Aunque usted no lo crea, hay algo en lo cual se identifican el Papa Francisco, Natalia París y el presidente de Bolivia, Evo Morales.
Comencemos por la modelo y empresaria, quien imbuida por un arrebato de erudición científica alertó al mundo sobre los peligros que representa comer pollo, basada según ella en que a las aves les inyectan hormonas femeninas y “por eso los niños que están comiendo pollos de esos se están empezando a volver homosexuales”.
Sorprende en el video la autoridad con la que expone su tesis ante un grupo de clientes de un centro comercial que fueron allá para llevarse una postal autografiada de Natalia semidesnuda, pero salieron instruidos sobre las dañinas consecuencias del pollo en la orientación sexual de nuestras muchachas y muchachos.
El asunto sería baladí si no fuera porque un presidente en apariencia progresista de un país al sur del continente, exactamente tres años atrás, el 17 de marzo de 2010, en una conferencia mundial sobre el cambio climático, había coincidido con la modelo: “el pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres".
Ese mismo mes y año, en marzo de 2010, Jorge Mario Bergoglio en calidad de arzobispo de Buenos Aires se oponía al matrimonio gay tildándolo de “una movida del padre de la mentira (o sea del demonio) que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios".
Reconociendo de antemano que los tres (Evo, Natalia, Francisco) están equivocados de buena fe, es conveniente desnudar el trasfondo maniqueo que los emparenta en su visión del homosexualismo como una aberración de la naturaleza, entendida aberración como todo “acto o conducta que se aparta de lo aceptado como lícito”.
A Natalia le preocupa que a los pollos les estén inoculando el virus de una enfermedad, que hace que quienes los consumen se vuelvan maricas. Se podría pensar entonces que quizá fue que el día anterior vio la película Invasión, en la que Nicole Kidman encarna a una psiquiatra que descubre la propagación de un virus que acaba con las emociones humanas, y quedó tan impresionada que pensó que algo parecido estaba ocurriendo con la gente que consume pollos, y se sintió tan identificada con la actriz australiana que se creyó en la obligación de alertar al planeta sobre los efectos de tan terrible epidemia…
A sabiendas del riesgo de que se me identifique como un miembro de la comunidad gay (que no lo soy), es importante y urgente salir en su defensa, sobre todo cuando uno descubre horrorizado que la religión, la política (¡de izquierda!) y la farándula hacen causa común en tamaño exabrupto, como es creer que el homosexualismo se puede contagiar como una enfermedad o, peor aún, que los gays son un instrumento de Satanás para “confundir y engañar a los hijos de Dios”.
Si ello fuera cierto, no se entiende por qué todavía no se les ha aislado en campos de concentración, como hicieron los nazis con los judíos, para que dejen de hacerle tanto daño a la humanidad y los que sí somos “normales” podamos librarnos de tan peligroso contacto.
Lo que no han entendido los homofóbicos –y se niegan a entenderlo porque odian la diferencia- es que un gay no elige serlo ni es contagiado de ninguna perversión, sino que nace así, como parte de su constitución biológica, del mismo modo que un blanco o un albino no eligen el color de su piel. Tengo dos amigas que son pareja, y se aman con un amor tan tierno y puro que envidiaría cualquier heterosexual, y dicen que desde que se conocieron (siendo muy niñas) supieron que iban a ser la una para la otra, y de ellas no sólo estoy seguro de que también son hijas de Dios, sino de que su amor sólo terminará “cuando la muerte las separe”.
Llegará el día en que la Iglesia Católica sea consciente de su error y les pida perdón a los homosexuales por tan dañina discriminación a lo largo de los siglos, pero sobre todo porque, habiendo entre sus miembros tantísimos obispos y sacerdotes pederastas (estos sí pervertidos), no han aplicado el refrán según el cual “el que tenga rabo de paja, no se arrime a la candela”.
Mientras tanto, y volviendo a la batahola que armó Natalia París con su erudita visión del tema, rematemos con esta divertida copla que al calor de la discusión compuso el periodista y abogado santandereano Gerardo Martínez:
“Comer pollo con hormonas
hace daño y yo celebro
que a las modelos buenonas
incluso las vuelve monas
y les atrofia el cerebro”.
@Jorgomezpinilla