EN DEFENSA DEL DEFICIT FISCAL
El déficit fiscal se ha convertido en el gran villano de la política económica. Hasta hace unos pocos años, siguiendo los viejos principios keynesianos, el déficit fiscal se habría visualizado como la política correcta en medio de una recesión. Hoy en día, la nueva ortodoxia de la "moneda sana" ha desplazado al keynesianismo, con su diagnóstico del origen monetario de la inflación, dentro del cual el déficit fiscal juega siempre un papel perverso, ya sea como generador de expansión monetaria o como desplazador del gasto privado, en la medida en que compite con el sector privado por un crédito escaso. No es sorprendente que esta escuela, cuyo eje ideológico es la Universidad de Chicago, haya invadido los reductos de la ortodoxia mundial (el Fondo Mone tario Internacional, por ejemplo) y los regímenes conservadores del mundo capitalista. Es sorprendente sin embargo, su capacidad para infiltrar otros círculos, entre ellos nuestro actual gobierno y algunos economistas del país que no comulgan con los postulados de libertad de mercado de la misma escuela.
Aunque comparto la idea de que es necesario evitar que las actuales tendencias del déficit público se vuelvan explosivas y de que es urgente robustecer la tributación directa, considero que en las actua les circunstancias de recesión y déficit externo una parte del diagnóstico monetarista de la inflación y el déficit fiscal es errónea y la otra francamente peligrosa para la economía nacional. En primer término, no es cierto que la inflación colombiana tenga en la actualidad un origen monetario. Es más bien la reproducción de un proceso que lleva en el país ya algunos años y que deriva su persistencia de la pugna distributiva que subyace a todo proceso inflacionario. En me dio de él, todos los sectores luchan por mantener o incrementar su participación en el ingreso nacional, a través de su acceso desigual a los mecanismos de fijación de precios (los precios administrados por las empresas o el Estado y los contratos laborales). Son, por lo tanto estos mecanismos, y no la creación de dinero, los que deberían ser atacados directamente si se desea controlar la inflación: desafortunadamente, los instrumentos para hacerlo en una sociedad democrática son muy limitados.
Por otra parte, no es cierto que el déficit fiscal signifique en las actua les circunstancias una creación masiva de medio circulante. No se debe olvidar que el país atraviesa un período de severo déficit externo. En 1982, el déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos será de unos $ 120.000 millones, es decir un 5% del producto interno bruto, magnitud superior al déficit fiscal actual. Si este déficit no se cubre con endeudamiento externo, genera una caída en las reservas internacionales (en el año en curso ya se han perdido unos US& 750 millones de reservas), con una contracción monetaria que es necesario compensar. El déficit fiscal actual es entonces, en gran parte, un mecanismo monetario compensatorio de esta naturaleza. Además, en la medida en que se financia externamente, simplemente ayuda a mantener la liquidez internacional del Banco de la República, sin generar un efecto monetario neto.
Un déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos tiene además un efecto recesivo sobre la actividad económica nacional, al reducir la demanda agregada. En estas circunstancias, el déficit fiscal debe ayudár a compensarlo, de lo contrario, el efecto desfavorable del déficit externo se manifestará con toda su fuerza. El déficit fiscal no puede así reducirse o eliminarse en la actualidad sin perjudicar seriamente la demanda agregada y, por ende, la actividad económica. El gobierno puede, por supuesto, tratar de com pensar el efecto recesivo de la reducción del déficit fiscal con su política de construcciones y la reducción del déficit externo. El efecto macroeconómico neto de una política de esta naturaleza debería analizarse con mucho detenimiento.
La reducción del déficit fiscal sería además grave por sus efectos desfavorables para el desarrollo del país a largo plazo. En el pasado, se ha demostrado que los gastos de funcionamiento son más inflexibles que los de inversión. Por ello, una política de reducción del déficit orientada a controlar el gasto termina sacrificando la inversión pública, con los efectos desafortunados que el país conoce, ya que ese fue precisamente el resultado de utilizar el gasto público como instrumento de estabilización durante la bonanza cafetera.
Por los motivos indicados, no creo que la reducción del déficit fiscal solucione muchos problemas en el corto plazo, y antes agravaría la recesión y podría sacrificar la inversión pública en forma indeseable. La política no debería entonces orientarse a reducir el déficit, sino a utilizarlo eficazmente en la reactivación de la economía y la redistribución del ingreso. Para lo primero, es necesario reducir a un mínimo el gasto en moneda extranjera que genera el gasto público, ya que éstos no contribuyen a generar demanda agregada interna. Para lo segundo, creo que un programa de control de la evasión de la tributación directa acompañado de un mayor gasto social (en los programas de vivienda popular, por ejemplo) es aconsejable. Un programa de esta naturaleza tiene además efectos expansionistas sobre la de manda nacional, ya que redistribuye ingresos hacia sectores que destinan una mayor proporción de ellos a la compra de bienes producidos en el país. Medidas keynesianas de esta naturaleza tienen efectos mucho más positivos que las recetas de "moneda sana", cuyas funestas consecuencias en los países capitalistas desarrollados y subdesarrollados se multiplican día tras día.
José Antonio Ocampo. Economista de la Universidad de Notre Dame. Doctor en Economía de la Universidad de Yale. Miembro de la Misión de Finanzas Interdepartamentales. Actualmente director del CEDE (Centro de Estudios sobre el Desarrollo Económico, de la Uníversidad de los Andes) y profesor de Economía Internacional.