MARTA RUIZ

Baja condición humana

Las FARC, que se quejan tanto de la indignidad del Estado, han mostrado esta semana la baja condición humana de sus tropas y su dirigencia.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
7 de septiembre de 2014

Algo que me gustaría que la comisión de sabios del conflicto pudiera explicar de aquí a diciembre es cómo y por qué se envilecieron tanto las personas que han hecho la guerra en Colombia. Hasta qué punto están empobrecidos moralmente los combatientes de los bandos enfrentados. Y qué hacer con la mezquindad en sus corazones, que no quedará atrás como el uniforme o el fusil, ni será, seguramente, trastocada por la justicia transicional.

Muchos sentimos repudio, miedo y vergüenza cuando los últimos gobiernos (el de Uribe y el de Santos) exhibieron seres humanos como presas de cacería. La mano de Iván Ríos en un refrigerador como prueba para el pago de una recompensa. La cabeza explotada de Raúl Reyes y luego la negativa a darle sepultura a su cuerpo como lo merece cualquier persona. El rostro renegrido de Jojoy como trofeo. La narrativa repugnante de la persecución a un Alfonso Cano acorralado y, posiblemente, muerto en condición de indefensión.

Las FARC, que se quejan tanto de la indignidad del Estado, han mostrado esta semana la baja condición humana de sus tropas y su dirigencia. En un panfleto publicado en su página de internet pretenden quitarle a la hoy congresista Clara Rojas su condición de víctima, usando la intimidad de su cautiverio como arma rastrera. Un intento por domesticar su posición pública frente a los diálogos de La Habana. Otra variante de la combinación de forma de lucha, supongo.

El documento es pródigo en vulgaridad y su sola publicación muestra una gran bajeza. Dice que Rojas eligió el secuestro por amor a Íngrid Betancourtr y no como en realidad fue, un acto de lealtad y solidaridad.

Insinúa de manera sibilina que las desavenencias entre ambas fueron peleas maritales y no el fruto de la presión desproporcionada, del miedo a la muerte, del sufrimiento extremo. De la cosificación a que se vieron sometidas. Se atreven a decir que Betancourt y Rojas gozaron de privilegios por no estar encadenadas en la selva durante un buen tiempo. Si aplicaran el mismo rasero para los suyos, deberían estar agradecidos de que sus militantes presos puedan moverse libremente en sus celdas. O de que sus extraditados reciban una hora de sol a la semana.

Lo peor de todo es que intenten hacernos creer que Rojas era violenta con su hijo desde el embarazo, mientras ellos, amables nodrizas, lo protegieron y entregaron a una familia campesina para librarlo de riesgos. En realidad lo dejaron abandonado a su suerte, como si fuera un objeto.

Posiblemente ningún secuestrado en este país vivió las cosas terribles que vivió Clara Rojas, dando a luz en medio de la selva, debatiéndose entre la vida y la muerte, sin esperanza de libertad y pensado seguramente en el destino que tendría su bebé, nacido bajo el yugo draconiano de la guerrilla. Nadie en este mundo puede juzgar en lo mínimo lo que ella haya hecho o dicho, viviendo como estaba en medio de la más extrema impiedad. Menos aún sus verdugos.

Usar la vida privada de los secuestrados como arma política es demasiado vil. No sé si quien escribió ese esperpento es hombre o mujer, comandante o combatiente raso, o si aspirará en el futuro algún cargo público. Que haya sido publicado en el sitio oficial de las FARC quiere decir que cuenta con el aval de los jefes. Que la insensibilidad es colectiva o, por lo menos, mayoritaria.

El proceso de paz servirá para silenciar los fusiles y para que lo que tuvo que vivir Clara Rojas nadie más lo viva en Colombia. Y para que estas infamias nunca se olviden. Será una ganancia si personas que carecen de toda empatía con el dolor ajeno, como los autores de esa diatriba, dejan de ostentar el poder de la violencia. Se alejan para siempre de las armas. Pero dudo que el proceso pueda cambiar su condición humana. Sería pedir demasiado.

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