OPINIÓN ONLINE
Colombia, país de jóvenes ninis (ni estudian ni trabajan)
Un informe publicado por el Banco Mundial confirma que Colombia es el segundo país de Latinoamérica con mayor población de ninis: personas entre los 15 y los 24 años que ni estudian ni trabajan.
Es una pésima noticia. Los jóvenes, que son el más importante activo humano de un país, han tenido que pagar los mayores costos de la crisis económica que vive el mundo desde 2008. El desempleo juvenil triplica en promedio las tasas de desempleo de los países. En Colombia de los 6.3 millones de jóvenes que hay en el mercado laboral, 1.3 millones están desempleados y algo particularmente inquietante: el grupo más golpeado por el desempleo son las mujeres jóvenes con tasas que han alcanzado niveles superiores al 20%.
Millones de hogares colombianos padecen día a día con indignación, angustia y desesperanza la tragedia de tener uno o más jóvenes que ni estudian ni trabajan, sumidos en la rutina enervante de repartir hojas de vida, acudir a entrevistas y procesos de selección que no terminan en nada o escarbar oportunidades en el rebusque. ¿Quiénes y cómo impulsarán la economía ahora y en el futuro si en nuestro país tantos jóvenes no consiguen empleo, los que lo logran lo hacen en condiciones de precariedad y no menos de 80% laboran en la informalidad?
La deserción escolar, en especial de los hombres para buscar trabajo, el embarazo precoz y/o el matrimonio temprano en las mujeres, son las causas principales que convierten a nuestros jóvenes en ninis.
Uno de cada cinco hogares de hoy en Latinoamérica tiene un nini y según la OIT uno de cada tres jóvenes desempleados han estado buscando trabajo durante más de un año y corren el peligro de quedar rezagados si no lo hallan rápido. Seis de cada diez jóvenes que consiguen ocupación en nuestra región se ven obligados a aceptar empleos en la economía informal, con bajos salarios, sin protección ni derechos. Esto es demoledor en un país como Colombia donde la elitización de la sociedad comienza en las aulas y donde la educación de los jóvenes representa enormes sacrificios económicos para las familias y en muchos casos para los jóvenes mismos. Entre los pocos que llegan a la educación superior solo 76% de los profesionales y 67% de los técnicos están en el mercado formal. Los demás enfrentan la triste disyuntiva del “planeta nini” o la informalidad.
Las más golpeadas por el problema de los ninis son las familias humildes. El informe del Banco Mundial precisa que casi el 60% de los ninis de Latinoamérica provienen de los hogares más pobres o vulnerables y que 66% de los ninis son mujeres, todo lo cual tiende a perpetuar la desigualdad social en la región. También que en nuestro país, como en México y América Central, el problema de los ninis está vinculado al crimen y la violencia que terminan siendo refugio para muchos.
El problema no se limita a Latinoamérica. Según la OIT 75 millones de jóvenes en el mundo ni estudian ni trabajan. Esa dura realidad y la carga de pesimismo, rebeldía y desaliento que siembra a quienes la padecen, unidas al rechazo por la ineficiencia y corrupción de la política, explica el rápido surgimiento y acogida de movimientos de indignados que lanzaron a millones de jóvenes a las calles a realizar multitudinarias y dramáticas marchas y protestas en países como España, Francia, Alemania, Bélgica, Grecia o Italia.
Si Latinoamérica no encara y resuelve rápidamente el problema del desempleo juvenil perdería durante los próximos 20 años los beneficios del “bono demográfico” resultante de tener una población trabajadora joven ya que, a diferencia de lo que ocurre en la Unión Europea o en Japón, en nuestra región la proporción de niños y personas mayores en relación con la población en edad de trabajar llegará pronto a un mínimo histórico. Según la OIT las soluciones pasan por establecer políticas de empleo para jóvenes, intervenir en su beneficio la oferta o la demanda del mercado laboral, otorgar créditos blandos, becas y otros incentivos para evitar o impedir el abandono escolar, conectar mejor la educación con el empleo, estimular el espíritu emprendedor de los jóvenes y dar incentivos y ayudas –subsidios, guarderías- a madres jóvenes para que se mantengan en el estudio o en el mercado laboral.
Nuestro país registra importantes avances en esa materia como la Ley del primer empleo, que otorgó incentivos tributarios a las empresas que contratan jóvenes y que ha devuelto al sector formal el liderazgo en la creación de puestos de trabajo para ese grupo de la población. O los importantes esfuerzos del Mineducación para implantar la jornada única en escuelas y colegios oficiales. Sin embargo lucen como simples paliativos ante las proyecciones de la OIT que prevén para los próximos años un estancamiento de la tasa de desempleo juvenil, otro indicio de que nuestro país, como muchos otros del mundo, están desperdiciando su principal recurso humano y parecerían dispuestos a resolver parcialmente la crisis económica con cargo al sacrificio de ese fundamental segmento de la población, que en condiciones propicias tendría mucho que aportar al avance de la humanidad en terrenos como la economía, la cultura o la tecnología, entre muchos otros, un enorme despropósito que merece el rechazo y la indignación de los jóvenes y de todos los habitantes del planeta.