Salud Hernández

Opinión

Iván Cepeda: el odio a Uribe como bandera

Con frecuencia, en las urnas el odio mueve más montañas que la ilusión por una Colombia mejor.

Salud Hernández-Mora
25 de octubre de 2025

Después de leer la biografía de Sergio Cabrera, uno entiende mejor a Iván Cepeda. El senador, hijo de dos activistas de ultraizquierda radicales, mamó comunismo desde la cuna. Ingresó a la Juco a los 13 años y más adelante, en la etapa de la vida en que uno abría la mente en la universidad, participaba en ácidos debates con estudiantes de todo signo ideológico, en marchas de protesta por lo que fuera, el joven cursaba Filosofía en la soviética Bulgaria.

Al mismo tiempo, militaba en el partido en el que su papá defendía con ardor la combinación de formas de lucha, idéntica posición que sostenía su mamá, trágicamente fallecida cuando apenas contaba 39 de edad, por una incurable enfermedad. Hay quienes olvidan aquel debate en el Partido Comunista Colombiano en el que una facción quería cortar por completo el cordón umbilical con las Farc, y otra, liderada por el entonces secretario general, Manuel Cepeda, defendía continuar el vínculo pese a lo que ello suponía.

Su hijo, que recogió el testigo familiar, donde la política era el centro del hogar, se apartó de la tesis de balas y votos, aunque siempre ha mantenido una mirada condescendiente hacia las organizaciones criminales marxistas. En lugar de perseguir a bala a enemigos acérrimos, lo haría con demandas judiciales.

Lo recuerdo en el apartamento de Piedad Córdoba, cuando utilizaba el poder y desparpajo de la entonces senadora, un terremoto andante, para sus objetivos políticos de medio y largo plazo, viajes a las cárceles de USA incluidos.

Lo podrá negar el precandidato, pero el Partido Comunista llevaba tiempo preparando el lanzamiento de su campaña presidencial para justo después de la condena a Álvaro Uribe en primera instancia, que daban por hecho.

La sentencia que la jueza leyó durante sus nueve horas de gloria mediática era la señal esperada. Obvio que Cepeda alegó que carecía de ambiciones personales y que se vio obligado a unirse a la pléyade de aspirantes empujado por la gente. El martes debió quedar de catre.

Lo último que imaginaba él y su amigo Eduardo Montealegre, otro que perteneció a la Juco y ha sido fiel a las ideas de la cantera comunista, era que su odiado Álvaro Uribe los venciera en un tribunal. Estaban a punto de tocar el cielo con las manos, habría sido una carta ganadora para el senador a solo cinco días de la primera meta, y dos magistrados le estropearon la fiesta. No esperaban que estudiaran el expediente de manera rigurosa, seria, objetiva, y fallaran aplicando el derecho a secas.

El pendiente, y no parece que nunca vayan a investigar, es la trama de Deyanira Gómez y Cepeda. Es un cabo suelto, resulta demasiada casualidad que terminen unidos, en el mismo propósito, una exguerrillera de las Farc y un perseguidor nato de Uribe.

A Monsalve le valía cero quién lo ayudara, si un uribista recalcitrante o un cepedista pura cepa. Solo anhelaba vivir sabroso tras las rejas, dada su eterna condena por un secuestro realizado con una banda de delincuentes comunes. Los años bajo el cobijo del senador que logró derivar al Polo Democrático hacia la extrema izquierda le han proporcionado una vida de capo desenfrenado en La Picota.

Encima recibió ayudas humanitarias, pese a poseer una finca cafetera y, según vecinos de Providencia, corregimiento lindante a la hacienda Guacharacas, donde la mayoría trabaja en las minas de oro cercanas, era socio de una de las explotaciones auríferas.

Pero lo más llamativo de la reacción del perdedor, tras conocer la derrota, fue una frase memorable: “Solo es un momento”, dijo en tono sereno. El proceso de casi tres lustros contra Uribe es apenas, para él, un instante de la larga marcha al mejor estilo Mao. Seguirán, anunció, no solo recursos judiciales en Colombia y en tribunales extranjeros.

También lo perseguirá por otras causas, porque su objetivo vital, lo que le despierta cada mañana con una ilusión desbordante, es su irrenunciable fin de ver un día a Álvaro Uribe tras las rejas. Para eso clama: “Soy Iván Cepeda y quiero ser su presidente”.Y hace sus declaraciones ante una estantería con dos mensajes enmarcados, bien colocados entre los libros para que sean visibles en la pantalla: “Las cuchas tienen razón”, reza uno; “6402”, indica el otro.

¿Será un motivo suficiente para recabar millones de votos? ¿Existe en el país tanto odio hacia el líder del Centro Democrático como para que el votante anteponga el ideal cepedista a las cotidianas angustias de inseguridad, salud, vivienda, trabajo?

El centro y la izquierda moderada le dieron el triunfo a Petro por esa causa y quién sabe si no repetirán el año que viene, aun a sabiendas de que el Pacto Histórico pretende ahondar en el autoritarismo comunista, como señala Eduardo Montealegre en su comunicado desde la dictadura china.

De pronto es la estrategia de Cepeda, enarbolar la bandera de su odio confiado en atraer a los ahora “arrepentidos”. Con frecuencia, en las urnas el odio mueve más montañas que la ilusión por una Colombia mejor.

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