ENTREVISTA

“Lo más duro de escribir es saber que estoy a años luz de Gabo”

El periodista Rafael Baena habla de su ópera prima, ‘Tanta sangre vista’, libro que ha recibido un unánime elogio de la crítica colombiana.

7 de septiembre de 2007
"Al despertar un día, y por amor a los libros, uno decide ser periodista como primer paso para llegar a la literatura", dice Rafael Baena.

Rafael Baena es un periodista puro. Actual coordinador editorial y editor gráfico de la revista Credencial, ha sido redactor y reportero gráfico en el Diario del Caribe; en las desaparecidas revistas Antena y Cambio 16; en Cromos y en El Espectador; y trabajó en Noticias Uno, Teledeportes y el Noticiero de las Siete.
 
En su obra Tanta sangre vista retrata personajes que pelean por costumbre, porque no saben hacer nada más, “porque a lo mejor tanta sangre vista y tanto retumbar de cañón” han aturdido su entendimiento, al tiempo que otros se indignan ante “el egoísmo, la avaricia, el afán de poder y la mala leche de la condición humana” e intentan, a toda costa, erradicar dichas plagas. 

PREGUNTA: Empecemos con la crítica que hace Darío Jaramillo sobre su libro. Él dice: “Cuando el dogma invisible prescribe la moda de la novela urbana, la de Baena es deleitosamente rural, gozosamente campestre y equina.” ¿Qué tan complicado es para un escritor salirse de dicho dogma (o de las tendencias actuales)? ¿Es un riesgo muy elevado?

RAFAEL BAENA: Nunca pensé en salirme de lo que Jaramillo llama dogma, y, en consecuencia, tampoco imaginé que estaba asumiendo un riesgo. La única idea fija era no aburrirme mientras escribía, para que los lectores potenciales, que en este caso eran mis tres hijos y sus compañeros de generación, no terminaran aburriéndose. 

P: ¿Qué razones lo motivaron a escribir Tanta sangre vista?
R.B.: Al despertar un día, y por amor a los libros, uno decide ser periodista como primer paso para llegar a la literatura. Treinta años después, uno se despierta y descubre que aún se encuentra en ese primer peldaño. Entonces no queda más remedio que ser consecuente y volver a la idea original. 

P: ¿Cómo fueron los procesos de investigación, escritura y publicación de esta obra?
R.B.: Escribir ficción es como proponerse a sí mismo un juego, un reto estilo ‘rompecocos’ que a la postre resulte ameno. En este caso, el juego propuesto fue mirar hacia el pasado a través de la lente de la actualidad, más concretamente la de Colombia. Para lograrlo había que sumergirse en los fragmentarios estudios que se han hecho sobre el siglo XIX, una época que se encuentra en una suerte de semipenumbra de la memoria. En lo de la publicación conté con suerte, pues varios amigos a los que les día a leer el ‘engendro’ se entusiasmaron, movieron sus contactos en el mundo editorial y la cosa resultó por Alfaguara. 

P: Cuéntenos la historia de la foto que aparece en la portada.
Es una foto tomada en 1900, durante la Guerra de los Mil Días, a un grupo de oficiales insurgentes, en algún lugar de Santander.

R.B.: Son los generales Aníbal Barbosa y Otoniel González, los coroneles Carlos González y Ricardo Vargas, los mayores Hermógenes Ordóñez y un Zuleta, y los capitanes Francisco Díaz y Abelardo Sierra. Ordóñez era mi bisabuelo y la foto es propiedad de mi familia. 

P: ¿Por qué la inclinación por el tema militar y el de los caballos? R.B.: Cuando uno empieza a montar a caballo desde muy niño, establece con esos bichos una relación casi de parentesco en primer grado de consanguinidad. Lo del tema militar se lo debo a mi afición a rebuscar en la historia de momentos cruciales, que normalmente están asociados a conflictos y batallas. La guerra es la continuación de la política por otros medios, Clausewitz dixit. 

P: ¿Es cierto que el título original de esta obra era distinto? ¿Cuál era? ¿Por qué cambiarlo? ¿Quién influyó al respecto?
R.B: Era Caballería chusmera, porque yo pretendía hacer un chiste: como su nombre lo indica, los caballeros andan a caballo, y la chusma, a pie. Entonces era un contrasentido que pretendía decir desde el título que se trataba de una crónica sobre un regimiento de caballería rebelde. Pero en los tiempos que corren, ‘chusmero’ está asociado con unos rebeldes que perdieron toda ética revolucionaria y, de paso, es bastante poco comercial, hasta el punto de generar rechazo. Me puse en los zapatos de la editorial, cuyo negocio es vender libros, y llegamos al que quedó gracias a Juan David Correa, editor de Arcadia, que leyó las pruebas y lo encontró en un párrafo. 

P: La estructura de su novela es muy ambiciosa, pero excelentemente lograda. ¿Por qué eligió esa forma para narrarla?
R.B.:
Porque necesitaba que pareciera cine. Si algo permitirá a los libros competir y sobrevivir en contra de Lost, E.R., 24 y etcétera, ese algo será la técnica cinematográfica de narración. 

P: Usted dice que escribió la novela, pues, para contarles a sus hijos que los males que aquejan hoy por hoy a Colombia no son recientes, que vienen de atrás. ¿Logró su propósito?
R.B.: Mis hijos lo leyeron y les gustó, pero sólo el tiempo dirá si los demás lectores opinarán lo mismo. Algunos críticos han sido incluso generosos en sus elogios, pero sabido es que allá y los críticos, y acá el resto de los mortales. 

P: Si tuviera que elegir entre periodismo y literatura, ¿qué escogería?

R.B.: A estas alturas, cuando uno ya no puede saltar desde un helicóptero y las únicas fuentes confiables se reducen a los mundillos de las artes y el deporte, me quedaría con la literatura si pudiera, pero falta ver si el estado alcabalero me deja algún día. 

P: ¿Qué es lo más bello del periodismo? ¿Y lo más duro?
R.B.: Lo más bello, la oportunidad de comunicar al público las cosas buenas que los seres humanos tenemos como especie. Lo más duro, saber que las fuentes, con muy pocas excepciones, siempre tratarán de utilizarte con algún propósito, que puede ser manifiesto u oculto. 

P: ¿Qué es lo más bello de la literatura? ¿Y lo más duro?
R.B.: La sensación de libertad que te proporciona es lo más bello. Lo más duro, saber que estás a años luz de García Márquez, Carpentier, Cabrera Infante y ese combo que, mientras más aporreamos, más firmes están en su sitio.