Un campesino en armas
Manuel Marulanda Vélez, ‘Tirofijo’ causó muerte y destrucción por 60 años, pero nunca logró su objetivo de tomarse el poder.
Pedro Antonio Marín falleció, según el Ministro de Defensa, tras 60 años de huirle a la muerte, de eludir balas y bombazos, de haber sido enterrado y resucitado una y otra vez, de haberse convertido, gracias a su astucia y la incapacidad de las Fuerzas Armadas, en el guerrillero más viejo del mundo. Y habría muerto, paradójicamente, como su abuelo, un combatiente de la Guerra de los Mil Días, de viejo y de muerte natural.
Como todo en su vida, hasta la fecha de nacimiento fue un misterio. Al periodista y escritor Arturo Alape, en el libro Tirofijo, le confesó: “Yo nací, no sé cuándo propiamente la fecha, el mes sí lo sé, en mayo de 1930. En ese mes, yo nací”. Sin embargo, su padre, Pedro Pablo Marín Quiceno, afirmó que nació el 12 de mayo de 1932 en Génova (Quindío).
Su abuelo, Ángel Marín, como el resto de su familia, fue muy importante en sus primeros años. Era un antioqueño corpulento, simpático y amable, que le enseñó desde consignas de asalto hasta asestar un machetazo. Sus relatos le permitieron crear en su mente un imaginario negativo hacia el Partido Conservador y las estrategias de resistencia contra el agresor.
Tácticas que le ayudarían a encarar desde muy temprano la vida, que estaría signada por la violencia. No en vano, este buen estudiante de escuela, que sólo cursó hasta quinto de primaria por la pobreza de su familia, aprendió, a la par con los números y las letras, principios de esgrima y tiro al blanco, de la mano de sus tíos.
Apenas a los 13 años se fue de la casa a buscarse la vida, sin poder compartir mucho con su madre, Rosa Delia Marín, y sus hermanos, Rosa Helena, Jesús Antonio, Obdulia y Rosa María, que vivían en una finca de no más de 20 hectáreas cerca de Ceilán (Valle).
Salió tras una suma de dinero que le permitiera tener su casa, su finca y sus animales. Lo intentó de distintas maneras: fue expendedor de carne, panadero, vendedor de dulces, constructor, tendero y comerciante. “Cosas así que le daban a uno para pasar el día y sobrevivir, pero digamos no para conseguir un patrimonio estable, aunque uno fuera un muchacho con ideas de ganador”, le dijo a Alape.
Su vida daría un dramático giro a partir del 9 de abril de 1948, cuando se encendió la chispa de la violencia que él, con sus crecientes guerrilleros, ayudó a esparcir por todo el país. “Alzarse en armas era la única manera de sobrevivir”, admitiría. Se convirtió en guerrillero liberal, más por herencia que por convicción. “Toda la familia de nosotros era liberal y los que iban naciendo, pues también eran liberales, porque mi papá, mi mamá, mis tíos y una interminable cadena de la cual nadie escapa, era liberal. Era como un nudo de pura tradición. Era como la señal de la cruz que siempre se lleva en la frente. La familia de nosotros era gaitanista”.
Cuando los ‘pájaros’ y los ‘chulavitas’ llegaron a Ceilán, la familia Marín fue uno de los blancos de sus acciones y fueron acusados de ‘nueveabrileños’. Pedro Antonio se refugió de la arremetida en la finca de uno de sus tíos. Allí pasó seis meses, hasta cuando regresó a Génova, donde se dio a la tarea de armar una guerrilla con familiares y amigos, con la que comenzaron a atacar a los conservadores de la región.
Porque después de los hechos de Ceilán, ‘Tirofijo’ concluyó: “Ya ahí sí me puse a pensar distinto. Esta situación está muy complicada, parece que todo cambió. Entonces hay que buscar una solución. ¿A quién recurrimos? ¿Dónde están las armas? ¿Cómo se consiguen? El cuerpo ya no resiste más humillaciones, si seguimos así, si nos quedamos así, nos van a matar”.
En su lucha contra los ‘godos’, se alió con Jacobo Prías Álape, alias ‘Charronegro’; Jesús María Oviedo, ‘Mariachi’, e Isauro Yosa, alias ‘Lister’. Ese encuentro cambió la historia de Marín y del país, pues empezó a acercarse a las ideas marxistas-leninistas y a recibir entrenamiento militar, apoyado por el Partido Comunista. Cuando las amnistías de la dictadura llegaron, había dejado de ser un guerrillero liberal y estaba en camino de ser un revolucionario.
En 1953, gracias a la buena puntería, uno de sus compañeros le dijo: “Este es un verdadero tiro fijo”. Y así se quedó. Dos años después, por la molestia del apodo que no era bien visto en la organización, y por sugerencia de varios de sus compañeros, adoptó el nombre de ‘Manuel Marulanda Vélez’, en honor a un líder sindical comunista asesinado en Bogotá, en enero de 1951. Pero Pedro Antonio Marín siempre sería ‘Tirofijo’.
Así nació el mito popular y la leyenda. “Todo el mundo aseguraba haberlo visto aquí y allá al mismo tiempo; surgían relatos de combates inverosímiles del hombre solo contra batallones enteros, se componían canciones sobre su vida y se especulaba de pactos con el diablo. Incluso la prensa llegó a dar cuenta de su entierro, con fotos y todo, en 1951”, dice el historiador Orlando Villanueva, en su libro Guerrilleros y bandidos.
En 1960, se alió con Ciro Trujillo, quien comandaba una columna guerrillera en Riochiquito (Cauca) y se fue al mando de la Columna Sur del Tolima. ‘Tirofijo’ fundó una zona de resistencia campesina, que el entonces congresista Álvaro Gómez llamaría “Repúblicas independientes”.
El 27 de mayo de 1964 comenzó la Operación Marquetalia del presidente Guillermo León Valencia una semana antes, cuando había ordenado al Ejército recuperar para el Estado esa remota región ubicada entre el sur del Tolima y el norte del Huila. Ese sitio, que ni siquiera salía en los mapas de la época, era considerado el último reducto de La Violencia y del bandolerismo.
Según el mito, tan sólo un puñado de 48 combatientes, dirigidos por ‘Manuel Marulanda Vélez’, logró resistir a los bombardeos y al cerco militar. Esos serían para las Farc los indestructibles ‘héroes marquetalianos’. Y el 27 de mayo sería considerado el día del nacimiento de ese grupo guerrillero. Después, con 250 hombres, comenzó un plan de expansión del grupo armado que cobijó Huila, Caldas, el norte de Tolima y Marquetalia, luego entrarían a Caquetá, donde crearían uno de sus fortines.
Como lo advierte el historiador Gonzalo Sánchez, Marquetalia, además de ser un mito fundacional, trasciende en el tiempo en una guerrilla que no olvida los agravios cometidos desde más de 40 años. Un poco después de los bombardeos, Marulanda conoció a ‘Jacobo Arenas’, quien sería su amigo, confidente y orientador político. Los dos abrazaron definitivamente el marxismo y se lanzaron a la lucha por el poder.
Sin embargo, entre 1974 y 1982, el grupo tuvo un crecimiento lento que se centró en zonas campesinas distantes de los grandes centros urbanos.
El 27 de mayo de 1982, en la séptima conferencia, las Farc tomaron la decisión de pasar de ser una guerrilla móvil a un ejército popular, un grupo revolucionario. Crearon las bases de lo que sería su expansión y su fortalecimiento militar, al diseñar un plan estratégico donde se crearon 48 frentes en todo el territorio nacional. Y un plan internacional que buscaría, según el grupo, desenmascarar la política oficial de represión y violencia.
El 28 de mayo de 1984, ya 20 años después de Marquetalia, el presidente Belisario Betancur y ‘Manuel Marulanda’ firmaron el primer cese al fuego bilateral y la creación de la Unión Patriótica. Con estas discusiones, el país volvió a verle la cara a ‘Tirofijo’, en la famosa Casa Verde, y comprobó que el líder guerrillero no estaba muerto.
Pero este acercamiento hacia la paz fracasó. El viejo guerrillero continuó en las armas y el grupo se consolidó con una expansión de frentes guerrilleros con gran poder bélico, financiados con dineros del narcotráfico y del secuestro. Y en medio de esa irrupción de hombres, de cuadrillas, de bloques y de frentes, brotó la figura monolítica de ‘Tirofijo’ como padre fundador, aquel que orientaba la dirección del grupo y el que cohesionaba la lucha, el dueño de la última palabra.
Comenzaron los golpes militares de gran impacto, como la toma de Mitú, capital de Vaupés, en 1998; Patascoy y los ataques a Miraflores, en el Guaviare. Esta guerrilla sumó 400 soldados y policías secuestrados.
‘Marulanda’ esperaba que el Congreso aprobara una ley permanente de canje para que en el curso de la confrontación se pudieran intercambiar los prisioneros de lado y lado, lo que le implicaría al Estado poner en libertad a más de 400 guerrilleros presos. Él fue el artífice de este planteamiento que consistía en convertir en prisioneros de guerra a los combatientes retenidos en el conflicto y que hasta su muerte, sería su obsesión.
En las elecciones de 1998 reapareció el comandante guerrillero, más viejo, quien con su toalla en el hombro accedió a tomarse una foto con un reloj de la campaña conservadora al lado de Víctor G. Ricardo, un político conservador que fungió de enviado del entonces candidato Andrés Pastrana, y que después sería el alto comisionado para la Paz en el proceso de diálogo en la zona desmilitarizada que el gobierno les concedió a las Farc, y que tenía como epicentro San Vicente del Caguán, en Caquetá.
Después, como presidente electo, Andrés Pastrana viajó a entrevistarse con ‘Marulanda’. La imagen de un Presidente de Colombia caminando por una carretera destapada al lado del legendario guerrillero consiguió que el país empezara a vivir la ilusión de la paz que tres años más tarde se convertiría en frustración. Era la primera vez que un Jefe de Estado le otorgaba al jefe de las Farc un tratamiento como contraparte válida en una negociación, que entonces se veía como el único camino para apaciguar la tormenta de las tomas a poblaciones y los cilindros de gas que mataban a civiles y a militares por igual.
El 7 de enero de 1999 era la cita prevista para que Marulanda, de cara al país y al lado de Pastrana en un mismo escenario, diera rienda suelta a las conversaciones. Pero nunca llegó. Las Farc argumentaron razones de seguridad, pero con el tiempo se han conocido versiones que indican que ‘Tirofijo’ no llegó a la cita por considerar que su presencia allí enviaría el mensaje equivocado de que la paz estaba cerca. Sea cual fuere la razón, la famosa silla vacía fue un vaticinio de lo que vendría más adelante para el proceso. Un desplante de las Farc al país entero.
También causó curiosidad el discurso del abuelo guerrillero ese día –leído por Joaquín Gómez– en el que volvió a reclamar por las vacas, las gallinas y los marranos que, según él, el Estado les había arrebatado en Marquetalia y Casa Verde.
Aun así, las conversaciones siguieron y el Caguán se convirtió en el escenario más importante que han tenido las Farc en sus últimos años, y que quizá nunca más tendrán. Los 42.000 kilómetros, sin presencia de la Fuerza Pública fueron el escenario propicio para que el país se acercara a una guerrilla que, por la naturaleza de su clandestinidad, nunca había estado tan expuesta al escrutinio público.
En los primeros meses del proceso, Marulanda no aparecía con frecuencia en público. Pero con el paso de los meses y a medida que las Farc tomaron confianza con el control que ejercían en la zona y el proceso seguía su marcha, el rostro del viejo guerrillero se hizo familiar. En especial, a finales de 2000, cuando la voces de los familiares de los secuestrados se empezaron a oír con más fuerza y el llamado acuerdo humanitario se volvió protagonista del proceso.
Las Farc habían elaborado la estrategia del ‘canje’ como un paso más de su consolidación como ‘ejercito del pueblo’, una acción propuesta en la novena conferencia y con la que buscaban el reconocimiento como fuerza beligerante.
Marulanda le hizo saber al gobierno que de ese tema se encargaría él directamente. Asumió el mando de la negociación de ese acuerdo y en decenas de reuniones con el alto comisionado para la Paz, que para entonces ya era Camilo Gómez, accedió a firmar, el 2 de junio de 2001, el documento que sacó de las garras de la guerrilla a más de 250 soldados y policías, y obtuvo a cambio la libertad de 14 guerrilleros de las Farc que se encontraban presos.
El ‘Tirofijo’ que aparecía en el Caguán era un campesino con camisa de cuadros azules y blancos que siempre estaba acompañado de Sandra, su mujer, bastantes años más joven que él, y quien era la única a la que le recibía la comida y manejaba el campero en el que se movilizaba por la zona.
Por esos tiempos, ‘Marulanda’ se volvió asequible a las reuniones con dirigentes políticos, empresarios, congresistas extranjeros que llegaban con la ilusión de ver de cerca el proceso, pero también de tomarse la foto con quien para muchos era ya una leyenda de la lucha guerrillera en el mundo. el ‘Viejo’, como se le decía coloquialmente, sostenía largas conversaciones sobre el origen del conflicto, su distanciamiento del Partido Liberal y sobre el problema agrario del cual nunca se desprendió.
Con el fracaso de los diálogos y con la retoma del Caguán, siguió perdurando en la imagen de los colombianos como el jefe de un grupo que convirtió a secuestrados civiles en un valiosa joya para el anhelado canje humanitario. A la vez, llegaban noticias desde la montañas de Colombia en las que se anunciaba una nueva muerte, esta vez víctima del cáncer.
Pero, al parecer, como lo reveló el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, a ‘Tirofijo’, el hombre que amó a los tangos en la voz de Gardel y de Julio Sosa, el poseedor de una memoria prodigiosa, murió de un infarto. Un fin común para un hombre complejo.