OPINIÓN ONLINE
Un índice y un pulgar hacia abajo
Con 50/100 en el índice de libertad de expresión e información está claro que no sólo es riesgoso ejercer el periodismo en nuestro país, sino que Colombia entera está mal informada.
Un índice puede ser el dedo que sirve para señalar una dirección. También es una tabla de contenidos en un libro. O la medida estadística para determinar situaciones y cambios en un mercado o una canasta. Especialmente si esa canasta tiene varios ingredientes que afectan o sirven para indicar su valor que generalmente se da de 0 a 100. En términos más simples, un índice es como una cuchara para probar qué tal está la sopa. El Proyecto Antonio Nariño hizo un índice para medir cómo está la sopa de la libertad de expresión y el acceso a la información en Colombia y constató no sólo que es riesgoso ejercer el periodismo en nuestro país sino que Colombia entera está mal informada. ¡Nos rajamos: Sacamos 50/100!
Debería importarnos muchísimo esa nota que indica el mal sabor de la sopa porque como dice Owen Fiss, la educación formal es vital pero se acaba pronto y los periódicos y la información disponible son una forma de educación continuada, además de un derecho para ejercer otros derechos. ¿Por qué y en qué nos va tan mal?
Para entender cómo se midieron los avances y retrocesos de la libertad de expresión, este índice consideró importante analizar cuatro ingredientes: acceso a la información, ambiente para la libertad de expresión y la información, agresiones directas e impunidad en delitos contra periodistas. Así, la calificación de 50/100 se obtuvo de promediar los puntajes obtenidos en cada una de estas dimensiones.
La dimensión o el componente con el peor desempeño es el de impunidad, que recibió una puntuación de 33,9/100. Para nadie es un secreto que las denuncias en la Fiscalía por amenazas, lesiones personales y homicidios contra periodistas se quedan en las primeras etapas, en indagación. La justicia sigue mostrando pues su baja capacidad de respuesta en estos delitos que son los más frecuentes contra periodistas. Y con ello queda en el aire la falta de castigo para los perpetradores y la vulnerabilidad que conlleva ejercer el periodismo.
El segundo ingrediente que saca mala nota mide qué tantas posibilidades tiene la ciudadanía de conocer la información de entidades públicas y la cantidad de medios con los que uno se puede informar. Aquí sacamos 39,7/100. En parte, porque la ley de transparencia y acceso a la información pública de 2014 apenas se está empezando a implementar. Se ve que la voluntad política para que se aplique la ley no avanza como quisiéramos, la tarea es lenta y aún no hay cambios. Pero lo que más baja la nota son la escasa pluralidad y diversidad de medios de información en los departamentos y las respuestas a solicitudes de información que son malas porque las entidades no responden, responden tarde, incompleto o en formatos que no son fácilmente trabajables. Aquí hay campo para mejorar.
El ambiente para la libertad de expresión es el tercer componente y en él sacamos 57,3 puntos sobre 100. Aquí lo que se mide es el contexto político, económico, legal y profesional del periodista. La cosa es mala porque tenemos todos los vicios que afectan al periodismo: hay demasiadas demandas penales por injuria y calumnia, que no son la mejor fórmula de control social de la labor periodística, cero transparencia en la asignación de pauta publicitaria pública y privada, no hay estabilidad laboral para los periodistas, se cambia la posición editorial por favores y se autocensura por miedo a perder la vida, al despido o al cierre del medio.
Finalmente, nos queda la dimensión que mide las agresiones a periodistas y a medios que obtuvo una calificación mediocre de 74,7 puntos sobre 100. A pesar de que es el componente menos malo, sigue habiendo cifras alarmantes: conocimiento de 69 periodistas sobre casos de violencia sexual, 74 casos de agresión física o psicológica y 205 amenazas, así como 9 atentados contra infraestructuras de medios y 15 medios hackeados u obstruidos en los últimos 3 años.
Ya sabemos qué está mal en la receta de las libertades informativas. Ahora toca ponerlo en práctica, para que la próxima cucharada dé un mejor sabor. No sólo por la vida y la integridad del periodismo, sino porque los que salimos perdiendo somos quienes vemos lejana la posibilidad de seguir educándonos de manera plural, equitativa y veraz.
*Subdirectora del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (www.dejusticia.org)