OPINIÓN

Guaviare, frontera de llano y selva

Después de revisar con lupa el mapa de Colombia para ubicar en la compleja geografía andina el nacimiento de los ríos Guayabero (en la Macarena) y Ariairi (en el Páramo de Sumapaz) pude entender la etimología del nombre Guaviare, departamento de la Orinoquia con selvas amazónicas. A las puertas de su capital, San José, se juntan estos dos largos ríos que dan nacimiento a su nombre.

Margarita Pacheco M., Margarita Pacheco M.
24 de noviembre de 2017

En los cálidos territorios de frontera virtual de llano y selva, se escuchan cantos a ritmo de joropo, con grupos de músicos de sombrero alado, botas, arpa y cuatro. La cultura guaverense resulta de una diáspora de colonos de raíces andinas, boyacenses en su mayoría y una variedad de culturas indígenas, nómadas y sedentarias. A unos veinte kilómetros de San José, la Serranía La Lindosa, imponente en el paisaje de sabana, se encuentra el testimonio ancestral de los pobladores originales de estas tierras. Las pinturas rupestres más antiguas del mundo, encerradas entre abrigos rocosos que son parte del Escudo Guyanés, la formación geológica que viene desde la Guyana Francesa, brota en Chiribiquete y prolonga sus formaciones robustas en medio de fincas ganaderas. El conflicto protegió este tesoro arqueológico con los secretos de una cultura precolombina de talla mundial.

El Guaviare es sin duda uno de las regiones más exquisitas del país para el aviturismo, el agroturismo y la investigación científica. Se destaca el trabajo experimental del SINCHI con campesinos para cambiar los modelos de explotación de suelos y bosques maderables, para hacerle frente al avance de la deforestación galopante del posconflicto. Científicos de la Estación Experimental “El Trueno” del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas SINCHI, hacen presencia del Estado, liderando el trabajo con gremios de campesinos, buscando transformar mentalidades colonizadoras.

Investigadores y campesinos avanzan en concertar formas de restaurar relictos de bosque, que bajo el oficio de “motosierristas” han “limpiado el rastrojo para hacer mejoras”. Ahora se empiezan a valorar especies nativas amenazadas por la ineficiente ganadería extensiva y por extensos cultivos de coca, prácticas que han imperado en fincas del Guaviare, el Caquetá, Putumayo y Vaupés.  

Los suelos ganaderos expuestos a la inclemencia del sol ecuatorial degradan los suelos. El presidente de ASOPROCEGUA, uno de los gremios campesinos que agrupa 108 familias expresa con preocupación el estado de praderas erosionadas, donde las termitas hacen su colonización. El pronóstico de la erosión se fortalece con los cambios del climático y la expansión de las fronteras ganaderas. ASOPROCAUCHO, otro gremio que reúne unas 200 familias, y que también trabaja con el SINCHI expresa la misma preocupación. La agenda del posconflicto deberá incorporar rápidamente, modelos silvo-pastoriles que frenen el deterioro de suelos y fuentes de agua. Esto no da espera.

Ni que decir del estado de los Resguardos, llano adentro, en particular el del pueblo Nukak Maku, que está siendo ocupado por colonos,  por el Frente 1 de las disidencias de las FARC, coqueros y bandidos pagados por el narcotráfico. Hoy subsisten fuertes tensiones por las tierras ancestrales entre indígenas y colonos, no solo de los Nukak Maku, sino con otros pueblos, el Guayabero, Tinigua, Sikuani, Piapoco, Puinave y Jwi. Siendo el territorio de Resguardos, sus habitantes se sienten con derecho adquirido de comerse una vaca, entrar a la finca y tomar algún enser doméstico como suyo. De la época de las caucheras a la bonanza cocalera, los más afectados han sido los pueblos indígenas, muchos de ellos nómadas obligados a pasar a ser jornaleros o circular entre cercas eléctricas para su subsistencia.

Esta situación específica del Guaviare, es distinta a la de otras regiones como la del Cocuy con los U´wa, donde la afluencia de turismo a los glaciares, lugares sagrados y fuente de agua de ciudades del oriente del país, están en permanente tensión.  Todas las regiones que ahora se abren al turismo requieren establecer la capacidad de carga de los sitios de visita y expedición.

Sin embargo, el gobierno avanza lentamente y no a la velocidad con que se requiere para proteger cada uno de los ecosistemas y parques arqueológicos de la Orinoquia y la Amazonía que ya están recibiendo visitantes nacionales y extranjeros.

El reto del Estado y del próximo Congreso del Posconflicto es ponerle freno a la expansión de la frontera agropecuaria sobretodo en tierras de  los Resguardos Indígenas, antes de que estas poblaciones desaparezcan por la presión de los colonos y la desidia de las autoridades locales.

Tiene razón Luz Marina Mantilla, originaria de Florencia, Caquetá, y directora del SINCHI al decir “la Amazonia nos une”. La pregunta es cómo contribuimos ahora a frenar la deforestación galopante que se dinamizó con la salida de las FARC de las zonas donde ejercían control territorial y cómo acelerar la declaratoria de las Autoridades Ambientales Indígenas, cuya discusión está frenada por el lobby de los poderosos gremios palmeros, cañeros y ganaderos en el Congreso. Esta discusión está en la mesa.  

Las políticas agro-ambientales para proteger y restaurar suelos, fauna, flora y fuentes de agua en esta región de transición Orinoquia- Amazonia son necesarias para contribuir a las metas del Acuerdo de París y prevenir los riesgos de desastres por falta de previsión. Hay signos de adaptación informal en los campos del Guaviare donde ya se ven prácticas de aprovechamiento del agua lluvia, no sólo en las casas campesinas sino en las fincas donde los jagüeyes son parte del paisaje ganadero. Estas prácticas, sin quererlo, están contribuyendo a la adaptación al cambio climático, y ameritan reconocimiento, subsidios y tecnificación por parte del Estado Nación.  

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