Respetado señor Carlos Ardila Lulle:
No le voy a quitar mucho tiempo con este escrito, lo he concebido corto y conciso. Yo supongo que está al tanto del debate nacional e internacional que ha generado la serie ‘Los Tres Caínes’, que emite el canal RCN, una empresa de la organización que usted preside.
Hay un amplio sector del país que está en desacuerdo con la continuidad de la emisión de ese programa por varias razones: sienten que ahonda las heridas de miles de personas que sufrieron lo indecible con la violencia paramilitar; consideran que revictimiza a quienes decidieron seguir un camino de reivindicación de derechos, como los sindicalistas por ejemplo, o a quienes optaron por posturas políticas de izquierda; estiman que se ennoblece al victimario y apabulla a la víctima; y lanza un mal mensaje para estos tiempos, que requiere cabeza fría para pensar en un fututo bajo una paz sólida y duradera.
Yo comparto plenamente las razones que esgrimen esos hombres y mujeres que se oponen a la transmisión de ‘Los Tres Caínes’. Mi familia, aclaro, no ha sido víctima directa de la guerra. Le hablo como ciudadano, primero que todo, y como periodista, profesión que me ha dado la oportunidad de conocer a fondo las consecuencias de la guerra en varias regiones del país. En ese trasegar, que aún no termina, porque el conflicto armado aún continúa, he conocido madres, esposas, hermanas e hijas, que con un tesón increíble y sin que el tiempo las amilane, continúan buscando a sus seres queridos en ríos y montañas, en cementerios y anfiteatros.
¿Sabe también dónde también los buscan? En uno de los textos más atroces que pueda tener este país, se llama Rastros, una revista de la Fiscalía General de la Nación que publica cientos de fotos de mugrientas prendas de vestir y de accesorios personales hallados en fosas comunes. Identificar una camisa, un pantalón, unas medias o una correa es, quien lo creyera, gratificante, pues significa que ya los restos están en manos de especialistas y, por tanto, se podrán reclamar y enterrar como es debido. Si tiene manera, le pido por favor que observe uno de esos cuadernos y trate de percibir lo que puede sentir una familia que ha pedido a su ser querido.
Para cada una de esas personas el dolor no es historia; es cotidiano, constante, vigente, que lo sienten cada vez que observan, en silencio, esos elementos del recuerdo que hacen presente al ausente: el cuarto, las ropas, las fotos, los libros y algún adorno. Su búsqueda es un eterno peregrinar de un lado a otro, tratando de saber la verdad de lo ocurrido y abrigando la esperanza de hallar unos restos que para aquellos que piensan en seriados exitosos económicamente no son representativos, pero para ellas sí, pues es el regreso al seno de la familia de aquel que se llevó una máquina criminal que pretendió hacer justicia por mano propia y favorecida por sectores del Estado que aún no han sido juzgados ni castigados.
Tuve la oportunidad de debatir el tema con el creador de esta serie, Gustavo Bolívar, y dos expertos en temas de memoria histórica y televisión, María Victoria Uribe y Omar Rincón, en el programa Semana en vivo, que conduce la periodista María Jimena Duzán. Allí escuché un comentario de Bolívar que quisiera que usted evaluara: “Los canales ponen lo que la gente quiere ver y no es verdad que la gente esté diciendo ‘no queremos ver más programas de ese tipo’. Y no es verdad porque el rating lo refleja”.
Y le pido que la evalúe porque considero que el creador de la serie exagera en glorificar el rating, medida que sólo sirve para hacer cálculos económicos y convencer a las empresas para que pauten en ese espacio televisivo, pero eso no quiere decir que el programa no impacte de manera profunda y negativa a las víctimas del paramilitarismo, ni distorsione la verdad.
La responsabilidad social de las empresas, como las que usted lidera, también debe incorporar una alta dosis de sensibilidad y saber muy bien en qué momento está el país. Con la serie, esa perspectiva se ha perdido. Le pido que no tema sugerir que se rectifique el camino sacando la serie del aire, le puedo apostar que esa decisión le generará no sólo ganancias económicas, sino un aprecio mayor de todos aquellos que consumen los productos de sus empresas.
Le recuerdo que aún estamos en el tiempo de la verdad, la justicia y la reparación, procesos que, cada uno por sí solos, son complejos de cumplir y exigen grandes esfuerzos del Estado para explicarles a unas víctimas, dolidas y angustiadas, qué fue lo que realmente pasó con sus seres queridos y cómo podrán ser resarcidas. Durante este tiempo, lo mejor es explicar lo que ha pasado. El camino no es a través de esa línea delgada entre ficción y realidad, que todo lo confunde. No me niego a que esa historia se cuente, pero este no es el momento, tampoco es el enfoque pertinente.
Hay un aspecto sobre el cual también espero que reflexione. Ya se han conocido públicamente varias disculpas por parte de directivos, libretistas y actores de RCN. ¿No cree que tanta disculpa es motivo suficiente para pensar en sacar del aire una serie que, le aseguro, se tendrá que seguir disculpando con muchos sectores sociales a medida que avancen sus capítulos?
Le cuento que desde Medellín se lidera un movimiento de reflexión que apunta a los anunciantes de ‘Los Tres Caínes’ para que no continúen pautando en la serie. Son personas que aprecian las marcas y consumen sus productos, y por ello no quieren verlas en esos espacios de violencia y revictimización. Ya lograron que una empresa, Auteco, decidiera no continuar pautando y otras más lo están pensando. Evite que las marcas de su organización también sean estigmatizadas.
Por último, doctor Ardila Lulle, espero que la sabiduría que le han dado tantos años de éxitos empresariales la ponga al servicio de las víctimas del paramilitarismo y recomiende ponerle fin a la serie ‘Los Tres Caínes’, que emite un canal de su conglomerado económico. No es mucho pedir, miles de personas se lo agradeceremos profundamente.
Atentamente,
Juan Diego Restrepo E, periodista y docente universitario