OPINIÓN
¿Por qué las encuestas se están equivocando tanto?
Las personas no lo sostienen públicamente, pero, en la soledad del cubículo electoral, deciden en función de sus inconfesables convicciones.
Es algo que no está pasando únicamente en Colombia. Las encuestas electorales han tenido enormes errores en Gran Bretaña, en Estados Unidos, en Francia, en Perú, en Ecuador y recientemente en Chile, donde este domingo se definirá la Presidencia en una segunda vuelta. Las encuestas que –hace unos pocos años– eran el faro de las decisiones políticas ahora rara vez aciertan. Los encuestadores, aquí y en todas partes, están gastando cada vez más tiempo en explicar por qué sus números no coinciden con las votaciones.
Las razones de este descrédito universal son diversas y tienen que ver tanto con los acelerados cambios demográficos en los países como con las transformaciones tecnológicas, que volvieron obsoletas herramientas y técnicas de recolección de datos tradicionalmente usadas por las firmas encuestadoras.
Para empezar por algún lado, consideren que antes las encuestas se clasificaban en telefónicas o presenciales. El directorio telefónico de las ciudades se tenía como base de datos poblacional y a partir de un número se concluían muchas cosas. El número de la línea indicaba dónde se encontraba el teléfono, si era un barrio de estrato 2 o de estrato 5, y la representatividad estadística era distinta si quien respondía la llamada era el padre, la empleada doméstica o el hijo menor de edad. Hasta hace unos años, la línea telefónica era compartida por toda la familia y el principal recurso de comunicación con el mundo exterior.
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Eso cambió para siempre con la llegada de los teléfonos celulares que son móviles y de uso individual. La guía telefónica celular no es pública, y si lo fuera, tampoco podría definir tan certeramente la clasificación social del usuario como lo lograban los fijos que hoy parecen estar en vía de extinción. Este cambio ha afectado sustancialmente las encuestas.
La técnica de recolección presencial que sin duda es más precisa también ha sufrido cambios. El crecimiento vertical de la construcción y la aparición progresiva de conjuntos cerrados ha vuelto más difícil la recolección de datos o excluido de las muestras a segmentos importantes de la población.
Como es difícil acceder a edificios o comunidades habitacionales cerradas, los encuestadores han desarrollado una técnica llamada de interceptación que consiste en parar a la persona en la calle y determinar a ojímetro si es un residente de la zona para hacer la encuesta. Muy creativo, pero menos exacto.
Estos recursos aproximativos en la conformación de la muestra van pasando su factura en los resultados finales.
Otro gran problema consiste en que la ‘encuesta de encuestas’ que es el censo poblacional cada vez se desactualiza más rápido por la movilidad social y geográfica contemporánea. Si pierden vigencia los censos, mucho más las encuestas que los usan como universo representativo de la sociedad.
También incide que la esperanza de vida va en aumento y cada vez hay más personas mayores votando. En Colombia los hombres están viviendo hasta los 72 años en promedio y las mujeres hasta los 79, casi 20 años más que en 1980. Los jóvenes que ganan su derecho al voto son muy activos opinando, pero rara vez votan.
A todo esto se añade que en estos tiempos ‘políticamente correctos’ muchas personas son menos dadas a expresar sus verdaderas opiniones o gustos. Recientes elecciones han demostrado, por ejemplo, que el racismo, la xenofobia o la homofobia existen más allá de lo que las mediciones estadísticas indican.
Ese fenómeno de ocultamiento de las posturas políticamente incorrectas se conoce como ‘La espiral del silencio’. Las personas no lo sostienen públicamente, pero, en la soledad del cubículo electoral, deciden en función de esas inconfesables convicciones.
Al menos cuatro de los candidatos presidenciales colombianos se han puesto en el partidor por cuenta de las encuestas. Las mismas encuestas que podrían estar equivocadas de cabo a rabo.