POLÉMICA

¡Santos cielos!: el enfrentamiento entre el presidente y su antecesor

La guerra entre Santos y Uribe pasó de armas convencionales a bomba atómica. Sorprendió que el presidente bajara al ruedo.

14 de abril de 2012

Durante toda la guerra fría que ha tenido lugar entre el presidente Santos y el expresidente Uribe el primero se había caracterizado por su autocontrol. Cada vez que el exmandatario de la seguridad democrática tuiteaba un cañonazo contra su sucesor, Santos le hacía el quite como buen torero, esquivando la embestida con un pase lento, suave y elegante. Su estrategia consistía en presentarse siempre por encima de la pelea y, por el contrario, mostrando respeto frente a su contraparte. Su mantra era "yo no peleo con Uribe. Él pelea conmigo, no entiendo por qué. Yo por él no tengo sino admiración y agradecimiento".

Por lo anterior, llamó la atención una entrevista del presidente con la periodista colombiana Ángela Patricia Janiot, de CNN, en la cual Santos saltó al ruedo. Interrogado sobre las discrepancias entre ambos, Santos repitió su mantra puntualizando que "el nombramiento de los ministros Vargas Lleras, Juan Camilo Restrepo y Rafael Pardo fue la manzana de la discordia en el rompimiento". A esto le agregó la frase despectiva "los tweets de Uribe me tienen sin cuidado". Y finalmente remató con una afirmación bastante ofensiva: "Uribe es cosa del pasado".

No se sabe qué disparó la decisión del presidente para cambiar de tono en esa controversia. Probablemente pensó que llevaba 20 meses aguantando en silencio y que de nada había servido poner la otra mejilla. Pero es un hecho que llamar "cosa del pasado" a un expresidente batallador, con aspiraciones de tener vigencia política durante muchos años más, era un derechazo a la mandíbula. Las reacciones de Uribe no se hicieron esperar. Frenético y desaforado, mientras se transmitía la entrevista comenzó a enviarle tweets a la periodista confrontando cada respuesta de Santos. "Todo lo contrario de aquello que decía como ministro de Defensa y candidato"."Los elige un gobierno y una plataforma, la abandonan después de elegidos y sacan disculpas burocráticas". "Pero sí le importaba nuestro apoyo para ser elegido". "Legalización de drogas, burocratismo, inseguridad, laxitud con albergues terroristas, lo contrario de plataforma que lo eligió".

Se podía pensar que las frases despectivas de Santos habían encendido como un fósforo a su antecesor, pero que después de la tempestad vendría la calma. Nada de eso sucedió. Al día siguiente del incidente, Uribe siguió tuiteando con la misma intensidad y la misma agresividad que la noche anterior. Fuera de repetir los mismos argumentos, llamó, de frente, al presidente de la república "mentiroso", aclarando que jamás le recomendó un ministro. Esta última andanada era innecesaria, pues Santos nunca había dicho que le habían recomendado a alguien. Lo que había querido decir es que cada alcalde manda en su año.

 Después de este último cruce de espadas, quedó claro que lo que había sido una guerra fría se había convertido en una guerra a muerte frontal. Ya ni Santos ni Uribe pretendían lo contrario. La nueva actitud del presidente podría obedecer a que con la Cumbre de las Américas, con carátula de Time y con la sartén por el mango se siente sobrado. Él siente que, fuera de Uribe, todo le está funcionando. En otras palabras, se le colmó la copa y se le saltó la piedra.

En cuanto a Uribe, se podría decir que su conducta, que en los últimos meses había sido considerada poco presidencial, ahora solo podía ser descrita como exótica. Enviar tweets a cada respuesta del presidente de la república en una entrevista de televisión en directo suena casi delirante. El expresidente tiene que estar muy afectado por ver a sus más cercanos colaboradores judicializados y por la ingratitud que él registra frente a su gobierno, que fue el que sentó las bases de la Colombia de hoy. Pero aun así, es un poco anacrónico convertirse en el jefe de la oposición al actual gobierno.

Sin embargo, Uribe no es manco. Tiene popularidad, discurso, apoyo en la periferia y ganas de pelear. Por ahora se podría decir que, cuando se retiró de la presidencia, 80 por ciento de los colombianos sentían que el suyo había sido uno de los mejores gobiernos de la historia. Hoy esa cifra es de alrededor del 60 por ciento, lo que representa todavía un nivel de aprobación muy importante. Pero aún ese 60 por ciento que lo venera como el salvador del país, no aprueba su conducta como expresidente. Y él mismo no se ha dado cuenta de que se ha embarcado en una pelea de tigre contra burro amarrado: en la tradición colombiana, el que manda es el que reparte los puestos.