OPINIÓN

Coloquio de perros

De modo que, no filtradas a nadie ni comunicadas a la Fiscalía las anunciadas pruebas, no se sabrá si hubo delito de Santos, o de Uribe, o delito de un tercero. Todo quedará en la intimidad privada del par de amigotes.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
31 de mayo de 2014

Y los uribistas, felices: “¡Qué perro es Uribe!” comentan, admirativos. Porque el talante uribista, que es uno de los talantes dominantes en Colombia, se rinde ante el avispado, el pillo, el avivato, el abusador, el tramposo, el que se salta la cola y se cuela y engaña y tumba al otro. De los despreciados indios solo se respeta la llamada “malicia indígena”. De los olvidados españoles solo la picaresca. Pero el senador Álvaro Uribe va más allá de la picaresca y la malicia. Es un pornógrafo político. Y me parece que de esa condición desvergonzada le viene buena parte de su éxito. Un éxito que, no lo olvidemos, sedujo y arrastró durante años a la mayor parte de los que hoy son sus opositores.

Lo mostró una vez más hace quince días con el golpe maestro de ruindad política que le propinó al candidato-presidente Juan Manuel Santos en el filo del cierre de la campaña electoral: con la acusación, sin pruebas (Uribe nunca ha ofrecido pruebas de nada, y ha mentido sobre todo), de que a la campaña santista de 2010 –que era también, recordémoslo, una campaña uribista– entraron dos millones de dólares donados por un grupo de narcotraficantes a través del asesor electoral, que también lo fue de Uribe, J.J. Rendón.

¿Pruebas? No, por favor. En un primer momento Uribe dijo repetidamente que las tenía, irrefutables. Más tarde su abogado penalista (estos uribistas, el expresidente, su candidato Óscar Iván Zuluaga, son tan perros que no hablan sino escoltados por un anillo de seguridad de penalistas…) matizó la denuncia: no eran exactamente “pruebas” las que Uribe tenía, sino “informaciones”, aunque Uribe las hubiera llamado “pruebas” y las hubiera calificado de “graves”. ¿Contradicciones? No: minucias. Y cuando escribo esto –jueves 29 de mayo por la noche– leo que el intrépido denunciante ha prometido entregarlas mañana viernes, y no dentro de los ocho días de plazo que, para que las encontrara, le había concedido el procurador. ¿Por qué el procurador y no la Fiscalía, como la ley dispone? Pues porque el fiscal no es amigo de Uribe, y el procurador sí.

¡Ah, pero qué perro es Uribe! –exultan los uribistas.

Y su candidato Óscar Iván Zuluaga salió igual al amo, con ese suyo que se llama justamente “nadadito de perro”: lo pudimos juzgar por sus reiteradas mentiras de los últimos días de la campaña, cuando el escándalo del hacker. Fue por haberle visto buena madera de tramposo bajo su máscara de pasmarote que su titiritero lo escogió en la amañada convención de su partido por encima del mequetrefe de Pachito Santos.

Pero, volviendo a Uribe y a sus acusaciones temerarias, tampoco mañana (viernes 30 de mayo) conoceremos las “informaciones” anunciadas. Porque Uribe -¡qué perro es Uribe…!- advirtió que si no hay suficientes “garantías de confidencialidad” sus fuentes corren peligro de muerte. Ante lo cual el procurador que se las recibe sin que esa sea su competencia se da el lujo añadido –¡qué perro es el procurador…!– de asegurar que no se las va a filtrar ni a revelar a nadie, “ni a particulares ni a medios de comunicación”, ni tampoco a la Fiscalía. Porque si las hiciera públicas “estaría incurriendo en un delito”. Me parece que es al revés: que es el no dar las pruebas cuando están incurriendo en un delito tanto Uribe como él. Pero mientras el asunto rebota de instancia en instancia, a la Corte Suprema, a la Constitucional, al Consejo de Estado, a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a La Haya, pasa el tiempo y llegan las elecciones bajo la sombra viva de la acusación.

– ¡Qué perros son los dos! – se dicen encantados los Uribe-ordoñistas los unos a los otros, y se dan codazos cómplices.

De modo que, no filtradas a nadie ni comunicadas a la Fiscalía las anunciadas pruebas, no se sabrá si hubo delito de Santos o delito de Uribe o delito de un tercero. Todo quedará en la intimidad privada del par de amigotes. Para decirlo en los mismos términos que usan esos dos fingidores de fervor religioso: será un secreto de confesión, protegido por el inviolable sigilo sacramental.

Tienen razón sus admiradores: son un par de perros viejos.

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