OPINIÓN
El reportero que no se cansó
Castro Caycedo solo necesitó ver la imagen una vez, soltó un suspiro que era a la vez de tristeza y alivio y me dijo: “es él, es Carlos Horacio Urán”.
Germán Castro Caycedo es el escritor de no ficción más leído de Colombia. Ha escrito 19 libros. Llevó el periodismo de investigación a la televisión colombiana. Ha ganado importantes premios nacionales e internacionales y es un maestro del oficio. Más allá de estos merecidos honores, el único título que reclama es el más sencillo y honroso: reportero.
Como reportero Germán sabe que su misión no es hacer justicia sino revelar verdades ocultas. Aunque la impunidad y el olvido cubran la mayoría de esos descubrimientos.
Buscando una de esas verdades, Germán Castro se gastó 22 años. Empezó en noviembre de 1985 en una morgue del Instituto de Medicina Legal y terminó en agosto de 2007 en una sala de edición de Noticias Uno.
La historia tiene como protagonista a un amigo del reportero, Carlos Horacio Urán, un joven y brillante jurista que trabajaba como magistrado auxiliar del Consejo de Estado cuando se presentó la toma criminal del Palacio de Justicia por parte del M-19.
En los primeros minutos de la toma, Urán alcanzó a llamar a su esposa Ana María Bidegaín, que en esa época era profesora de la Universidad de los Andes. Le expresó su angustia por lo que estaba viviendo, le dijo que la quería y le recomendó cuidar a sus cuatro hijas si no podía volver a verlas.
Después no se volvió a saber de él.
Tratando de ayudar, Germán Castro Caycedo buscó información con autoridades y colegas pero nadie le dio noticias de Carlos Horacio Urán. Desconsolado fue a buscar el cuerpo de su amigo a la morgue, pero tampoco estaba ahí. Por lo menos, no estaba en la sala en la que habían puesto los cadáveres de las víctimas civiles de la toma.
Fue entonces cuando surgió una luz de esperanza.
La noche del jueves 7 de noviembre de 1985, en un informe del noticiero 24 Horas, tanto Ana María como Germán vieron fugazmente la imagen de Carlos Horacio Urán saltando en un pie y rodeado de militares saliendo del incendiado Palacio de Justicia. Estaba herido pero vivo. Sin embargo, no aparecía por ninguna parte.
La ilusión se apagó al día siguiente. El cuerpo desnudo de Urán fue entregado a una amiga de su esposa. Estaba en Medicina Legal pero, inexplicablemente, en la sala donde depositaron los cadáveres de los guerrilleros abatidos en la toma.
La imagen que vieron en el noticiero se refundió en los archivos y la única copia que consiguió Ana María la entregó al general Nelson Mejía que no dio explicaciones, ni regresó la cinta. Solamente dijo que era la impresión de una viuda y que el hombre que aparecía en la grabación no era su esposo.
Germán Castro Caycedo, constante y terco, siguió buscando esa imagen o una foto por años. Y nada.
En agosto del año 2007, una fuente de información cuya identidad no puedo revelar, me entregó el video con la imagen del magistrado Carlos Horacio Urán saliendo vivo del Palacio, saltando en un pie, como su esposa Ana María Bidegaín y su amigo Germán Castro Caycedo venían diciéndolo por 22 años.
Seis periodistas de Noticias Uno trabajamos cuatro días con sus noches para identificar las circunstancias y contar la historia. Yo había oído del propio Germán Castro Caycedo el relato de su búsqueda incesante y por eso lo llamé, antes que a nadie.
La grabación con la imagen recién transferida estaba en una sala de edición. Germán llegó 40 minutos después y se sentó frente a la pantalla, mientras el editor empezaba a rodar el video.
Los que lo conocen saben que tiene un ojo entrenado por sus muchos años de televisión y un carácter recio que lo aleja de las sensiblerías.
Castro Caycedo solo necesitó ver la imagen una vez. Cerró los ojos, apretó las manos, soltó un suspiro que era a la vez de tristeza y de alivio y me dijo: “Es él, es Carlos Horacio Urán”, mientras una lágrima caía sobre el bigote blanco.
Epílogo: La Corte Interamericana de Derechos Humanos estableció esta semana que Carlos Horacio Urán salió vivo del Palacio de Justicia en manos de militares. Su cadáver, con signos de tortura y un tiro de gracia, fue regresado después a las ruinas del edificio incendiado.