OPINIÓN ON-LINE

Vendedores ambulantes y capitalismo salvaje

Arremeter contra los vendedores ambulantes es atacar el eslabón más débil de la cadena y dejar impunes y en la sombra a quienes se aprovechan de su pobreza.

Semana.Com
8 de marzo de 2016

A mí siempre me produce un sentimiento ambivalente el desalojo de los vendedores ambulantes. Por un lado, siento una profunda solidaridad con las personas desalojadas. Por otro lado, me emociona el rescate del espacio público. El dilema parecería ser, entonces, entre el derecho al trabajo de familias humildes versus el derecho al tránsito de los peatones, la superación de potenciales focos de inseguridad y la recuperación de la estética urbana.

Si este fuese el dilema real, sin ninguna duda, yo estaría a favor de sacrificar lo segundo por lo primero. ¿Cómo negarles a personas de escasos recursos su medio de sobrevivencia? ¿Cómo condenar de hambre a familias pobres?  Sin embargo, he descubierto que se trata de un dilema que oculta otras realidades muy crudas e impactantes.

Para ello, decidí hacer un ejercicio muy simple: preguntarle a los vendedores ambulantes por el origen de sus mercancías y por la ocupación del espacio.

Con respecto a lo primero, es evidente que no todos los vendedores ambulantes venden lo que producen. Por ejemplo, aretes, collares o artesanías. La inmensa mayoría dependen de proveedores de todo tipo de mercancías que se lucran de manera criminal con la pobreza y el desplazamiento forzado. Les entregan al amanecer las mercancías (flores, frutas, dulces, helados, etc.) e, incluso artículos de contrabando (tenis, juguetes, cigarrillos, etc.) y así logran unas altas ganancias pues no tienen que pagar ni salud, ni prestaciones, ni gastos de oficina, ni servicios públicos, ni impuestos. Simple y llanamente les entregan a unas personas sus mercancías y éstas deben venderlas bajo el sol y la lluvia, sin baños públicos, sin horarios y sin ninguna protección laboral. Es decir, es el capitalismo salvaje en su expresión más depravada y criminal.

Pero, además, los vendedores ambulantes deben sacrificar parte de sus escasas ganancias pagando una renta a los mafiosos que controlan cada esquina de la ciudad para poder vender sus mercancías. O pagan o son agredidos y expulsados. Punto.

Es paradójico: pero, en muchas ocasiones, cuando defendemos el comercio informal no estamos protegiendo a los humildes vendedores de la calle, sino, a los criminales que los explotan por la comercialización de sus productos o por la ocupación del espacio. Es decir, no estamos en el fondo beneficiando al trabajador informal sino a sus depredadores.

En otras palabras, estos vendedores informales que muchos ven como unos ocupantes ilegales del espacio público y que, por lo tanto, deberían ser desalojados a la fuerza, no solamente son víctimas de la pobreza, sino, además, víctimas de una doble explotación económica y rentística.

Por ello, arremeter contra los vendedores ambulantes es atacar el eslabón más débil de la cadena y dejar impunes y en la sombra a quienes se aprovechan de su pobreza, debilitan  los ingresos de las ciudades al no pagar impuestos, le hacen una competencia desleal al comercio formal y, por tanto, limitan el crecimiento de empleos decentes.

A mi modo de ver para enfrentar las ventas callejeras y la ocupación del espacio público es indispensable, primero, poner en cintura a quienes están detrás de estas ventas informales y quienes se apropian por vía mafiosa de los espacios públicos. ¿Pero alguien investiga a estos empresarios en la sombra? Nadie. Es más fácil y menos riesgoso criminalizar al vendedor de la calle.

Sin duda, las medidas que están tomando muchas alcaldías del país en asocio con las Cámaras de Comercio son importantes: la reubicación de los vendedores en puestos fijos para que puedan evitar a las mafias del espacio público, ofrecimiento de locales apropiados, cursos de capacitación para que puedan reducir la sobreexplotación económica de los “empresarios en la sombra”, esfuerzos para ampliar las plazas de trabajo en el comercio formal, etc. O sea, un trato digno que debe complementarse con mano dura contra las sanguijuelas que viven de su trabajo.

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