OPINIÓN
La mayoría silenciosa
Ya es hora de que las FARC entiendan que no es matando soldados como se llega a la paz.
Contradiciendo el consejo de Descartes de que “ante la duda, abstente”, las Farc, ante la duda, matan y secuestran. La cobarde masacre de 11 jóvenes colombianos el pasado miércoles es apenas la última barbaridad. Sí, masacre porque, si bien eran soldados, los asesinaron en indefensión y cuando las Farc estaban, dizque, en cese al fuego unilateral. No soy lingüista, pero creo que cese al fuego significa no atacar al otro sin provocación.
A las Farc esos detalles poco les ha importado. Parecen incapaces de entender que en la Colombia de abril 2015, lejos de lograr adeptos o amigos, sus atentados y emboscadas los enemista con el pueblo colombiano y hace cada vez más difícil que nos traguemos el sapo de perdonarle su pasado criminal. No es matando soldados como se llega a la paz.
Que las Farc hayan roto su propio cese al fuego, pocos días después de que el presidente Juan Manuel Santos haya prorrogado por un mes la suspensión de los bombardeos de los campamentos guerrilleros, no es gratuito. Las Farc interpretan gestos como los de Santos como señales de debilidad. Prima su instinto de acudir a la violencia y al uso de las armas. Ha sido su práctica siempre, incluso en momentos en que cometer un acto de barbarie iría en contra de sus intereses.
Así ocurrió en el Caguán durante las conversaciones con la administración de Andrés Pastrana. Como ya ha sido documentado ampliamente, las Farc utilizaron la zona de despeje para guardar secuestrados, reclutar y entrenar la tropa, planear ataques en todo el territorio y cometer otras fechorías. Era el sueño de todo grupo guerrillero: una retaguardia segura en el centro del país. Por ello, era fundamental para las Farc mantener la zona el mayor tiempo posible. Y si bien, las negociaciones marchaban a paso de tortuga, el gobierno de Pastrana se había abstenido de levantarse de la mesa. Se requería de un hecho demasiado atroz para que cambiara de parecer.
Según me contó un negociador de la época, en la mañana del 20 de febrero de 2002 había moderado optimismo. Por primera vez los delegados de las Farc habían aceptado que delitos como el secuestro podrían ser contrarios a la buena conducta. Nada del otro mundo, pero un pequeño avance. Por eso se sorprendió tanto este negociador cuando conoció del secuestro en pleno vuelo, del senador Jorge Eduardo Gechem. Era una burla. Pastrana no tuvo opción diferente que poner fin a los diálogos.
Con ese acto terrorista, las Farc se quedaron sin su retaguardia estratégica. Hoy, se repite la historia. Cuando habían logrado que por primera vez en décadas sus hombres pudieran dormir tranquilos sin el miedo de morir bajo las bombas, decidieron masacrar a un grupo de soldados. Y ante el repudio nacional, culparon al gobierno y exigieron un cese al fuego bilateral. Es como si vivieran en Marte. Si sólo leyeran y escucharan los medios afines a las negociaciones de La Habana (casi todos). O si subestimaran voces disidentes como gritos aislados de un expresidente convertido en senador.
Ignoran que en Colombia hay una gran mayoría silenciosa que no sigue el día a día de los pormenores de los diálogos, ni le pone atención a las peleas verbales entre santistas y uribistas, ni sale a marchar por la paz. Que su prioridad es trabajar, trabajar y trabajar. Que cuando le preguntan por un acuerdo con la guerrilla dice que sí, pero con justicia. Es esta mayoría la que despertó consternada con la noticia del asesinato de los “soldaditos”. Y es esta mayoría la que finalmente decidirá si se ratifica o no un acuerdo con las Farc. Es hora de escucharla.