la inflación. Creo que fue lo justo.

SEMANA: Una de las grandes preocupaciones del país es la falta de institucionalidad para vigilar el boom minero. Ya renunció el director de Ingeominas y dijo que necesita multiplicar por diez el presupuesto de esa entidad. ¿Qué piensa hacer al respecto?

J.M.S.:
Con las facultades extraordinarias vamos a crear la Agencia Nacional de Minería. Con esa medida esperamos resolver esa legítima preocupación.

SEMANA: ¿No cree que haber introducido el artículo de la edad de jubilación en el plan de desarrollo fue un error?

J.M.S.: La intención fue poner a discutir al país sobre este tema y se logró.

SEMANA: ¿Sigue en pie la invitación a Baltasar Garzón para que asesore al gobierno en materia de derechos humanos?

J.M.S.: Sí, estamos en ello.

SEMANA: El apoyo de Colombia a Bolivia en su reclamo de que se le permita el cultivo de coca para masticar, ¿significa un cambio en la política?

J.M.S.:
Estoy abierto a que discutamos nuevas alternativas, pero el cambio no lo podemos hacer solos. Y no tenemos otra alternativa distinta a combatir toda la cadena del narcotráfico. La posición de acompañar a Bolivia la hicimos porque así lo establece la Constitución: respetar en las etnias indígenas esa tradición.

SEMANA: En esa línea, ¿ha pensado en la despenalización de la droga?

J.M.S.:
Es una alternativa que podemos discutir. No estoy contra ninguna fórmula que sea efectiva. Y si el mundo decide legalizar y cree que así se reducen la violencia y la criminalidad, yo podría acompañar eso.

SEMANA: Pasando al tema de seguridad, se palpa un deterioro en el orden público por la acción de las bandas criminales (Bacrim). ¿Se agotó la política de seguridad democrática?

J.M.S.:
Todo lo contrario. Se mantiene y se fortalece cada vez más. Lo que pasa es que las circunstancias cambian. Las Bacrim son organizaciones estructuradas que se están consolidando en algunas regiones del país. Lo que había faltado era una coordinación de todo el Estado. En Córdoba, por ejemplo, a pesar de que es una región donde las Bacrim más operan y reclutan solo había un juez de conocimiento y muy pocos fiscales. Para combatir el crimen organizado necesitamos toda la fuerza del Estado, no solo la policial, sino la judicial. Estamos adaptando la política de seguridad a esta nueva realidad criminal.

SEMANA: ¿Lo que usted está diciendo es que el cuello de botella de la política de seguridad es la justicia?

J.M.S.: Uno de los eslabones más débiles de la cadena para combatir el crimen está en la justicia. Pero lo estamos corrigiendo.

SEMANA: ¿Se puede decir que las Bacrim son una expresión del fracaso de la desmovilización de los paramilitares del anterior gobierno?

J.M.S.:
No del fracaso, sino del coletazo.

SEMANA: Pero un 50 por ciento de las cabecillas de las nuevas bandas vienen de los grupos paramilitares…

J.M.S.: No sabemos qué porcentaje de los antiguos paramilitares que se desmovilizaron realmente están delinquiendo.

SEMANA: ¿Son tan peligrosas como Pablo Escobar y los carteles de la droga?

J.M.S.:
Son bastante poderosas, pero no son una amenaza para el Estado, sino para la sociedad. Hemos logrado buenos golpes, como el de alias 'Cuchillo', pero no basta con ir por la cabeza, hay que desmantelar toda la estructura criminal. Las mafias tienen una capacidad infinita de reproducir sus cabecillas.

SEMANA: ¿Es cierto, como dijo monseñor Vidal, que el gobierno está dispuesto a hablar con estos grupos?

J.M.S.: Estamos de acuerdo con su sometimiento a la justicia. Que se entreguen de acuerdo a las leyes vigentes, y si tienen información útil para la justicia que les permita recibir beneficios, perfecto. Pero en ningún caso va a haber negociación.

SEMANA: ¿Y en el caso de las Farc? ¿Es cierto que el vicepresidente ha tenido aproximaciones?

J.M.S.: Nadie en este gobierno está autorizado a hacer ningún tipo de contacto con las Farc. He sido muy claro. Tendrían que liberar a todos los secuestrados, renunciar al secuestro, darnos señales de que van a dejar el terrorismo y buscar un acuerdo de paz, para que nosotros empecemos a pensar en la posibilidad de un diálogo. Mientras tanto, los vamos a enfrentar con todo lo que tenemos a nuestro alcance.

SEMANA: Usted dijo alguna vez que aprobar una ley de víctimas habría justificado su paso por la Presidencia. ¿Mantiene esa convicción?

J.M.S.:
Sí. Les doy una gran importancia a las leyes de víctimas y de tierras. Este país tiene que cicatrizar sus heridas para pensar en el futuro y no quedarse anclado en el pasado. No podemos heredarles a las nuevas generaciones fenómenos como el de las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina. Estas dos leyes son claves para pasar esa dolorosa página de la historia de la violencia.

SEMANA: Esos dos proyectos se han convertido en la bandera de su gobierno, y ha sido bien recibida en varios sectores, incluida la comunidad internacional. Pero en la práctica tiene muchos problemas. Por ejemplo, ¿desde qué fecha se van a considerar las víctimas?

J.M.S.:
Esa discusión se está dando en el Congreso. La fecha es subjetiva, y hay argumentos muy fuertes para varias opciones. Yo no estoy amarrado a ninguna fecha, pero me parece bien la de 1991, que fue la adopción de la Constitución.

SEMANA: Otro tema muy polémico es cuánto le van a costar al Estado los millones de víctimas que ha tenido este país. ¿Hay plata para tanta gente? ¿Cuánto cuesta la ley de víctimas?

J.M.S.: Es difícil ponerle un número exacto. Lo que hay que entender es que la reparación no es solo monetaria, sino simbólica y moral. La reparación es un gesto que se hace para reconocer que la sociedad le ha hecho un daño a una víctima y que ahora quiere resarcirle, así sea parcialmente, ese daño. Lo importante es que las víctimas se sientan reconocidas y dignificadas.

SEMANA: Hay cuentas que llegan a 80 billones de pesos…

J.M.S.: Esa no es una cifra realista.

SEMANA:¿Y cómo evitar que se cuelen víctimas que en realidad no lo son?

J.M.S.: Vamos a poner todos los filtros, todas las medidas y toda la acción del Estado para evitar que eso suceda. Al que cojamos 'colado' le va a caer todo el peso de la ley.

SEMANA: Otro desafío enorme que tiene el gobierno es el de la restitución de las tierras. Y más allá de la buena voluntad del ministro de Agricultura y el director del Incoder, no se ve una institucionalidad adecuada para enfrentar a los enemigos de la ley. Que son muchos y muy poderosos…

J.M.S.: Estamos trabajando en eso desde el comienzo del gobierno. Tenemos unos planes de varias fases. En el plan de choque, por ejemplo, se planeaba entregar más de 360.000 hectáreas, y llevamos tres cuartas partes. Por otro lado, estamos fortaleciendo las instituciones, sobre todo en lo regional que es donde son más vulnerables. Y no descartamos crear alguna nueva institución que esté a la altura de este desafío.

SEMANA: ¿Y qué piensan hacer frente a los sectores que se oponen a que les quiten su tierra, legales e ilegales?

J.M.S.: Los dueños de tierras que tienen sus títulos legales pueden estar totalmente tranquilos. A ellos nadie los va a afectar. Pero quienes han adquirido ilegalmente sus tierras, o por medio de la violencia, pueden estar seguros de que sus predios tienen los días contados. Se los vamos a quitar para devolvérselos a los campesinos.

SEMANA: ¿Y qué va a pasar con los que han comprado tierras ilegales de buena fe?

J.M.S.: Se van a crear procedimientos para reconocer la buena fe. Hay zonas grises que tenemos que ir delimitando en la medida en que avanza el proceso.

SEMANA: ¿La meta siguen siendo dos millones de hectáreas?

J.M.S.: No tengo una meta precisa, pero si entregamos un millón y medio de hectáreas, yo quedaría satisfecho.

SEMANA: ¿Por qué se metió en este 'chicharrón' que tiene una salida difícil?

J.M.S.:
Porque creo que si somos medianamente exitosos en las leyes de tierras y de víctimas podemos lograr que este país cicatrice su pasado violento. Y que hagamos como los asiáticos, que dedican un 80 por ciento a pensar en el futuro y solo un 20 por ciento a pensar en el pasado.

SEMANA: ¿Hasta ahora cuál ha sido el mayor problema que se ha encontrado?

J.M.S.:
El invierno. No lo teníamos previsto y tiene una magnitud que no se ha entendido. Fue una sorpresa muy costosa que me descarriló durante un tiempo.

SEMANA: ¿Cómo se van a gastar los 16 billones de pesos del fondo para enfrentar el invierno? ¿Se hará todo por contrataciones directas?

J.M.S.: Depende de las obras. Si hay algo a lo que le he puesto atención es a darle confianza a la gente sobre el manejo de estos recursos. La presencia de Jorge Londoño y Luis Carlos Villegas, y del sector privado que tiene la mayoría en la junta, es una garantía. Transparencia Internacional, KPMG, Kroll, la Procuraduría y la Contraloría tienen amplios poderes.

SEMANA: ¿Por qué este país no ha podido hacer una buena infraestructura?

J.M.S.: Hay varias razones. Quizá la más importante es que no se planea a largo plazo. La mayoría de las obras se adjudican sin tener los diseños, la planeación, la estructura financiera, los estudios geológicos. Y, claro, vienen las demandas y los enredos jurídicos. Muchas obras se quedan en la mitad, o quedan mal hechas o terminan costando muchísimo más de lo previsto. Es increíble que no exista un inventario de proyectos ya estructurados. La gente quiere invertir, pero no hay dónde. Estamos dedicados a esa fase.

SEMANA: Hay muchas críticas del sector de la construcción sobre una parálisis, porque no arrancan los proyectos.

J.M.S.: Es que estamos ordenando la casa. Vamos a hacer las cosas bien, así se demore más. En la historia de la infraestructura colombiana ha reinado más la prisa que la seriedad. Y la seriedad toma un poco más de tiempo.

SEMANA: ¿No cree que en el tema de la contratación, como en otros temas, el sector privado ha capturado al Estado? O más bien, que el Estado no defiende el interés público?

J.M.S.:
Yo creo que es más una debilidad del sector público que un problema del sector privado. El Inco, entidad encargada de las concesiones, no tenía capacidad de negociación, débil desde el punto de vista técnico, que no tenía equilibrio frente a poderosos abogados del sector privado. Uno de mis propósitos es convertir al Inco en una especie de Banco de la República, con abogados de altura y bien pagados, y con ingenieros capaces de estructurar proyectos.

SEMANA: Con la venta del 10 por ciento de Ecopetrol, ¿se podrán hacer las grandes obras que necesita este país?

J.M.S.: Sí, es una plata muy grande. El ideal es entregar la mayor parte posible de obras en concesión al sector privado. Que el sector privado haga la obra, la financie, la sostenga y cobre un rendimiento.

SEMANA: ¿Con qué obras sueña?

J.M.S.:
Con las dobles calzadas en los ejes estratégicos, en duplicar los kilómetros que hay actualmente, en la carretera de la prosperidad por el Magdalena, en el ferrocarril del Carare, en hacer navegable y concesionar el río Magdalena. Uno de mis propósitos es dejarle a este país una infraestructura que le permita ser más competitivo.

SEMANA: ¿Cuándo va a haber ministro de Justicia?

J.M.S.: Cuando nos aprueben las facultades y terminemos el diseño de los ministerios. Espero que antes de agosto esté listo.

SEMANA:¿Algún nombre en la baraja?

J.M.S.: Sí, un par, pero no los voy a decir.

SEMANA: ¿Mantiene su propuesta de pasar la Fiscalía al Ejecutivo?

J.M.S.: He encontrado resistencia, incluso en el propio sector de la justicia y también en el Congreso. No estoy casado con esa tesis, ni voy a dar una batalla por ella.

SEMANA: ¿Van a ser suficientes cuatro años para hacer todo lo que quiere hacer?

J.M.S.: Rezo y trabajo intensamente todos los días para poder hacer todo en cuatro años.

SEMANA: ¿Quiere reelegirse?

J.M.S.: Preferiría no hacerlo.

SEMANA: Usted también es de la teoría de ministros de cuatro años?

J.M.S.: No. Soy de la teoría de mantener a los ministros mientras funcionan, y cambiarlos cuando no funcionan.

SEMANA: ¿Qué tan bueno es usted, realmente, para el póker?

J.M.S.:
Era muy bueno, pero hace mucho que no juego.

SEMANA: ¿Se parece el póker a la política?

J.M.S.: Muchísimo. A la vida. Para ser buen pokerista hay que conocer las reglas de juego, medir la capacidad de los rivales, conocerles sus fortalezas y debilidades, y hay que saber cuándo se mete uno en las peleas y cuándo no. Una regla de oro en el póker es: "Si en póker has de ganar, no te canses de pasar". Es decir, no se meta en peleas que va a perder.

SEMANA: ¿Y acaso usted no tiene demasiados frentes de batalla?

J.M.S.: Aspiro a que todos sean exitosos, pero si solamente la mitad de mi agenda es exitosa, me sentiría muy satisfecho.

SEMANA: ¿Cómo le gustaría ser recordado?

J.M.S.:
Como un presidente que hizo una diferencia para el futuro de este país.

SEMANA: Cuatro nombres: Franklin Delano Roosevelt, Ronald Reagan, López Pumarejo, Carlos Lleras. ¿Con cuál se identifica más?

J.M.S.: Me encanta cómo la historia juzgó a Roosevelt. No por haber ganado la guerra, sino por lo que hizo internamente en Estados Unidos. Reconstruir el país, sentar las bases para el progreso y ser un presidente muy justo.

SEMANA: ¿Por qué dicen que Roosevelt fue un traidor de su clase?

J.M.S.:
Porque viniendo de la élite sorprendió con sus políticas progresistas y de alto contenido social. La historia demostró que no traicionó a su clase, sino todo lo contrario: permitió que viviera en un país mucho más próspero y justo.

SEMANA:¿Usted piensa ser un traidor de su clase?

J.M.S.: Si es por las mismas razones, me sentiría honrado.