Quienes hayan seguido de cerca las cuentas de Twitter de Álvaro Uribe y sus promotores virtuales, ya habrán descubierto que el uribismo vive en un mundo paralelo. Un mundo distinto de la Colombia en que vivimos los demás mortales, un mundo feliz que evoca el universo literario distópico de Huxley, un mundo virtual pero además fantástico.
En el mundo paralelo del uribismo pasan cosas tan increíbles –y maravillosas- como que el conflicto armado interno más viejo que hoy tiene la otra versión del planeta, la real,
no existe. Allí los corruptos y los mentirosos compulsivos (con mayor razón si tuvieron columnas mercenarias delirantes durante años) no van al infierno ni a la cárcel, sino que son premiados con renglones de privilegio en las listas al Congreso de un movimiento político que, de poder hacerlo, aspiraría no solo a que el logo y el tarjetón del partido sino incluso los billetes del país -al igual que en Disneylandia- llevaran la foto del profeta.
En el mundo paralelo del uribismo, capaz de un infinito perdón, los delincuentes de cuello blanco son víctimas de un “complot criminal” de la rama judicial contra los más grandes próceres de la patria. No importa que en el otro mundo malsano, el real, haya pruebas en abundancia de la culpabilidad de todos estos héroes.
Ahora bien, hay que reconocer que no todo es perfecto en el mundo paralelo del uribismo. Allí existe un raro “deterioro de la seguridad”, a pesar de que los principales indicadores de intensidad del conflicto muestran mejoría y a pesar de que las FARC, por primera vez en su historia, tienen verdadera voluntad de negociación debido a que están en una posición de franca desventaja militar.
También se vive en el mundo paralelo del uribismo un extraño “declive económico”, aunque la economía lleva tres años creciendo, el índice de Gini descendiendo y la tasa de desempleo alcanzó el nivel más bajo de los últimos doce años. En este punto el mundo paralelo del uribismo coincide con otro mundo paralelo, que aunque no goza de tanta popularidad en Colombia, es habitado por otros seres políticos alados igual de sorprendentes: el del Polo Democrático y los fundamentalistas de izquierda, quienes no creen en las estadísticas sino solo en la incapacidad intrínseca de gestión de cualquier gobernante que no salga de sus filas. En este mundo paralelo de izquierda, el conflicto entre Uribe y Santos está basado apenas en “diferencias personales” y cosméticas, sin importar que se trate de la oposición política más virulenta de los últimos tiempos. Además, en este otro mundo paralelo cuando los gobernantes de izquierda son ineptos o van a la cárcel por corruptos, fue porque dejaron de ser de izquierda y no porque fueran ineptos o corruptos.
Volviendo al mundo paralelo del uribismo, su máximo líder piensa que el presidente Juan Manuel Santos
debería ir a la cárcel dizque por haber “engañado al 90% de 9 millones de votos” (sic). Entiéndase desde luego que quiso decir “9 millones de colombianos”, pues es imposible engañar a un voto, y entiéndase por “engaño” no someterse sumisamente a los deseos del mesías. Sin embargo, curiosamente, en este mundo paralelo no importa que quien lanza la acusación esté libre, a pesar de haber sido el directo beneficiario del engaño a 45 millones de colombianos que estamos hoy sometidos a una reforma constitucional que fue consumada mediante delitos por cuya comisión hay varios condenados pagando cárcel.
En el mundo paralelo del uribismo, la paz es un objetivo indeseable y en cambio la guerra es el fin primordial del Estado. Allí solo es aceptable una derrota militar que podría demorarse en llegar otro medio siglo de muertos. Por esta razón, hay que oponerse a cualquier proceso de negociación y mantener indefinidamente el desangre, la pobreza y la desigualdad que produce la guerra.
En el mundo paralelo del uribismo, el cumplimiento de la Constitución por parte del presidente en ejercicio (que le ordena tener agenda propia y no ser un títere de ningún caudillo pues el mandato democrático es personal e intransferible), la autonomía frente a los dogmas del profeta o cualquier otro gesto de inteligencia se entienden como una “traición”. Pero este tema, el de la asombrosa “traición a la uribista”, amerita por lo sustancioso que le dediquemos una próxima columna.