OPINIÓN

Disciplina para perros

este extremo de lambonería no se oía desde los tiempos del absolutismo de luis xiv, en francia, hace 300 años, o desde los del faraón akenatón, hace 3.000

Antonio Caballero, Antonio Caballero
25 de noviembre de 2017

Titula el periódico El Tiempo una noticia: “Uribe se ve obligado a actuar para imponer disciplina en su partido”. Y uno se asombra: ¿MÁS disciplina? Para qué la necesitan, si los del Centro Democrático de Uribe (qué nombre doblemente mentiroso: la derecha autocrática) son como corderitos obedientes al duro cayado de su pastor, sin ninguna oveja arisca. ¿Qué más disciplina va a necesitar ese partido, si la que tiene ya es para perros? ¿Cómo le fue, por lenguaraz, a Juan Carlos Vélez Uribe? ¿Cómo le acaba de ir, por lambón, a Óscar Iván Zuluaga? ¿Pero acaso alguien protesta en ese rebaño, alguien se rebela, alguien se queja de esa disciplina para perros con que Álvaro Uribe lo matonea a su capricho? Uribe regaña a los suyos, los castiga, les grita, les da “un tirón de orejas”, como si fueran niños, o una patada en el culo, como si fueran muñecos; y ellos se arrastran abyectos por el piso para lamerle los pies: esos zapatos Crocs de plástico o de caucho por cuyos agujeritos rezuma la pecueca con que lo dibuja siempre el caricaturista Matador. Uribe de regreso del Ubérrimo, de sus ordeños en la boñiga cenagosa de sus pesebreras y del sudor de sus cabalgatas, y los uribistas frotándose voluptuosamente a sus Crocs. Qué espectáculo. Se avergüenza uno de la raza humana. ¿Hay gente así? Ni los perros son así.

Sí, los perros. Hay que ver, por ejemplo, a los cinco huevitos de Uribe, también llamados precandidatos presidenciales. Perros ante su amo: con actitud de perros, con talante de perros, para usar un término del talante uribista. Perros falderos unos, otros de los que laten echados, otros de esos peligrosos y carniceros que está prohibido llevar al parque de paseo sin bozal; y perros como hienas los unos con los otros, buscando el privilegio de la caricia del amo a fuerza de sonrisas serviles y dentelladas mutuas. Y todos esperando acezantes, con las caritas alzadas y las lengüitas colgantes, un guiño de predilección del domador: “El que diga Uribe”.

El cual Uribe ya acaba de sacar de un taconazo de la lista a Óscar Iván Zuluaga, que le había escrito una carta zalamera pidiéndole permiso para participar, y que se retira mansamente con el rabo entre las patas, como un perro apaleado. Tal como hace cuatro años se retiró Francisco Santos.
¿Y con esa absoluta carencia de respeto por sí mismos aspiran a ser presidentes de la república? Gente sin dignidad. Sin amor propio. Casos de falta de dignidad así no se veían aquí desde cuando el despótico caudillo Laureano Gómez imponía en el Partido Conservador su tiranía, que se llamaba justamente “disciplina para perros”, bajo la cual los canes de su jauría, tan agresivos y feroces cuando los dejaba sueltos, se comportaban ante él con servilismo perruno, batiendo la cola.

O desde que Pablo Escobar convocaba a su palacio cárcel de La Catedral a sus socios de negocios para volverlos picadillo. Y ellos iban, mansos, dóciles, obedientes, al matadero: a servirle al Patrón, que los mandó llamar…

Y uno de los cinco huevitos expectantes, María del Rosario Guerra, anuncia que si resulta ser ella “la que diga Uribe” escogerá a su jefe como vicepresidente, y que si él no quiere el puesto lo tendrá de todos modos como su consejero principal. Y ya la otra mujer de la lista, Paloma Valencia, se había derramado en prosa en un discurso comparando a ese mismo jefe con el sol. Con el sol: extremo de lambonería que no se oía desde los tiempos del absolutismo de Luis XIV de Francia, hace 300 años, o desde los del faraón Akenatón, hace 3000. Y Trujillo, que ha sido embajador o ministro de todos los gobiernos sin que nadie haya podido descubrir si se apellida Trujillo o si se apellida Holmes como el famoso detective Sherlock, y que fue candidato a la Vicepresidencia con Zuluaga. Y ese aparecido Nieto, de quien solo se sabe que ha perdido todos los pleitos internacionales en que lo nombraban todos los gobiernos para que defendiera a Colombia: ¿es su propio papá, el célebre internacionalista? Y Duque, el discípulo amado de Uribe, el que se sienta a su lado en el Senado y de cuando en cuando deja descansar en el hombro del patrón sus jóvenes rizos de plata. Acezantes todos ellos, batiendo la colita todos ellos en espera del guiño.

Cómo se odiarán todos los unos a los otros cuando el guiño de Uribe venga y designe… qué sé yo a quién: a la señora Castellanos, papisa de una secta evangélica repleta de votos cautivos; o a la señora Ramírez del también acezante de ganas Partido Conservador; o al fatuo exprocurador Ordóñez, destituido in extremis de su cargo por haberse hecho elegir con tantas trampas. O a Germán Vargas, el traidor más reciente.
Por ahí hay una ya vieja fotografía del entonces presidente Álvaro Uribe guiñando un ojo. Mírenla. Es aterradora.