Apreciada AÍda, recuerdo ahora la conversación que tuvimos hace un año en el camino del aeropuerto Gardermoen hacia Oslo. Ninguno de los dos quiso mirar lo que ocurría afuera del vehículo. Ni el paisaje nocturno de esa autopista tranquila, ni la lluvia menuda que caía en ese otoño frío. Nada.
Teníamos la obsesión de hablar de Colombia y del proceso de paz que se abría en esos días en la capital de Noruega. Tenía yo la curiosidad de saber si en medio de unas negociaciones exitosas volverías a hacer política en esta tierra que es tuya. Sentí tu nostalgia, sentí tu ilusión, sentí la grave desconfianza que tenías hacia la dirigencia del país y hacia sus fuerzas militares.
Yo que soy un optimista irredimible te decía que esta vez tanto las Farc como Santos tenían la firme decisión de llegar a un acuerdo de paz. Las Farc sabían ya que nunca llegarían al poder por las armas y Santos entendía que era imposible acabar las guerrillas por la vía militar. Ambos comprendían, además, que la prolongación inútil de la confrontación traería un ciclo de violencias quizá más doloroso que los anteriores. En esa premisa elemental fundaba mi optimismo.
En la memoria tengo palabras tuyas señalando que en otras oportunidades también había voluntades mutuas de llegar a la paz y un turbio enjambre de fuerzas militaristas se había alzado contra esos deseos y había teñido de sangre los propósitos de reconciliación.
Cuando aludías a estas cosas alcanzaba a ver en tu rostro, a través de la tenue luz que nos acompañaba en el vehículo, la sombra de los recuerdos de la epopeya dolorosa de la Unión Patriótica. Pero recuerdo también que después de la amarga desconfianza salía a flote esa ilusión que trae la instalación de una mesa de negociaciones.
En algún momento saltó a la conversación tu regreso. En ese instante supe que eras una abuela feliz que afrontaba tanto el miedo a encontrarse con la agresión como la posibilidad desdichada de alejarse de los hijos y los nietos para meterse otra vez en el barro de la política.
La aceptación de la candidatura presidencial a nombre de la Unión Patriótica me dice que tus temores han cedido. Me indican que ahora sientes que las cosas están cambiando en nuestro país. No te engañas. La gran acogida que tuvo tu regreso en los medios de comunicación es apenas una señal de algo más profundo.
En estos días asistí a una comida del presidente Santos con los miembros del equipo negociador de paz, con algunos periodistas y con líderes políticos, para hablar de las negociaciones de La Habana. Pude percibir la importancia que le dan a una participación exitosa en la actual campaña electoral de la izquierda que estuvo ligada a las negociaciones de paz de los años ochenta.
Eres un símbolo indiscutible de ese tiempo y de ese proyecto político y ellos lo saben. Creo que entiendes a cabalidad que eso significa una gran responsabilidad. Lo vi en las declaraciones que siguieron a la convención que proclamó tu candidatura.
Vi que llamabas a Clara López y a Navarro para buscar una candidatura única de la izquierda. Eso me alegró. Es sabiduría de abuela. Quizá sea imprescindible moverse un poco más hacia el centro del espectro político y procurar una unidad más amplia para disputar un electorado urbano que demanda reformas y reorientación del país, pero que le teme a los radicalismos.
Es muy probable que las limitaciones del tiempo y las mezquindades impidan la gestación de una coalición de izquierdas para enfrentar el debate presidencial y para garantizar la conquista de una respetable bancada parlamentaria. Pero hablar de este propósito con entera convicción y ponerse a la tarea de agitar la propuesta en los medios de comunicación y entre los grupos políticos es un gran aporte al país, a los anhelos de paz y a la irrupción de nuevas alternativas políticas en una Nación ansiosa de pluralismo. Es para mí una gran satisfacción verte en ese papel.
Sé poco de la actividad electoral pura y dura, pero pienso que si lanzas rápidamente una campaña audaz y unitaria, si ayudas a la conformación de listas al Congreso plurales y novedosas, puedes tener un gran impacto en las izquierdas y en el movimiento social, y eso hará pensar a los demás grupos en la urgencia de una coalición.