OPINIÓN
El amargo sabor del chisme
Antes de hablar, es importante tener en cuenta tres cosas: que lo que se vaya a decir sea verdadero, que haga el bien a otros y, finalmente, que sea necesario decirlo.
Todos los seres humanos –en mayor o menor medida-, en muchos momentos nos sentimos atraídos por este famoso término: el chisme. Hablar de otros, de lo que pasa con la vida de los demás, de quiénes empiezan una relación y quiénes la terminan, quiénes pasaron un parcial y quiénes lo perdieron, quiénes estuvieron en un paseo y quiénes no, cómo estaban vestidas las personas en un evento social, entre muchas otras cosas. Todas estas cosas acaban siendo una fuente de conversación que con mucha frecuencia hacen daño. No sólo a quienes están siendo víctimas de la crítica, sino también a quienes están criticando.
Hace poco conversé con una persona que valientemente me decía que cada vez disfrutaba menos los espacios del almuerzo laboral porque se habían convertido en espacios en los que se aprovechaba para criticar a la persona que no estuviera presente. Por esta razón ella se sentía obligada a ir para evitar que fuera a ser ella el blanco de la crítica y el objeto de burla. Pero por otro lado ya estaba empezando a sentirse muy incómoda y aburrida porque además de querer hablar de otras cosas, cada vez se sentía peor de estar hablando de los demás. “Siempre que termino de almorzar me siento horrible porque me doy cuenta que hablé mal de todas las personas de la oficina, que critiqué desde la forma de vestir y hablar de mis compañeros, hasta la manera como viven su vida. Y me siento horrible porque no quiero hacerlo pero ya es la dinámica que se ha instaurado en los almuerzos: hablar mal del que no está”.
Me decía que al regresar a la oficina, no sólo no podía mirar a los ojos a las personas de las que había “rajado”, sino que además se daba cuenta que la mayoría de las cosas que se habían dicho eran chismes. “Más de la mitad de las cosas las terminamos inventando porque alguien oyó algo en un corredor, en una conversación telefónica o en un baño. Pero en realidad no sabemos con certeza si lo que estamos hablando es cierto o no”. Todo esto terminó llevando a que el ambiente laboral fuera deteriorándose hasta tal punto que muchas personas preferían almorzar solas que hacerlo con sus compañeros. A la hora de organizar trabajos en grupo, era difícil que se integraran porque, a raíz de los chismes, existía una enorme desconfianza entre unos y otros; tanto que ya ni siquiera lograban comunicarse en temas estrictamente laborales. Finalmente la misma compañía tuvo que contratar una asesoría externa para poder mejorar el ambiente laboral, tarea que tomó mucho tiempo pues una vez que se ha perdido la confianza es muy difícil recuperarla.
En este caso, como en muchos otros, los conflictos terminan siendo la consecuencia de la distorsión de la información, distorsión que propician y mantienen las mismas personas al hablar más de la cuenta. Muchas veces nos dejamos seducir por esta tentación por caer bien, por entrar en un grupo, por quedar bien ante otras personas, o simplemente por el ‘placer de rajar’, como alguna vez escuché que decía alguien. El gran problema de hablar sin pensar, pero sobre todo sin tener la certeza de que lo que se está diciendo es cierto, es que se hace un enorme daño, daño que muchas veces es irreversible porque las palabras dichas y el daño causado por ellas generalmente no se pueden borrar. Aún en los casos en que quienes fueron víctimas de un chisme malintencionado sobre algo que no era cierto logran demostrar que era mentira para reconstruir su imagen, su reputación, lo dicho, dicho está. Y cuando se acaba con la reputación de una persona es muy difícil volver a recuperarla.
Los grandes sabios y maestros a lo largo de la historia han enfatizado siempre en la importancia del silencio, de hablar menos, de ser más conscientes de lo que decimos. Desafortunadamente es una lección que a todos nos ha costado aprender y que muchas veces sólo aprendemos cuando ya hemos sido víctimas del daño que alguien nos hizo con un chisme, o cuando de alguna manera se nos devuelve el daño que le hemos hecho a otra persona por hablar más de la cuenta sin saber a ciencia cierta si lo que decimos corresponde a la verdad. Hablar es un acto automático y por eso mismo es difícil pensar antes de hacerlo. Pero como todo es difícil antes de ser fácil (Nardone, 2009), es muy útil y benéfico acudir a la sabiduría de los grandes maestros, quienes plantean que antes de hablar es importante tener en cuenta tres cosas: que lo que se vaya a decir sea verdadero, que además le haga un bien a los demás y, finalmente, que sea necesario decirlo. Si lo que vamos a decir lo pasamos antes, mentalmente, por estos tres filtros, vale la pena decirlo. De lo contrario, siempre es mejor el silencio.
*Psicóloga – psicoterapeuta estratégica
ximena@breveterapia.com
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