OPINIÓN
Por una educación sin dogmas
Si queremos disminuir la inequidad social, algo esencial para consolidar la paz interna y mejorar la calidad de vida no hay otro camino que transformar la educación hacia la construcción de un pensamiento crítico, sin dogmas y sin mitos.
Las religiones y sus dogmas han causado más conflictos, odios y masacres que todas las guerras mundiales juntas. La cuenta de muertos, de desplazamientos y de dolor continúa en el presente por causa de este fenómeno. Es esta una razón contundente para concluir que las religiones dividen, crean problemas y por lo tanto han sido un fracaso en la búsqueda de la paz y el amor entre los ciudadanos del mundo.
Los Estados y los gobiernos tienen la obligación de enseñar a pensar a sus ciudadanos en completa libertad y no bajo el ojo vigilante del cristianismo. Una sociedad que descubre que los dioses no existen y pone en duda los mitos, como por ejemplo aquel en el que un espíritu embarazó a una mujer, le permite apreciar el universo sin filtros, y muy probablemente crea individuos con mejor calidad humana.
El conocimiento fundamentado en la ciencia libera de la culpa a los fieles sometidos mentalmente bajo la doctrina del pecado y los acerca a una vida llena de valores, de respeto por la existencia y por el prójimo con la consciencia de servir a todo lo que hay en el universo.
Una colectividad que piensa y razona críticamente entiende que esta es nuestra única oportunidad para ser felices y no hay que desaprovecharla matando al que piensa diferente, o enriqueciéndose a costilla de las multitudes incautas que aun sin tener que comer entregan a sus pastores el diez por ciento de sus ingresos.
Pero esto parece imposible —crear personas con un pensamiento crítico — en el modelo actual, donde la iglesia Católica se ha apropiado de la educación y es dueña de miles de colegios, escuelas y universidades en todo el mundo. Esto le representa astronómicos ingresos económicos. Allí, en sus aulas, forman autómatas incapaces de cuestionar su mundo religioso. Obviamente existen excepciones en las que profesionales formados en claustros bajo la dirección de los religiosos se gradúan con un pensamiento crítico. Pero a nivel de los niños los resultados son adversos: niños que crecen bajo el dominio de una fe ciega.
La incuestionada doctrina del pecado, por parte de los fieles, logra resultados asombrosos, como por ejemplo que crean ciegamente en la Biblia. Un libro en el que una serpiente y una asna hablan, donde los muertos resucitan, en el que los peces se multiplican para calmar el hambre de una multitud y el que afirma que Jonás viajó dentro del estomago de una ballena para luego salir vivo. Esto supera los límites del conocimiento científico, la lógica y la razón. En tanta ignorancia se haya el secreto de la perpetuidad y la riqueza del Vaticano como institución para ofrecer la salvación de los ‘pecadores’.
Para contrarrestar la fe ciega, la religión se debe enseñar desde el punto de vista de la historia y la academia y no desde la doctrina cristiana. Es la única estrategia para formar hombres con un conocimiento universal y no sesgado a favor de un solo credo. Para ello, el primer paso que hay que dar es sacar las biblias y los curas de las escuelas del Estado y reemplazarlos por educadores y textos al servicio de la ciencia. Ellos, los sacerdotes, cuentan con una iglesia en cada barrio y un centro de culto, en el caso de los pastores, en cada cuadra, desde donde pueden ejercer sus actividades parroquiales, especialmente la más aterradora de todas: la pederastia.
Un Estado que, a través de la educación, les dice a los niños que la Tierra tiene 6 mil años de edad, que el hombre proviene de una bola de barro y la mujer de una costilla de este hombre de barro, es un estado corrupto y macabro. Ya es hora de que Colombia sea un verdadero estado laico, en el que se invierta el presupuesto en más ciencia, más tecnología, más valores, más laboratorios en los colegios y menos religión.
Es un exabrupto que se asignen miles de millones de pesos de las regalías en la construcción de monumentos religiosos como el Santísimo en el departamento de Santander, o que se aprueben partidas millonarias en celebraciones católicas, como la Semana Santa en Popayán, o en restaurar docenas de iglesias a lo largo y ancho de la geografía colombiana. Mientras este despilfarro se lleva a cabo bajo la complacencia de los gobernantes de turno, se amplía la brecha existente que en materia de educación existe entre nuestro país y los países de la OCDE, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
Si como colombianos queremos disminuir la inequidad social, algo esencial para consolidar la paz interna y mejorar la calidad de vida de los más necesitados no hay otro camino que transformar la educación hacia la construcción de un pensamiento crítico, sin dogmas y sin mitos y con una visión hacia el progreso social, científico, humano y económico. Esa es la clave para lograr un verdadero y revolucionario cambio en los hombres que como nación estamos formando.
*Comunicador Social y reportero gráfico en Semana