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La profesora que se ha dedicado a buscar a sus alumnos en Mocoa

Astrid Narváez es docente de preescolar, tiene 26 pequeños a su cargo, y tras la avalancha ha recorrido todos los lugares posibles para asegurarse de que estén bien. Esta es su historia.

12 de abril de 2017
| Foto: Archivo particular

En las horas posteriores a la avalancha que cambió la historia de Mocoa, la búsqueda de sobrevivientes se convirtió en la prioridad máxima. Cientos de rescatistas, policías y civiles intentaban hallar a seres queridos vivos o muertos, en el hospital o en el cementerio, y de ser necesario en otros municipios.

Este fue el caso de Astrid Narváez, quien se dedicó a buscar a sus 26 alumnos por cielo y tierra. Más que sus estudiantes, son como sus hijos.

Con lista en mano, Astrid le siguió el rastro a los niños, la mayoría de los cuales no tienen más de cinco años. Esa fue la tarea que le encomendaron a todos los profesores de la Institución Educativa Pio XII.

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Fácil no resultó. La búsqueda fue intensa y continuó durante varios días. Muchos lo perdieron todo y se encontraban en albergues con sus familias, otros con un poco más de suerte vivían en barrios que la avalancha no destruyó.

“Cuando los estaba buscando la mayoría me contestaron. Desafortunadamente tenía perdidos tres. Alguien me comentó que había visto a uno de ellos, que estaba muy bien en el barrio porque allá no había sucedido nada”, dijo Astrid, quien desde hace 20 años se dedica a educar.

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Cuando ya tenía noticia de 24 de sus pequeños, Astrid se dedicó a buscar a los otros dos. El primero fue Justin Eloy Merino Bravo, la profesora sabía que precisamente ocho días antes de la tragedia se había mudado al barrio San Miguel, uno de los que desapareció por la fuerza de la avalancha.

Astrid tocó todas las puertas. Fue a los albergues y miró en cada lista sin tener éxito. En el camino pidió ayuda a otras personas con la esperanza de que eso funcionara. “Alguien me dijo que del ICBF habían informado que salió del hospital, averiguamos pero no aparecía”. Cada minuto que pasaba era valioso para encontrarlo con vida.

Como ella no era la única que se había puesto en la tarea de seguir los rastros de los desaparecidos pidió más ayuda. Esta vez al mayordomo de la finca de su familia, quien encontró a sus familiares, pero él tampoco podía encontrar a Justin.

Las posibilidades se agotaban y Astrid supo que en el Hospital de San Blas había niños de Mocoa. Averiguó y encontró en las listas un nombre parecido: Justin Marino. Imaginó que en medio de la angustia el pequeño había dado su nombre mal, pero se trataba de otra persona.

Ya habían pasado seis días desde que inició su búsqueda y Astrid decidió volver a buscar en los albergues de Mocoa. Allí estaba Justin.

“El niño se alegró de verme, nos abrazamos, tampoco pude evitar las lágrimas de la felicidad de haberlo encontrado. Es muy triste saber que se quedaron sin nada. Ahora Justin tiene la mirada perdida, a pesar de ser un niño muy alegre y tener dibujada una sonrisa en la cara se lo ve triste, igual su madre y su hermanita”, cuenta Astrid con la voz entre cortada.

Ese sábado Astrid por fin tuvo noticias de casi todos sus niños. Pero falta una pequeña, su nombre es Wendy Xiomara. De ella lo único que sabe es lo que una madre de familia le contó. “La señora me dijo que ella sabía que la avalancha se había llevado a la niña con su mamá, que estaba embarazada, y con otra hermanita”, dice Astrid en medio de la angustia.

A pesar de lo que le dijeron, Astrid sigue buscando en todos los lugares, en el único que no ha podido es en el cementerio, porque como ella no es familiar no le dan razón.

La profesora espera que el 17 de abril, cuando van a iniciar de nuevo las clases, todos los niños vuelvan a llenar de alegría la escuela. Cuenta que lo primero que deberán hacer es catarsis, los pequeños a través del arte podrán contar lo que vivieron, sanarán así sea un poco.

Pero aunque guarda la esperanza intacta, Astrid sabe que no todos llegarán porque algunos papás se van a ir a otros lugares para reconstruir su vida, ya han llamado para pedir los documentos de los niños.

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“Yo antes era docente de bachillerato pero decidí licenciarme en preescolar, el trabajo con los niños es mucho más gratificante, uno se vuelve muy maternal con ellos y en el aprendizaje se ven los resultados", cuenta la profesora con orgullo. Ella no exagera cuando dice que son como sus hijos y que le preocupan todos: “Yo tengo un hijo de 26 años y tengo 26 niños más. Dios quiera que todos lleguen, que no me falte ninguno. Eso es lo que me tiene triste”.