OPINIÓN
Cortoplacismo
Escogimos la guerra creyendo que era un atajo, y que no iba para largo. Se trataba, como ahora, de ganar unas elecciones: a corto plazo. , 391609
Escribo esto Sin saber quién va a ganar –quién ganó ayer- las elecciones. Importantísimo, sí, a corto plazo. Que es lo que nos importa. Y después ya veremos. Aquí a nadie le importa el largo plazo. Hasta en el tema de la paz lo estamos viendo: si no se tramita en unos meses la salida de una guerra de más de medio siglo, no nos interesa. Y por eso ha durado medio siglo: porque escogimos la guerra creyendo que era un atajo, y que no iba para largo. Se trataba, como ahora, de ganar unas elecciones: a corto plazo.
Lo de la educación, por ejemplo.
Lo menciono porque es tarea de años y años. No de un gobierno u otro, sino algo que, de verdad, debería ser política de Estado. Durante el debate, los candidatos presidenciales se echaban mutuamente la culpa de los malos resultados de los estudiantes colombianos en las pruebas Pisa: se dieron bajo el gobierno de Santos, pero les corresponden a alumnos que se educaron, o no, en los años de los gobiernos de Uribe. Ni el uno ni el otro saben qué son las pruebas Pisa. Yo tampoco. En los debates anteriores, la muy cacareadamente preparada exministra de varias carteras Marta Lucía Ramírez se descachó por nada menos que 2 puntos del PIB al hablar de los presupuestos destinados a la educación. Se notó que no había leído –como el ágrafo jefe del Partido Liberal– ni siquiera su propio programa de gobierno.
Y a propósito: ¿alguno de los lectores de esta columna ha leído y comparado los programas de educación de los candidatos? Yo tampoco, y estoy aquí opinando.
Lo dicho: el largo plazo nos tiene sin cuidado. El agua, el aire, los hijos, los nietos, los bisnietos. “El que venga atrás, que arrée!” es nuestro lema. Y el camino que según el poeta “vamos haciendo al andar” es en nuestro caso una senda de tierra quemada.
Todo esto se me ocurre por una frase que le oí en una entrevista reciente a Pepe Mujica, presidente del Uruguay:
–Vengo de China. Allá, en 1942, en las cuevas de Yenán, fundaron la Universidad de Pekín. Estaban en medio de una guerra despiadada, no sabían si iban a salir vivos de ahí. Y esos tipos pensaron que necesitaban fundar una universidad… Porque en el futuro iban a necesitar gente formada.
Aquí en Colombia también fundamos universidades en las cuevas, es decir, en los garajes. Y las llamamos así: universidades de garaje. Pero no tienen el objeto de formar gente, sino el de hacer negocio rápido. Salvo el del narcotráfico y el de la salud pública, y quizás el del chance, no hay en este país mejor negocio que el de la educación. Y por eso es tan mala.
No tiene por qué ser así, claro. También se han fundado aquí universidades serias. Y es famosa, aunque no sé si apócrifa, una anécdota de Bolívar sobre el corto y el largo plazo. En el jardín de la Quinta que hoy lleva su nombre, le dijo Bolívar al jardinero que sembrara unas palmas de cera al día siguiente. Le hizo notar el otro que esas palmas tardan un siglo en crecer. Y zanjó Bolívar:
–Entonces siémbralas esta tarde.
Todavía siguen ahí hoy, tras más de siglo y medio. Pero no es lo habitual. Aquí nos gusta más talar que sembrar.