OPINIÓN

Carta al director del manicomio de Sibaté

Y yo pensaba que el único vicepresidente que amaba los ‘corrientazos’ era Angelino.

Daniel Samper Ospina
12 de noviembre de 2011

Apreciado doctor.

Me anima a escribir esta carta un hecho que me tiene con el corazón despedazado: la situación actual del expresidente Uribe y su compañero de aventuras Pachito Santos. Usted mismo ha podido ver que últimamente se encuentran más desencajados que nunca. Empiezo por el expresidente, que en el último mes no solo tuvo que cargar un megáfono y bailar el Aserejé con esa endemoniada coordinación que envidarían las supernotas de El show de Jimmy, sino que criticó al gobierno por flaquear en la lucha contra la guerrilla justo antes de que dieran de baja a Alfonso Cano. Pobre. Quedó loco. Y por eso le escribo esta carta, porque, así no sea en Panamá, necesitamos un asilo para él. Y cuál mejor que el suyo, apreciado amigo, que además tiene salida por la Zona Franca, lo cual facilita la visita de la familia.

No lo neguemos: al expresidente le quitó todo su piso político la muerte de Cano, cuya cacería se dio cuando las Fuerzas Militares lanzaron una ofensiva milimétrica comandada por cuatro Arpías, una de las cuales, supongo yo, debía ser Íngrid. Hasta ahí llegó el comandante. Si hubiera blindado las gafas, se habría salvado. Qué gafas, dios mío: le cubrían toda la cara. Demostraban la miopía de la guerrilla colombiana.

El presidente Santos reconoció que había llorado de la emoción cuando le dieron la noticia: por eso hablaban de una operación de alta sensibilidad. Todavía hoy tiene los párpados inflamados por el llanto. Es que nos hemos vuelto inhumanos, doctor: a mí, en cambio, la única baja que me parece admirable es mi mujer, que mide 1,50.

En medio del júbilo general, recordé al doctor Uribe. Pobre -pensé-: cómo se estará sintiendo. Está al borde de caminar descalzo por las calles, armado con un palo, mientras grita que no le digan paraco, que no le digan marica y que ya no hay fervor popular.

Aún recuerdo cuando el doctor Uribe se creía Bolívar y muchos pensaban que los locos éramos los demás: los que, en lugar de pensar que él era la reencarnación del Libertador, veíamos a un señor que salía en los periódicos alzando una gallina, tomaba café sobre un caballo y confesaba que tenía tres huevos. Sí, es cierto que entre el Libertador y Uribe hay semejanzas; que los dos son bajitos; que ambos aman a los animales: Bolívar, a Palomo; Uribe, a Andrés Uriel. Pero en lo único en que Uribe se asemeja a Bolívar es en su odio a Santos, que es el nuevo Santander: en caso, claro, de que Santander también usara baggies amarillos.

Estamos ante un caso clínico, doctor. El expresidente es un paciente que ha acumulado mucha tensión. Aún no le perdona a Santos que Chávez sea su nuevo mejor amigo, como si hubiera algo más peligroso que ser amigo de Santos. ¿Cómo quiere que lo derrote, entonces? Santos no es Uribe: de él no esperemos que se suene tapándose una fosa nasal, se bañe en un río y amague con irse a puños en una cumbre presidencial. Nada de eso. Él es de los nuestros: bogotano hasta la médula. Sonríe y traiciona. La tercera palmadita en la espalda lleva su puñalada. Y sí: quizás no es un hombre sincero, pero es elegante y, sobre todo, sagaz: para disolver la 'Besatón' de protesta que hacen los estudiantes contra la esperpéntica reforma educativa, es capaz de infiltrar al registrador nacional. Que vivan los estudiantes. Ojalá que no se dejen.

Pero si el caso de Uribe es dramático, no lo es menos el de su mascota oficial, Pachito Santos. Anexo a la versión web de esta carta un video en el que pide que les "metan voltios" a los estudiantes. Si con esto no consigo que le abra un cupo en su hospital, doctor, ya no sabría qué más hacer.

Yo pensaba que el único vicepresidente que amaba los 'corrientazos' era Angelino. Pero mire usted que no: cuando uno cree que lo ha visto todo, aparece Pachito Santos con su peinado de totuma y esa forma de escupir al pronunciar la letra ese, como el Pato Lucas, y pide "innovar" con armas no letales para atacar a los estudiantes. No con pequeños petardos, como él. Sino con un poco de electricidad: haga de cuenta como en la película La noche de los lápices.

Luego se retractó, pero no nos engañemos: Pachito es la prueba de que nuestro sistema educativo necesita más recursos. Un muchacho educado es un Pachito menos. Ojalá supiera que para disolver las marchas no es necesario electrocutar a nadie: con que la Policía amplifique su programa de RCN es suficiente para que la gente se disperse despavorida.

Lo que pasa, doctor, es que están desmoralizados. Apresan a sus compañeros de gobierno; derrotan en las urnas a sus amigos; los dejan sin discurso de oposición. Mire al doctor Uribe: toda la semana mandó trinos provocadores contra Evo Morales, como si en Bolivia hubiera computadores. Y ahora mire a Pachito: cree que la única manera de botarle corriente a la educación es electrocutar estudiantes.

Sé que no hay cupos en su psiquiátrico, pero le ruego que los reciba. La valeriana ya no les hace efecto. Se requieren medidas extremas. Amarrar a Uribe con una camisa de fuerza. Tratar a Pachito con electroshocks. Es decir, meterle voltios. Sería algo innovador.

Los dos son unos buenos muchachos y pueden ayudar en la granja. Recíbalos, doctor, no sea malito: solo usted sabe cómo tratarlos. Solo usted puede darles el histórico lugar que se merecen.
 
 

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