OPINIÓN
La coronación de Simón
Hay una novedad audaz: proponer que los hijos hereden automáticamente el capital político de sus padres –o de cualquier otro familiar–.
Las convenciones amañadas que vienen con burro amarrado, parecen estar de moda. Y no solo en el seno del Centro Democrático, cuya convención, hábilmente manipulada por el propio expresidente desde sus cuarteles de guerra –Pacho es el único que cree que Uribe no tuvo nada que ver con su ninguneada del uribismo–, logró ubicar al muñeco que él quería como candidato.
Ustedes me dirán si exagero pero a no ser que ocurra un milagro esto es lo que va a suceder en esa convención de Cartagena: el expresidente César Gaviria, que es el artífice de esta convención ungirá a su hijo Simón como el líder máximo de ese partido.
A cambio de esta coronación, porque en la política colombiana no hay nada gratis, la familia Gaviria le concederá la cabeza de lista a Horacio Serpa, sellando así una alianza entre dos fracciones del liberalismo que habían estado separadas desde que se destapó el proceso 8.000 y se descubrió que a la campaña de Samper habían entrado dineros del cartel de Cali.
De esta convención surgiría una nueva alianza, el serpo-gavirismo, cuya novedad más interesante sería la exclusión automática del expresidente Samper, quien según mis fuentes, habría sido puesto a un lado de manera conveniente, para que no dañe la foto. (¿Para qué desgastarse en tantas aclaraciones en torno a la división que hubo entre el gavirismo y el serpo-samperismo por cuenta del 8.000 si hoy duermen en la misma cama?)
La otra novedad es bastante más audaz: proponer la consolidación de las castas familiares como una vía para renovar las elites liberales. Es decir, que el hecho de que los hijos hereden automáticamente el capital político de sus padres –o de cualquier otro familiar– no va a ser ya un síntoma de endogamia como evidentemente lo es, sino una señal de movilidad democrática.
Esto es lo que Simón Gaviria ha llamado el renacer liberal, que en el fondo no es más que una vuelta al pasado-pasado; es decir, a la época de los virreyes de la Colonia donde se ungían a los escogidos antes de nacer y donde el privilegio se heredaba a través de la sangre.
Sobra aclarar que este ‘renacer liberal’ es tan antidemocrático como el uribismo. Quienes no estén de acuerdo con este mandato de sangre tienen dos opciones: o se someten a esa disciplina para perros o se van del partido como se han ido ya Piedad Córdoba, Eduardo Verano de la Rosa, Cecilia López, Alfonso Gómez Méndez, entre otros.
Lo que preocupa es que detrás de esta convención tan aparentemente democrática, se formalice un doble discurso en el liberalismo: el que les permite impulsar las alianzas mafiosas en las regiones, mientras en Bogotá se presentan como los defensores de las víctimas. Un partido así puede lograr la mayor votación de la Unidad Nacional en el Congreso, pero puede convertirse en el principal enemigo de la paz porque su sociedad de privilegios no reconoce ni siquiera la equidad.
¿A qué horas el Partido Liberal de López Pumajero, de Carlos Lleras terminó manejado con criterio de hacienda familiar como si fuera el Ubérrimo?