OPINIÓN

El canapé republicano

Uribe propone el eternamente recurrente pacto nacional con el cual han cubierto siempre sus desacuerdos y tapado sus vergüenzas las oligarquías colombianas

Antonio Caballero, Antonio Caballero
8 de octubre de 2016

La inesperada victoria del No, no fue una victoria del expresidente Álvaro Uribe. Pero es él quien la cobra. Y sí es una derrota del presidente Juan Manuel Santos y de las Farc. Pero no son solo ellos quienes la pagan, sino también todos los colombianos. Los que votamos por el Sí y los que votaron por el No, y los que no votaron, que fueron la inmensa mayoría: seis de cada diez.

¿Y qué proponen ahora el ganador y los perdedores para salir del enredo en que nos metieron ellos? Escribo esto en la mañana del miércoles, sin conocer el resultado de las reuniones convocadas por Santos en el Palacio de Nariño. La que le pidió Uribe por teléfono, a la cual anunció que llegaría, a la colombiana, con cola de colados: “Estos otros amigos del No”. La que anunció Santos para colar también al expresidente Andrés Pastrana. Y la que tiene con el exprocurador Alejandro Ordóñez, que se coló por su cuenta, por medio de una carta a Santos, Pastrana y Uribe en la que los invita a “trabajar conjuntamente para concertar un acuerdo con la guerrilla”.

(¿A quién representa Ordóñez? No se sabe. Ni se entiende tampoco por qué lo dejan estar a él también ahí).

Los jefes de las Farc, por su parte, se reúnen nuevamente en La Habana con los negociadores del gobierno Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo.

¿Y qué proponen? De antemano, Santos anuncia una prolongación del cese al fuego hasta el 31 de octubre. Timochenko pregunta con pertinencia: “¿De ahí para adelante continúa la guerra?”. Y se atiene a los pactos firmados, que considera jurídicamente vinculantes porque se ha cumplido con el extravagante rito de depositarlos en Berna ante el Consejo Federal Suizo. Las Farc piensan que el resultado del plebiscito, por el contrario, no tiene efectos jurídicos sino solamente políticos: ni siquiera los 52 años de su propia guerra antijurídica les han hecho notar que lo que importa en la realidad es lo político, y no lo jurídico.

En cuanto a Uribe, ya dije que no fue el vencedor, pues mucha gente votó por el No por razones ajenas al uribismo; pero cobra la victoria como si fuera solo suya. Cuando apenas empezaba la mañana del domingo estaba tan seguro de que iba a ganar el Sí que no vaciló en denunciar que había fraude (curioso: a esa hora él era casi el único que había votado. Y se puede ver en la página ocho de El Espectador del lunes una foto que lo muestra introduciendo su papeleta en la urna: una papeleta en la que no está marcada la casilla del No. ¿Votó por el Sí? ¿Anuló su voto?). Por la noche, en cambio, no vaciló tampoco en soltarse con un discurso de corte presidencial (“Compatriotas…”) en el que expuso nada menos que su programa de gobierno. “Educación universal de calidad” con “estímulo a los valores de familia defendidos por nuestros líderes religiosos y pastores morales” (¿el exprocurador Ordóñez?). Confianza en el emprendimiento privado. Política social, pero “sin poner en riesgo la empresa honorable”. No más impuestos “que empeoren la expansión empresarial”. “Promoción efectiva de la confianza privada”. Protección a las Farc (a “Lafar”), acompañada de la exigencia de que “dejen todos los delitos”. Y “alivio judicial” para los soldados y policías (¿los generales que nombró sus jefes de seguridad presidenciales, hoy condenados por narcotráfico?). Y confianza en Dios.

Para llevar adelante ese plan de gobierno, Uribe, que ya se siente otra vez presidente, propone “un gran pacto nacional”. El eternamente recurrente pacto nacional con el cual han cubierto siempre sus desacuerdos y tapado sus vergüenzas las oligarquías colombianas. El canapé republicano, cuyo más reciente avatar se llamó Frente Nacional, y que produjo la aparición de estas guerrillas con las que se firmaron los acuerdos rechazados en el plebiscito.

No creo que esta vez la salida sea otra vez un Acuerdo Nacional. Lo que se necesita es lo contrario. Un Gran Desacuerdo Nacional. Pero esta vez, por fin, sin armas.

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