POLÍTICA

La ola del voto en blanco no es como la pintan

Como nunca antes se ha convertido en la sorpresa de esta fase de la campaña electoral.

8 de febrero de 2014
| Foto: Jorge Restrepo

El candidato sorpresa de las elecciones presidenciales de 2014 a la fecha de hoy es el voto en blanco. Esa afirmación, a pesar de que está ratificada por las cifras, tiene algo de verdad y algo de ficción.

Por primera vez en la historia del país, a solo cuatro meses de las elecciones para presidente, las encuestas muestran un alto porcentaje de personas que estarían inclinadas a votar en blanco: uno de cada cuatro colombianos, según la más reciente Gran Encuesta de Ipsos Napoleón Franco para SEMANA, RCN radio y televisión y la FM.

Eso equivale a un 25 por ciento, una cifra significativamente más alta a las que ha registrado el voto en blanco en las encuestas de los últimos 16 años. En las últimas cuatro elecciones, a esta altura de la contienda electoral, el máximo registro del voto en blanco había sido del 5 por ciento en 2006, cuando Álvaro Uribe buscaba su segundo mandato frente a Horacio Serpa. El resto de años, los sondeos registraban un máximo de 2 o 3 por ciento (ver gráfica).

Lo que no es tan cierto es que el voto en blanco pueda mantenerse como el candidato sorpresa. “Ese porcentaje está hablando de la lentitud de la campaña presidencial y no necesariamente de las preferencias de los ciudadanos”, explica Mónica Pachón, exdirectora del programa Congreso Visible y docente del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Y esto se ve de manera más clara en esta campaña en la cual partidos políticos como el Conservador y los Verdes se han demorado mucho en decidir sus candidatos.

De hecho, ninguna de las encuestas publicadas hasta ahora ha tenido el suficiente tiempo para que la opinión decante las noticias de que Marta Lucía Ramírez es la candidata del Partido Conservador y que a Enrique Peñalosa se le aclaró la posibilidad de convertirse en candidato gracias a que el Partido Verde decidió finalmente convocar una consulta interna. A eso se suma, además, que en la medida en que va llegando la hora de las elecciones, la gente comienza a inclinarse por uno u otro candidato.

Sería un error desconocer el fenómeno y más en momentos en que según las encuestas son más los colombianos dispuestos a votar en blanco que por el presidente Juan Manuel Santos, el candidato puntero. Pero tampoco se puede sobredimensionar porque la misma historia ha demostrado que el voto en blanco de las encuestas termina desinflado en las urnas. Como se ve en la gráfica, a la hora de contar los votos no ha llegado a 2 por ciento este ‘voto castigo’. La pregunta es ¿hasta dónde se puede desinflar un voto en blanco que hoy figura con el 25 por ciento o si por el contrario se puede consolidar?

El voto en blanco, en teoría, es la expresión política de la inconformidad del electorado. Antes solo tenía un efecto simbólico, como ocurre en la mayoría de los países en los cuales no se considera como un voto válido. Pero a partir de la reforma política de 2003, la Corte Constitucional lo definió como “una valiosa expresión del disenso a través del cual se promueve la protección de la libertad del elector” y le pusieron dientes: si el voto en blanco alcanza la mitad más uno de los votos en la elección de presidente, gobernador o alcalde, se debe repetir la jornada electoral con otros candidatos. Y eso ya ha ocurrido en Susa, un pueblo de Cundinamarca, y en Bello, Antioquia.

La posibilidad de que el voto en blanco tenga un verdadero impacto en estas elecciones presidenciales es prácticamente ninguna. Para que este voto tenga un efecto práctico tendría que lograr la mitad más uno de los sufragios, es decir, por lo menos 5 millones y medio de papeletas. Si llegara eventualmente a un 10 por ciento de los escrutinios, es decir, 1 millón de votos, lo cual se ve también muy difícil, podría tener un efecto simbólico.

En este debate hay un aspecto que no se ha tocado. Es curioso que quienes le hacen campaña al voto castigo se arropen bajo las banderas de la democracia. En una de las páginas web de alguno de los varios grupos promotores de esta iniciativa dicen: “El voto en blanco es la expresión más pura de la democracia por cuanto, para depositarlo, el elector no ha necesitado de promesas ni dádivas. Es un voto de conciencia”.

Y es cierto que muchos colombianos pueden no sentirse hoy identificados con las alternativas en juego. También es cierto que la pérdida de credibilidad en las instituciones, que se ha acentuado, favorece este voto castigo para los políticos. Y los partidos políticos han dado un deplorable espectáculo que atenta contra el éxito de sus candidatos. Pero si se revisa la baraja de aspirantes también podría pensarse que quienes están fallando no son solo los candidatos sino también los electores.

En la medida en que la sociedad depende más del espectáculo en cada elección se espera que aparezca el Michael Jackson de turno. O figuras como el Antanas Mockus de 2010 o el Álvaro Uribe de 2002. Y esos fenómenos, sin duda, no están en esta campaña. Pero también es un error desconocer que hay un grupo de siete u ocho candidatos de distintas corrientes políticas, a los que si bien les falta una dosis de carisma, tienen una trayectoria pública de seriedad.

No muchos países del vecindario pueden darse el lujo de escoger de una baraja de aspirantes como la que tiene hoy Colombia. Por eso, también puede pensarse que en el voto en blanco también hay cierto desgano o pereza del electorado. O si se quiere, un interés en mantenerse en la cresta de la ola de los indignados.

Como dijo el analista mexicano Enrique Krauze al referirse a la última campaña electoral en su país: “Votar en blanco es un ejercicio de holgazanería, es una salida fácil, pero sobre todo es una salida falsa”. Y explicaba que le gustaría que todos se tomaran en serio “el papel de ciudadanos y nos metamos a los sitios de internet, escuchemos las entrevistas que darán los candidatos, veamos los debates, incluso también veamos los anuncios y a partir de ahí nos formemos una opinión y vayamos a las urnas”.

¿Qué tanto hay en Colombia de ola blanca y qué tanto hay de electores holgazanes?

El movimiento de voto en blanco tiene ya algunas cabezas visibles, el libretista Gustavo Bolívar, autor de Sin tetas no hay paraíso, y el profesor de la Universidad Nacional Daniel Libreros. Además hay muchos grupos en las redes sociales y páginas en Facebook. El resultado que logren en las elecciones parlamentarias puede definir su futuro.

El voto en blanco, sin duda, ya entró en la agenda política de 2012. El jueves se inscribió ante la Registraduría el primer comité promotor de voto en blanco para la elección de presidente. Se denomina ‘S.O.S. Sin Odio Social’. Sus miembros no son conocidos. Pero si llegan a recoger el número de firmas necesarias podrían eventualmente verse beneficiados de la reposición de recursos por el voto en blanco.

Todavía es temprano. Como escribió Patricia Lara en su columna de El Espectador: “Falta ver si Peñalosa consigue elegirse como candidato y muestra el ‘sex appeal’ suficiente para atraer y canalizar el descontento (...) Y falta ver si Clara López aprende a imitar a los presidentes Mujica, Bachelet, Lulla y Rousseff (…) Y falta mirar cómo recibe la opinión a la fórmula vicepresidencial de Santos. (…) Y falta ver qué se inventa Uribe después de las elecciones parlamentarias”.