MARTA RUIZ
El milagroso
Me imagino que el procurador debe estar apretándose el cilicio.
El tiro con el que intentaba matar políticamente al alcalde Gustavo Petro le está saliendo por la culata. En lugar de ganarse el aplauso popular por destituirlo e inhabilitarlo, logró el milagro de unir a medio país contra él mismo. Y, muy a su pesar, le dio un vigor inusitado a la campaña política de la izquierda. Ahora la unidad de la Alianza Verde, la UP y varios de los movimientos sociales tiene una bandera de largo aliento: la defensa de la democracia. Ordóñez también tiene en alza la popularidad de un Petro convertido en mártir.
Hay quien se pregunta cándidamente por qué las otras 700 destituciones de la Procuraduría no causaron tanto revuelo. Sencillamente porque esta lleva una carga de profundidad muy bien calculada. No es un problema sólo de las excesivas facultades que se arroga la Procuraduría, ni de la borrachera de poder de Ordóñez, ni siquiera de las muy cuestionadas marrullas clientelistas que lo han hecho intocable. El problema de fondo es que si no se garantiza el pluralismo, no es posible la paz, como lo señaló, acertadamente, Kevin Whitaker, próximo embajador de Estados Unidos en Colombia. Y Ordóñez lo sabe muy bien. Justamente, ese es su mensaje: el pluralismo es una quimera en Colombia.
El mensaje es para las FARC. Porque con la destitución de Petro lo que el procurador está notificándole a la guerrilla es que la derecha colombiana puede tolerarlos en las urnas, pero no gobernando. Que la derecha no dejará prosperar ideas de corte socialista, ni dejará entrar el fantasma de la “estatización” en la administración pública. Que si son elegidos, no podrán poner en práctica sus ideas.
Observen si no los argumentos de Ordóñez para liquidar la carrera política de Petro. La mayoría son una defensa a rajatabla de la libre empresa, no de los ciudadanos, ni de la ciudad ni del Distrito. Son los empresarios del aseo, y sus magníficas ganancias lo que le quita el sueño.
Pero Ordóñez ha hecho otro milagro, y es convertir la calle en un escenario de la política. La movilización de esta semana no ha sido por la papa, ni por el café ni por la salud, ni la educación. Han sido por algo hasta hace poco intangible y devaluado entre la opinión pública: la democracia. Los bogotanos, que se aguantaron impasibles el saqueo de Bogotá, se han volcado a las calles para ponerle freno la gula de Ordóñez. Porque no hay cosa que indigne más a la gente que los abusos que provienen del propio Estado.
Muchos sectores del establecimiento tiemblan ante la movilización social. Olvidan que esta es un instrumento de la democracia y no siempre una herramienta de los populistas. La movilización es la que ha permitido que salgan adelante las agendas de cambio más importantes que ha tenido el país.
Así lo entendió Carlos Lleras cuando creó la ANUC para darle vida a su reforma agraria de los años 60, y también un sector importante de las clases medias cuando empujaron la Séptima Papeleta que hizo posible la Asamblea Nacional Constituyente. La movilización, más que un riesgo, es un presagio de cambio. Una sed de cambio.
En este escenario creado por Ordóñez, la nueva alianza de la izquierda tiene todo para crecer y convertirse en el fenómeno político de las próximas elecciones: una ciudadanía inconforme, la bandera de la democracia en sus manos, una esperanza de paz en el horizonte y la mirada vigilante de la comunidad internacional. Mejor imposible.