ANÁLISIS

Diálogos: el fin del fin… de la guerra

Estas son las seis razones por las cuales el proceso de paz, después de la firma del acuerdo sobre justicia, es irreversible y no tiene marcha atrás.

Rodrigo Pardo, director editorial de SEMANA
23 de septiembre de 2015
El presidente Santos y junto al presidente de Cuba Raúl Castro Rodrigo Londoño, alias "Timochenko". | Foto: EFE

El proceso de paz entre el Gobierno y las FARC es irreversible y no tiene marcha atrás. Esta afirmación se ha hecho antes, incluso en boca de observadores respetados como el expresidente del gobierno español Felipe González. Pero la firma del acuerdo sobre justicia transicional y restaurativa, el momento en el que se produjo y los símbolos que la acompañaron hacen casi segura esa interpretación.

En primer lugar, porque el tema de la justicia era el más difícil y el más decisivo. Es el que define, al fin y al cabo, las condiciones bajo las cuales los integrantes de la guerrilla cambiarán la lucha armada por una actividad política legal. Cómo serán juzgados por sus delitos. Las FARC aceptaron una fórmula de juicio y de castigo del régimen contra el cual se habían rebelado.

A cambio, el Estado aceptó cambiar la normatividad para que la justicia no solamente se cumpla mediante penas, sino también con verdad y reparación. Y se creará un sistema que será aplicableno sólo a la guerrilla, sino a todos los que han cometido crímenes en medio de la confrontación: miembros de las FARC y de la fuerza pública, y también no combatientes.

Lo cierto es que, más allá del debate interminable sobre si hay suficiente justicia o excesiva impunidad –para la guerrilla y para los miembros de la fuerza pública- con la firma que estamparon el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de las FARC, Timoleón Jiménez, se superó el obstáculo mayor. Quedan puntos pendientes, algunos importantes, pero ninguno de la misma complejidad. Acordado el Sistema Especial para la Paz, lo otro parece carpintería, con todo y que se ha reiterado una y otra vez que “nada está acordado hasta que todo está acordado”.

El segundo argumento que fortalece la idea de que el fin del conflicto es prácticamente un hecho es el anuncio –compartido por Santos y Timochenko- de que la negociación tiene un plazo: seis meses a partir del pacto sobre justicia se firmará el acuerdo final, y dos meses después se culminará la dejación de armas. Es decir, hay una meta temporal. Y de paso, sale de la controversia pública la idea de que los diálogos son eternos, están congelados, no son serios, etc. Los escépticos de las negociaciones venían pidiendo un cronograma. Y ya hay uno en el que las dos partes están comprometidas.

El tercer punto para concluir que no hay retorno es el encuentro entre Santos y Timochenko. A diferencia del intento fallido del Caguán –que se inició con la reunión entre Andrés Pastrana y Manuel Marulanda-, en el actual proceso de paz la foto de los máximos jefes estaba reservada y sólo podría jugarse, en consecuencia, en un momento decisivo.

El actual lo es porque se llegó a una convergencia sobre un tema central y porque el proceso necesitaba oxígeno después de la crisis de marzo. Ese estrechón de manos –un poco empujado por Raúl Castro- significa que hay voluntad política en las dos partes para culminar el proceso y que hay un compromiso al más alto nivel. Desaparecen fantasmas, por ejemplo, en el sentido de que hay sectores de las FARC que no acataban las decisiones de su delegación de paz, encabezada por Iván Márquez.

Un cuarto argumento se refiere a la dinámica del proceso en La Habana: los diálogos se destrabaron. Terminaron de superar la crisis que se había generado por la muerte de 11 militares en Cauca, por una parte. Pero, también, quedó claro que el cambio en las reglas de juego para la negociación, realizado por la Mesa, ha funcionado.

Se abrieron subcomisiones de trabajo: la de justicia, la de garantías futuras para miembros de las FARC y la de terminación del acuerdo y cese al fuego bilateral y definitivo. Esta apertura de nuevas instancias –paralelas a la mesa- permitió acelerar trámites y vincular a nuevos actores que les dieron aire a los diálogos. Y algunos de los temas que restan están en manos, también, de subcomisiones especializadas.

La quinta motivación que alimenta la hipótesis del no retorno es que a partir del acuerdo sobre la justicia las delegaciones de los dos lados de la mesa convergen en un punto: la defensa del proceso. En las declaraciones de Santos y de Timochenko, después de la ceremonia presidida por el presidente Raúl Castro en el Palacio de Convenciones de La Habana, no hubo agresiones, ni acusaciones, ni alusiones negativas de esas que, hasta el momento, habían sido tan frecuentes (desde la instalación de los diálogos en Oslo). Esto significa, nada más y nada menos, que un connato de lenguaje común empieza a reemplazar la peligrosa retórica propia de la “negociación en manos del conflicto”.

Finalmente, el gobierno del presidente Santos y las FARC asumieron un compromiso frente a la comumnidad internacional que les haría muy costoso echar para atrás. En la ceremonia de la firma estaban los países garantes y los acompañantes (Cuba, Noruega, Chile y Venezuela), pero también Estados Unidos (el enviado especial de Obama, Bernie Arnson ha estado muy activo) y representantes de Ecuador y Uruguay, que están acompañando la negociación en la subcomisión que trata los temas del fin del conflicto.

Para no hablar de la cita que incluyó el presidente colombiano en su discurso de La Habana, del papa Francisco. La comunidad internacional está más cercana al proceso hoy que hace tres años, y el compromiso del Gobierno y de la guerrilla frente a ella también ha aumentado. Y que la firma se haya hecho en vísperas de la Asamblea de la ONU, a la que viajó Santos de inmediato, insinúa que la presentación de este pacto será el eje de su discurso en ese organismo.

Faltan temas por definir, hay asuntos por pulir, el diablo está en los detalles, y nada está acordado hasta que todo está acordado. Pero después de la imagen simbólica de Santos y Timochenko dándose la mano luego de firmar un acuerdo sobre justicia, es muy difícil imaginar un escenario distinto al del final de la guerra.