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Santos y Uribe, el otro proceso de paz

La reconciliación entre Santos y Uribe no parece posible. Las verdaderas razones nunca se han revelado.

25 de octubre de 2014
| Foto: Guillermo Torres

Primero tiene que haber paz en Bogotá para que haya paz en La Habana. Con esa frase en una entrevista con La W, Luis Alberto Moreno resumió lo que se había convertido en el tema de la semana: la invitación del presidente Santos a Álvaro Uribe a que se reúnan y fumen la pipa de la paz. Del tema se venía hablando desde hacía algunos días. Antanas Mockus y la Iglesia se habían ofrecido como intermediarios si la iniciativa funcionaba.

No funcionó. Uribe nunca contestó formalmente a la invitación que le hizo Santos pero sí denunció a través de Twitter los desplazamientos de nuevos comandantes guerrilleros a La Habana. Su guardia pretoriana –José Obdulio, Paloma Valencia, Alfredo Rangel y Pacho Santos– sí rechazó concretamente la mano tendida con el argumento de que había inamovibles de fondo, que no existía confianza y que diferencias tan grandes no se podían solucionar con “una sentada a tomar tinto en Palacio”.

A este mal ambiente se agregó el hecho de que el Centro Democrático salió con la denuncia de las 52 capitulaciones que Santos le habría hecho a las Farc y que obligó a Humberto de la Calle a dar respuesta oficial (ver siguiente artículo). Santos calificó ese memorial de agravios como “irracional”, a lo cual los uribistas respondieron, no solo con 16 capitulaciones adicionales, sino con el argumento de que no tenía sentido sentarse a dialogar con alguien que había tildado las opiniones de la contraparte de irracionales.

Finalmente lo que sucedió era lo que todo el mundo anticipaba. La iniciativa del presidente tenía pocas posibilidades de prosperar y seguramente él mismo lo sabía. En el fondo, detrás de la invitación había algo de estrategia mediática. Con los brazos abiertos, Santos quería quedar como un gobernante magnánimo y conciliador anticipando que Uribe con su NO contundente quedaba como un opositor intransigente y un enemigo de la paz.

Pero como sentarse a dialogar no entraña automáticamente tener que estar de acuerdo, sorprende que el rompimiento entre Santos y Uribe tenga que ser irreversible. El otro gran crítico de los diálogos en La Habana, el procurador Alejandro Ordóñez, en un encuentro de personeros en Valledupar, hizo unos planteamientos que dejaron la puerta abierta para una discusión razonable sobre sus diferencias con el gobierno. Concretamente mencionó tres condiciones para que el proceso de paz fuera viable. 1) Que la guerrilla se disuelva como aparato criminal tan pronto se firme el acuerdo. 2) Que acepten su condición de victimarios. 3) Que reparen a sus víctimas. El presidente Santos, sorprendido ante este pañuelo blanco, saltó entusiasmado a darle la bienvenida a esa posición. Le garantizó al procurador que si esas tres condiciones no se cumplían, él no firmaría el acuerdo de paz.

Lo anterior demuestra que aún con enormes diferencias de opinión, cuando hay buena voluntad y una actitud racional, se puede siempre sentarse a dialogar. El hecho de que con Uribe esto es imposible obedece a algo más que simples diferencias políticas. Siempre se ha dicho que el rompimiento entre los dos tuvo su origen en el malestar que le produjo a Uribe los nombramientos de Germán Vargas, Rafael Pardo y Juan Camilo Restrepo. Igualmente en la reconciliación tanto con Chávez como con Correa. Y finalmente con la revelación del proceso de paz en lugar de la política de seguridad democrática. Todo es verdad. Pero ese tipo de diferencias producen más oposición que odio. Y la razón por la cual Uribe no puede ver a Santos es porque entre los dos se ha generado resentimiento. Esto se debe a incidentes que han tenido lugar entre ambos y que para Uribe son mucho más graves que los puntos mencionados anteriormente.

A algunos de sus allegados, el expresidente les ha manifestado en privado que hay razones por las cuales su mala relación con Santos llegó a un punto de no retorno. Según su versión, en una oficina de la Dian donde normalmente solo cabrían seis personas, metieron a 18 con el único propósito de investigar a sus hijos. Agrega que cuando alguien hace eso el propósito no puede ser otro que el de meterlos a la cárcel. Teniendo en cuenta que sus hijos son personas honestas y que él considera que Santos tenía que estar enterado de esa persecución, el asunto no tiene arreglo.

SEMANA dialogó con fuentes de la Dian para oír la otra versión. Señalan que en la investigación a un sujeto dedicado al negocio de chatarra, que estaba haciendo fraude en las devoluciones del IVA, aparecieron algunas transacciones con los hijos del expresidente, Tomás y Jerónimo. Niegan categóricamente que se trató de una persecución con 18 personas dedicadas exclusivamente a ese caso. Aseguran que se desarrolló el trámite ordinario de citarlos para que justificaran esas operaciones. Demostraron rápidamente que eran inocentes, pues si bien habían tenido negocios con ese personaje las transacciones habían sido reales y no ficticias y por lo tanto no tenían nada que ver con el fraude fiscal que se estaba investigando. En la Dian son enfáticos en aclarar que ese tipo de investigaciones son comunes y no llegan a manos del presidente. Después de esto se cerró el expediente.

Para el expresidente Uribe hay otro episodio no menos grave que el anterior: el cambio de la terna de la Fiscalía. Como se recordará Uribe había enviado a la Corte Suprema de Justicia una terna integrada por Marco Antonio Velilla, Camilo Ospina y Virginia Uribe. La Corte le devolvió dos veces esa terna con el argumento de que no era viable. Uribe no aceptó este rechazo aduciendo que la devolución era inconstitucional, pues todos los ternados reunían los requisitos. Detrás de este pulso estaban las pésimas relaciones que existían entre la Corte Suprema y su gobierno por cuenta de múltiples enfrentamientos y un espionaje del DAS.

Al llegar Santos a la Casa de Nariño heredó esa situación. Consciente de que la Corte había rechazado esos tres nombres, y de que la Fiscalía estaba en interinidad desde hacía 18 meses por cuenta de ese pulso, consultó si él tenía la facultad de cambiarla. Eso lo hizo consultándolo con magistrados y el cambio le dio fin a ese impasse y fue nombrada Vivianne Morales. Santos en ese momento consideró que le estaba tendiendo puentes, no solo a la Corte, sino al propio Uribe pues la nueva fiscal había sido cercana a su gobierno. Sin embargo, fue entonces cuando comenzaron las investigaciones contra los funcionarios más allegados a él, empezando por los nombres de Andrés Felipe Arias, Bernardo Moreno y Luis Carlos Restrepo. Eventualmente esos procesos judiciales desembocaron en exilios o carcelazos de esos personajes y de muchos otros.

El expresidente responsabiliza a Santos de lo sucedido. Considera que el cambio de la terna inicial degeneró en una persecución de la Justicia en contra de todo lo que oliera a uribismo. El actual presidente obviamente ni buscaba ni anticipaba lo que acabó sucediendo, que no ha sido otra cosa que el desarrollo de las investigaciones judiciales. Pero en lo que sí tiene razón Uribe, es en que si se hubieran mantenido los tres nombres originales, ni Arias, ni Restrepo, ni Moreno, ni María del Pilar Hurtado ni muchos otros estarían judicializados. Marco Antonio Velilla era muy cercano a Fabio Valencia, Camilo Ospina era el secretario jurídico de la Presidencia y Virginia Uribe era la mano derecha de Andrés Uriel Gallego en Medellín. Con esos antecedentes era previsible que lo que la actual Justicia ha considerado una “empresa criminal” dirigida desde la Casa de Nariño, hubiera sido interpretado como parte del cumplimiento de las funciones de cada uno de ellos. Si eso hubiera sucedido, la cúpula del uribismo no estaría en la cárcel ni buscando escondederos a peso como prófugos de una Justicia que, no solo los uribistas sino muchos colombianos, consideran ha proferido en algunos casos fallos desproporcionados y discutibles.

Por todo lo anterior, el otro proceso de paz es difícil que se inicie. Falta casi todo el segundo gobierno de Santos y a la opinión pública le parece intolerable tres años y nueve meses más de esa guerra personal sin cuartel. Y lo que está sucediendo es que no solo no disminuye sino que se agudiza cada día más. Lo triste de todo esto es que lo que está siendo presentado ante la opinión pública como un caso de diferencias ideológicas y de principios es ante todo un caso de animadversión personal. La foto de Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe estrechándose la mano por lo pronto no se verá.