OPINIÓN

¿Un procurador?

El doctor Carrillo solo tiene una mancha en su pechera: la condena de la procuraduría en 1994 por su responsabilidad como ministro de justicia en el escandaloso manejo de la cárcel de la catedral.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
23 de diciembre de 2016

¿A quién se le ocurrió la lagartada de la reunión de Santos y Uribe con el papa? Creo que la respuesta salta a la vista: al nuevo procurador Fernando Carrillo, que se está convirtiendo en el lagarto más grande de la lagartesca historia de Colombia. ¿Por delante del doctor Roy Barreras? Sí, doctor Roy, me temo que sí.

¿Y detrás de quién? Del difunto presidente Misael Pastrana, que llegó a la Presidencia de la República sin otro mérito que el de una esforzada y persistente lagartería a los presidentes que lo precedieron. A su imagen, y mordiéndole los talones, por ese resbaloso camino de la lagartería va a llegar también el doctor Fernando Carrillo a la Presidencia de la República, trofeo último en la vara de premios que trepan todos los lagartos colombianos.

Lagarto es el que repta –creo que fue Swift el que señaló que para trepar el cuerpo de una persona asume la misma postura que para reptar–, el que repta trepando, o trepa reptando. Trepar y reptar se escriben con las mismas letras. El que repta y trepa a la vez, el típico lagarto colombiano, no necesariamente llega a la cima, pero tiene buena parte del camino andado. Y para un reptil, que es un ser que al andar arrastra la barriga por el suelo, esto del Vaticano con el papa es un verdadero salto de garrocha. Tanto, que supera con creces el brinco olímpico que pegó el mismo doctor Carrillo hace dos años, siendo embajador en España, cuando prologó y distribuyó entre políticos y diplomáticos esa joya de la lagartería y la lambonería que se titula La estirpe de los Santos: de la libertad de la patria a la paz para Colombia: una hagiografía ilustrada de su jefe el presidente Juan Manuel Santos desde su primera comunión, y de sus parientes desde la guerrillera de la Independencia Antonia Santos. ¿Distribuiría también la obra entre los magistrados del Consejo de Estado que lo ternaron para la Procuraduría? ¿Entre los senadores que lo eligieron de modo casi unánime (por 92 votos de 95), unidos los extremos opuestos del Polo Democrático y el Centro Democrático?

No es que le falten lauros académicos ni méritos políticos al doctor Carrillo para ser procurador general de la Nación. Jurisperito respetado, catedrático de varias universidades, autor de varios libros. Casi recién salido de la adolescencia entró en la política como jefe de las Juventudes Galanistas. Fue luego promotor de la ingeniosa triquiñuela de la séptima papeleta de donde salió la Constituyente del 91, constituyente él mismo y presidente de la Comisión de Justicia. Joven ministro de Justicia bajo el gobierno de César Gaviria, y a continuación alto funcionario de organismos internacionales. Llamado por Santos para encabezar su comisión de empalme con el gobierno saliente de Álvaro Uribe, siguió con él como ministro del Interior y embajador en España, donde presentó el libro en mención para darle glamour a uno de los viajes de su presidente.

El doctor Carrillo solo tiene una mancha en su pechera: la condena de la Procuraduría en l994 por su responsabilidad como ministro de Justicia en el escandaloso manejo de la cárcel de La Catedral, con sus orgías, sus ejecuciones y sus descuartizamientos, que culminó con la fuga de Pablo Escobar. Años más tarde otro procurador le borró la condena, que lo hubiera inhabilitado no solo para ser procurador hoy, sino para haber sido ministro del Interior y embajador. Pero si no jurídicamente, sí en términos de sentido común no parece que alguien que fue incapaz de vigilar al preso más importante de Colombia sea ahora el más indicado para vigilar, investigar y si es el caso sancionar funcionarios, como es la obligación del procurador general.

Tampoco parece aconsejable –pero, en fin: la elección ya está hecha– que llegue a la Procuraduría alguien tan desaforadamente lambón como el doctor Carrillo. Pues no lo ha sido solo con Santos –y con Uribe, y con el papa. Sino hasta consigo mismo. En un reciente artículo de prensa se felicitaba pomposamente por su ocurrencia de la séptima papeleta de las elecciones de l989: “Ese pequeño papelito que cambió la historia”. Y en otro conseguía ser lameculos de nada menos que tres generaciones en una sola frase tautológica: “La generación de nuestros abuelos y padres, la nuestra y la de nuestros hijos, revelan el ímpetu valiente, pacifista y transformador de varias generaciones”.

No hay que prejuzgar, por supuesto: el nuevo procurador electo todavía no ha asumido sus funciones. No hay que prejuzgar, pues en más de una ocasión sale lo que no se espera. Tal vez al doctor Carrillo le pase como a la perrilla famosa del poema de Marroquín, que “no pudo coger tampoco al maldito jabalí”. Pero a lo mejor captura a alguno de los cientos de jabalíes que, a juzgar por las dimensiones oceánicas de la corrupción reinante entre los funcionarios de Colombia, no supo ni ver su predecesor el Gran Inquisidor Ordóñez en sus siete años y medio de funciones.

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