OPINIÓN

¿Quién le teme a Horacio Serpa?

El caso de María Isabel Rueda reviste atención especial, porque ahí es posible hablar de una ‘mala leche’ tan amarga que adquiere ribetes de animadversión.

Jorge Gómez Pinilla, Jorge Gómez Pinilla
5 de noviembre de 2013

En alguna ocasión Horacio Serpa contó cómo en el momento más álgido del gobierno de Ernesto Samper fue invitado por un grupo de “periodistas y autoridades” a una cena, y que allá le pidieron que renunciara al cargo de ministro del Interior, y su respuesta fue “no, por supuesto”. 
 
Esa reunión encierra una importancia crucial para la historia, pues esa noche Serpa tuvo en sus manos la suerte del presidente y si su respuesta hubiera sido otra (o sea la que los anfitriones esperaban), otra habría sido la suerte de Colombia, no sabemos si para bien o para peor. Serpa contó además que al día siguiente le informó a Samper de todo lo que allí ocurrió y de quiénes habían asistido, y prometió que nunca se lo iba a contar a nadie más, como hasta ahora en apariencia ha ocurrido. 
 
Despierta gran curiosidad saber quiénes fueron los periodistas, pero sobre todo cuáles las “autoridades” allí presentes, pues si lo eran del gobierno de Samper habrían incurrido en una especie de doble militancia, para no hablar de deslealtad o de traiciones, que las hubo y en abultado número. En lo periodístico, se sabe de buena fuente que allí estuvieron entre otros Enrique Santos Calderón y María Isabel Rueda, pero Serpa habló además de “unas personas que no merecían ni merecen ninguna solidaridad de parte mía, aunque había otras que estaban de buena fe”.
 
No sabemos si ese desaire al otrora todopoderoso grupo de periodistas fue la piedra de toque para el trato que sigue recibiendo de algunos medios, o si esa circunstancia pudo influir para que no hubiera podido alcanzar la presidencia, básicamente porque nunca lo han querido ver como presidente de Colombia, de modo que siempre se han encargado de forzar o propiciar situaciones que impidan tal eventualidad. 
 
Volviendo a la cena de los ‘conspis’, sé también de buena fuente que en la tarde anterior una de las dos Marías del combo de QAP le dijo a una amiga suya que esa noche habrían de “cenar presidente”. En otras palabras, ella estaba convencida de que ante los argumentos de la propuesta que le iban a hacer, Serpa habría de renunciar a su cargo al día siguiente y ese sería el puntillazo que les faltaba para que Ernesto Samper entregara la Presidencia. Como eso no ocurrió, más de un y una periodista habrían quedado primero aturdidos y luego ‘ardidos’, y eso explicaría el celo con que a partir de esa fecha le han hecho una guerra sin cuartel, como resultado de que su invitado a manteles no respondió a la encerrona como presagiaban sus apuestas.
 
La oposición mediática a Horacio Serpa –sobre todo de poderosos medios afectos a la derecha política- es un hecho indubitable, y es mayor el prestigio que él solo con su batallar se ha labrado, que el reconocimiento que merece pero que la ‘clase dominante’ se ha negado a concederle. El caso de María Isabel Rueda reviste atención especial, porque ahí es posible hablar de una ‘mala leche’ tan amarga que adquiere ribetes de animadversión, como la que también le tiene ésta a Gustavo Petro. 
 
En el caso de Serpa, al día siguiente del lanzamiento de su campaña al Senado se le oyó a la Rueda pensando con el deseo cuando en La W dijo que las “revelaciones” de William Rodríguez Abadía “llevarán a que la propuesta del renacer liberal planteada por Simón Gaviria de pronto termine no incluyendo al doctor Horacio Serpa”. Y afirmó a renglón seguido que Rodríguez Abadía “confesó cosas muy graves, como las visitas del entonces ministro Serpa en compañía suya a Fernando Botero (…) para convencerlo de que no contara lo que Botero sabía de la financiación de la campaña de Samper”, y “cómo se le pagó a la Comisión de Acusaciones del momento para que todo quedara enterrado”. Y remata con esta perla: “¿No será que aquí no estamos ante el renacer del Partido Liberal, sino ante el renacer del Proceso 8.000?”.
 
El gran error –ético, ante todo- de la columnista es que asume las declaraciones del narco como la gran verdad revelada, porque es lo que más le conviene a su retorcido interés de atravesársele a la aspiración de Serpa al Senado, acomodando las cosas para hacer creer que tal posibilidad le está vedada. Y no entra a considerar –como lo haría todo periodista responsable- la catadura moral de un individuo que en marzo de 2006 declaró contra su padre ante un juez de Miami para obtener rebaja de la pena, frente a unos delitos de los que fue coautor y cómplice: “es muy difícil para mí, su señoría, porque se trata de mi padre y mi tío, pero acepto cooperar”.
 
Si un individuo es capaz de vender a su propio padre, ¿no sería a su vez capaz de ‘confesar’ lo que le pidan que diga, a cambio de dinero o de lo que tengan para ofrecerle? ¿Y por qué esas declaraciones se dieron a conocer justo el día del lanzamiento de la campaña de Serpa? Porque fue una trama armada y urdida sobre una fecha específica, con el claro propósito de provocar un efecto político, a lo cual se prestó Vicky Dávila –también de manera irresponsable y antiética- a cambio de un rating. 
 
Sea como fuere, pertenece al reino del absurdo concebir que un político tan sagaz y habilidoso como Serpa iba a dar papaya para que de pronto lo grabaran en compañía del hijo de Miguel Rodríguez Orejuela, justo en medio de la tormenta por el comprobado ingreso de dineros calientes a la campaña de Samper. 
 
Resulta también traído de los cabellos imaginar a Samper y a Serpa mandando razones a unos mafiosos del Norte del Valle para que asesinaran a Álvaro Gómez (que es lo que “revela” otro narco, alias ‘Rasguño’), como si de puro masoquistas hubieran querido agregarle a los problemas que ya tenían otro más morrocotudo, y como si la muerte del dirigente conservador fuera a representar un alivio para un gobierno sometido a fuego graneado desde todos los frentes. La convicción personal de quien esto escribe  es que a Gómez Hurtado lo mataron porque al hacerlo sería fácil dirigir todas las miradas acusatorias contra Ernesto Samper, mientras una segunda convicción apunta a que hay fuerzas oscuras muy activas que vienen trabajando en forma coordinada para ocultar los verdaderos móviles y autores de dicho asesinato.
 
Los enemigos de Horacio Serpa se han encargado ahora de resucitar el Proceso 8.000, porque es lo que tienen más a la mano para atacarlo y hacerle daño en su aspiración al Senado. No es extraño que la mayoría de críticas y andanadas de odio provenga de los sectores más afectos a Álvaro Uribe Vélez, su principal rival en la contienda electoral que se aproxima, a sabiendas de que su presencia en el Congreso podría hacerle un fuerte contrapeso o incluso opacar con su oratoria y su dialéctica la figura del caudillo de la extrema derecha. 
 
Son si se quiere dos imágenes golpeadas las de Serpa y Uribe, uno por cuenta de servirle con lealtad a un gobierno cuyo presidente se negó a reconocer la responsabilidad política implícita en haberse rodeado de personas como Fernando Botero o Santiago Medina, y otro porque se niega a aceptar la responsabilidad penal implícita en haberse rodeado de sujetos como Jorge Noguera, Salvador Arana, Álvaro García o los generales Mauricio Santoyo, Flavio Buitrago o Rito Alejo del Río, para mencionar tan solo a los condenados por homicidios, desapariciones, masacres o narcotráfico.
 
Son dos concepciones antagónicas de la política y del mundo las que allí se enfrentan, y cuando aún no ha sonado la campana se percibe que una de las dos partes ya está practicando la guerra sucia o lanzando golpes bajos, que es como a la sibilina María Isabel Rueda le gusta poner a rodar su juego. 
 

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