OPINIÓN

La debilidad de las FARC

La guerrilla se quedó sin plan B. Es el momento de apretar, no flaquear.

Semana.Com
16 de enero de 2015

Desde que la campaña del presidente Juan Manuel Santos convirtió la paz en el tema central de la segunda vuelta de las elecciones – una táctica exitosa que le valió el significativo apoyo de varios sectores de izquierda-, surgieron unas presuntas verdades absolutas: la primera, que el Gobierno quedó con las manos atadas en La Habana, ya que la opción de levantarse de la mesa se volvió un imposible político con el resultado electoral. La segunda, que ese hecho – que Santos no podría darle la espalda a los ocho millones que votaron por la solución negociada del conflicto- fortalecía a las FARC en las negociaciones.

Esa percepción ha permeado las interpretaciones de los anuncios que hacen las partes y las noticias del proceso. Todo es visto como concesiones a las FARC y no sólo por parte de los uribistas. Cada arribo de un comandante guerrillero a Cuba – “Romaña”, “Pastor Alape”, “Joaquín Gómez”- genera lógicamente desconfianza en la opinión. Para ser más francos, terror y consternación. Hay algunos – y no les falta razón- que temen que la presencia de casi todo el secretariado en La Habana no es para hablar de cómo llegan a un acuerdo con el gobierno sino para coordinar nuevas actividades criminales y continuar la guerra. En pocas palabras, un encuentro de bandidos.

El escepticismo es justificado. Las conclusiones de pasadas cumbres de las FARC sólo han dejado muerte y desplazados a su paso. Con esos antecedentes, no sorprende la preocupación que produjo la orden del Presidente Santos a su equipo: “que inicien lo más pronto posible la discusión sobre el punto del cese de fuego y hostilidades bilateral y definitivo”.

Para muchos, esa declaración, en directo, por canales públicos y privados, parecería confirmar las peores pesadillas.  Si algo han pedido las FARC desde siempre – y han aprovechado siempre- es un cese bilateral. Esas pausas en la guerra lo han utilizado para robustecerse militarmente.

Sin embargo, no comparto ese miedo. Y no porque crea hoy que los jefes guerrilleros se hayan convertido en unas mansas palomas. Unas personas que han ordenado tantos asesinatos y secuestros bajo el pretexto de luchar por el pueblo, no van a obrar de la noche a la mañana con grandeza. Más bien, sí por supervivencia. Lejos de prepararse para seguir su conflicto en las montañas y selvas de Colombia, las últimas actuaciones de las FARC indican lo contrario.

De carambola secuestraron a un general del Ejército en el Chocó y lo regresaron a las pocas semanas. Este es el mismo grupo armado que mantuvo secuestrado por más 10-12 años a cabos y soldados. El mismo que asesinó a otros cuando iban a ser rescatados. Que ha considerado el secuestro como legítimo en la combinación de lucha.

Anunciaron un cese al fuego unilateral e indefinido, y según el presidente Santos, lo han cumplido. Para una guerrilla como las FARC, que en 2014 perdió de sus filas 3.754 militantes y cuya capacidad militar es una sombra de la que fue en el año 2000, el no atacar, aunque sea volando oleoductos, es una señal de debilidad.

Los miembros del secretariado pueden debatir y planear todo lo que quieran consumiendo ron cubano, pero eso no cambia la realidad en el terreno. Se quedaron sin plan B. Y eso explica, por qué sus principales jefes están en la isla y no en Colombia.

Paradójicamente, la única fortaleza de las FARC en esto momento es la percepción general, alimentada tanto por los medios como por la oposición uribista, de que el presidente Santos necesita un acuerdo de paz más que la guerrilla. El riesgo es que esa falacia la crean también algunos en el Gobierno. Porque es el momento de apretar a las FARC, no flaquear.