OPINIÓN
Duque, historiador
Ahora sale a decir, regañado con menosprecio por el presidente de los Estados Unidos cuyas instrucciones sigue al pie de la letra, que los gobiernos de Colombia han tenido siempre “una política exterior digna y respetable”.
El presidente Duque responde al regaño del presidente Trump, diciendo:
“Colombia es un país que nunca ha tenido una política exterior servil. Todo lo contrario. Ha tenido siempre una política exterior digna, respetable, y así la seguiremos manteniendo…”.
Ahora sale a decir, regañado con menosprecio por el presidente de los Estados Unidos cuyas instrucciones sigue al pie de la letra, que los gobiernos de Colombia han tenido siempre “una política exterior digna y respetable”.
Qué mal conoce la historia de Colombia el presidente Iván Duque: se nota que se educó en Washington. Empezó diciendo aquello de que los “founding fathers”, los padres fundadores de los Estados Unidos, Washington y Jefferson y Franklin y Madison, y después Adams y Monroe, habían jugado un importante papel de ayuda para la independencia de las colonias españolas de América, cuando lo que hicieron fue oponerse. Y no por agradecimiento a España por la ayuda prestada a su propia independencia de Inglaterra, pues la gratitud no ha sido nunca una virtud pública norteamericana; sino por el temor, justificado, de que una América española liberada de España cayera bajo la influencia de Inglaterra. Y ahora sale a decir, regañado con menosprecio por el presidente de los Estados Unidos cuyas instrucciones está obedeciendo al pie de la letra, que los gobiernos de Colombia han tenido siempre “una política exterior digna, respetable, y así la seguiremos manteniendo”…
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Falso. Es triste tener que decirlo, pero los gobiernos colombianos han mantenido, desde que el vicepresidente Santander se empeñó en invitar a los Estados Unidos al frustrado Congreso Anfictiónico de Panamá, una política servil ante los Estados Unidos. Hay razones para explicarlo: a la fuerza ahorcan. Pero no es posible negarlo, como pretende Duque. Y ese servilismo, llamado por casi todos los predecesores del actual presidente “relación especial” y “asociación estratégica”, lo hemos pagado con creces. Con la vergonzosa reacción de perro apaleado ante el zarpazo norteamericano sobre Panamá, que consistió en mendigar una compensación económica (la famosa “danza de los millones” que se despilfarró en comisiones de intermediarios).
Con la participación como carne de cañón en la Guerra Fría contra el comunismo internacional, tanto en Corea como aquí mismo. Concluida la Guerra Fría en el mundo por el hundimiento de la Unión Soviética y tardíamente también aquí por los pactos con las Farc, lo seguimos pagando con la entrada en las dos nuevas guerras inventadas por los Estados Unidos para justificar su aspiración a la hegemonía mundial: la guerra contra la droga y la guerra contra el terrorismo. La guerra contra la droga, que destruye a Colombia; y contra el terrorismo, esa vaguedad nebulosa.
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Y ahora, finalmente, con la utilización de Colombia como punta de lanza en la agresión contra Venezuela, en la cual el presidente Duque ha llegado al extremo de dar por bienvenida la intervención militar a través de nuestro territorio.
Pero como cosa propia, “digna y respetable”: no obligada. Así decía patéticamente el presidente Ernesto Samper cuando le iban a quitar la visa que su lucha contra el narcotráfico era “por convicción, y no por coacción”. Así, ahora dice Duque, hablando de lo mismo, y decidido ya a seguir las órdenes de volver a la dañina fumigación aérea con glifosato, que lo hace porque “es nuestro deber moral y nuestro compromiso con el pueblo colombiano”.
No se lo cree nadie.