NACIÓN

Colombia: ¡una semana de infarto!

En cinco días el país del Sagrado Corazón pasa de un huracán y la incertidumbre del plebiscito a la euforia por la Selección Colombia y un histórico nobel de paz.

Rodrigo Urrego
7 de octubre de 2016

 “Nunca se pone más oscuro como cuando está a punto de amanecer”. Si el poeta costarricense Isaac Felipe Azofeifa viviera, habría comprobado cómo Colombia se aferraba a su optimista frase para volver a ver la luz después de una de las noches más oscuras. En sólo cinco días el país pasó de la incertidumbre a la euforia, de las caras de tragedia a la sonrisa.

Cinco días no aptos para cardíacos. Empezaron el 2 de octubre, señalado en el calendario como el que partiría la historia en dos. Unas elecciones definirían el fin de una guerra de medio siglo con las FARC.

La jornada, que prometía ser una fiesta patria, se empantanó desde el primer minuto. Como si se tratara de una señal de mal agüero, cuando el presidente Juan Manuel Santos dio apertura a las urnas, un aguacero se precipitó en el centro de Bogotá, justo en el momento en que el presidente depositó su voto. A mil kilómetros de distancia, el huracán Matthew amenazaba con llevarse por delante a La Guajira, Magdalena, Atlántico y Bolívar con su intimidante velocidad de 250 kilómetros por hora. Aracataca, en Magdalena, el pueblo del Nobel García Márquez, uno de los colombianos que más habían soñado con la paz, se convirtió en pueblo fantasma. Nadie salió a votar.

Pero el verdadero baldado de agua fría cayó horas después. Contra todo pronóstico, el acuerdo de paz con la guerrilla era rechazado. Se supo desde el boletín 8 de la Registraduría y se padeció durante los otros nueve. Las tarimas que se habían levantado para la celebración pronto se desmotaron. La noche del domingo 2 de octubre, por lo menos para seis millones de colombianos, parecía no tener un nuevo amanecer. De las campanas de la paz que se escuchaban en la mañana, volvía a soplar los vientos de la guerra.

El lunes, cuando no eran pocos los que preferían no abrir los ojos, era difícil imaginar que ese nuevo amanecer llegaría en cuestión de sólo 72 horas.

De la frustración del plebiscito a la esperanza de un diálogo nacional. El miércoles, el día más convulsionado de la política nacional en seis años, Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe volvían a hablar con la idea de llegar a un consenso. Nunca se había visto a más de un centenar de periodistas, a más de medio país, y a todos los funcionarios de la Casa de Nariño paralizados durante 4 horas y 51 minutos, pendientes si pestañear a que se abriera una puerta blanca. Se trataba del encuentro que no pudo cuadrar Mockus, ni Pepe Muijica, ni Koffi Annan, y quien sabe si pudiera lograrlo el papa Francisco. El frío apretón de manos  nunca hubiera llegado de haber ganado el Sí, paradójicamente el No fue el santo que logró el milagro.  

La luz de la esperanza de las antorchas y las velas de más de 30.000 jóvenes atravesó la carrera séptima hasta la Plaza de Bolívar, abarrotada hasta las cuatro esquinas. Si tras la marcha del silencio de Jorge Eliecer Gaitán se incendió el país hace más de medio siglo, la marcha del silencio de los jovenes universitarios encendió otra chispa, la que devolvió la ilusión, los deseos por despertarse temprano, las mariposas en el estómago, las ganas de vivir.  

El jueves, también en la noche, Colombia volvió emocionarse con una palabra de tres letras, como la paz: gol. Cuando parecía que el duelo contra Paraguay se sellaría con un tibio empate a cero, Edwin Cardona en el último minuto no sólo le dio el triunfo a la Selección Colombia en la caldera inexpugnable del Defensores del Chaco, donde nadie había ganado en la presente eliminatoria. Ese milagroso ‘globito‘ del jugador antioqueño, cuando el árbitro ya se llevaba el silbato a la boca, también provocó el abrazo de todos los colombianos, y es probable que los del Sí terminaran confundiéndose con los del No. Ese grito de gol, después de tanto sufrimiento, no salió de las gargantas, venía desde las entrañas.   

El viernes, a las 4:00 a. m., precisamente cuando más oscuro se ponía, llegó el amanecer. Colombia, el país donde varias generaciones aún no conocen lo que es vivir en paz, recibía uno de los mayores galardones de su historia. El premio Nobel de paz.  Le fue concedido al presidente Juan Manuel Santos, quien se lo cedió a todos los colombianos, a todas las víctimas. Los colombianos despertaban con la foto de Cardona en la tapa de los diarios, mientras una de las noticias que tal vez ningún periodista se imaginó cubrir, completaba dos horas de desarrollo. 

"Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro y mantuviera a los habitantes de (Colombia) en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad", bien podría resumir Gabriel García Márquez, el reportero, pero las palabras corresponden a Gabo, el Nobel de Literatura, para describir (Macondo) en las páginas de Cien años de Soledad.  

Entre la angustia y la incertidumbre, entre la luz y la sombra, de un plebiscito que dividió al país, a un gol y un Nobel que devolvieron la esperanza. Todo eso en cinco días. Colombia vivió una semana de infarto, solo posible en un país bañado por dos oceanos, en el país del Sagrado Corazón. Razón tenía Rafael Godoy en su célebre bambuco, "lo demás será bonito, pero el corazón no salta, como cuando a mi me cantan una canción colombiana...". Este 7 de octubre, si Silva y Villalba tuvieran fuerzas, estarían cantando hasta el cansancio, en  cualquier esquina de Ibagué, aquella estrofa que solían entonar con un aguardiente de caña en la mano, anís de las montañas, y junto a una muchacha aperladita y morena. "Ay qué orgulloso me siento de ser un buen colombiano". A la semana de infarto, aún le faltan 48 horas...