Jinete de tigre
Uribe está obligado a hacerse reelegir otra y otra y otra vez para toda la vida. No es una ambición, sino una obligación: una condena
Amigos y enemigos, políticos y periodistas, penalistas y constitucionalistas, y hasta sesudos analistas académicos que se consideran a sí mismos neutrales, le piden a Álvaro Uribe que anuncie que no se va a volver a presentar para otra reelección. Es absurdo. Perdería de golpe todo su poder desde el momento mismo en que hiciera el anuncio. No lo tomarían ya en serio ni siquiera en esos consejos parroquiales en donde rifa cheques y a gritos destituye pequeños funcionarios: los funcionarios no se darían por aludidos, los beneficiarios de los cheques temerían que les salieran chimbos. Uribe puede, tal vez, no presentar de nuevo su candidatura. Pero lo que no puede es anunciar que no la presentará, Se quedaría solo, con el sol a la espalda.
Creo que es de un pensador chino la idea de que ejercer el poder es igual a cabalgar un tigre: el jinete no se puede desmontar, porque en ese mismo instante el tigre se lo come. Tiene que seguir montando para siempre. Si Uribe deja saber ahora que se quiere bajar se lo comerían los suyos, sintiéndose engañados, traicionados. Las Yidis y los Teodolindos, los para-políticos y los empresarios, los Santos, los Londoños, los Nogueras, los Mancusos, los Macacos. Y mientras más se quede y más frondoso crezca su rabo de paja -la nacoparapolítica, la corrupción, las violaciones de los derechos humanos-, más obligado está a seguir quedándose, pues sólo el tigre que monta impide que se lo coman también sus enemigos: la oposición a la que tanto ha calumniado, las Cortes a las que ha tratado con tanta arrogancia, las ONG a las que tanto ha despreciado. Si Uribe deja el poder, termina en el exilio, y perseguido por la justicia internacional; o en la cárcel, y juzgado por la justicia colombiana. El modelo es Alberto Fujimori. ¿Se acuerdan del 'Chinito' salvador del Perú? Ochenta y cuatro por ciento de popularidad en las encuestas. Y hoy está preso, y se queda dormido en el juicio.
Fujimori, o casi cualquier otro caudillo mesiánico latinoamericano. Es un modelo clásico. El venezolano Juan Vicente Gómez, el 'Benemérito', que durante más de treinta años mandó en Venezuela, explicaba que él necesitaba "toda la vida" para completar su obra de estadista; y, en efecto, se quedó con la presidencia hasta la hora de la muerte. A veces, sin embargo, en un simulacro de respeto por las formas democráticas, dejaba a algún pelele de confianza en el sillón presidencial y se retiraba provisionalmente a su finca de Maracay a ordeñar vacas. Otro tanto hacía de cuando en cuando en República Dominicana Rafael Leonidas Trujillo, el 'Benefactor' cediéndole la presidencia a alguno de sus secretarios. Y en Nicaragua los Somoza, padre e hijo, los 'Hijos de Puta' de Washington, tenían sus correspondientes marionetas. Y en México Plutarco Elías Calles, el 'Jefe Máximo', ponía y quitaba inquilinos en el Palacio de Chapultepec al amparo de un letrero de advertencia: "Aquí vive el Presidente. El que manda vive enfrente".
Es por ese mismo prurito de fingimiento democrático que Uribe, cuando le preguntan por sus intenciones reeleccionistas, responde con evasivas, y habla de la inconveniencia de que un solo hombre se perpetúe en el poder, y sugiere la necesidad de "nuevos liderazgos". Subrayando en todo caso que, si él mismo llegara a retirarse, para evitar "una hecatombe" sería indispensable que lo sucediera un candidato uribista capaz de preservar las esencias de su política de "seguridad democrática". Pero sabe que no existen garantías verdaderas. Hasta el áulico más entregado y de apariencia más inofensiva -el Vicepresidente, digamos, o el 'uribito' clonado de Agricultura- puede resultar una víbora que muerda el pecho que le ha dado su calor. Al mexicano Calles le salió respondón Lázaro Cárdenas, que lo mandó al exilio. Y el propio Juan Vicente Gómez es, él mismo, buen ejemplo de víbora: le arrebató la presidencia a su compadre Cipriano Castro en cuanto este se tomó unas vacaciones para curarse la sífilis. No se puede confiar en nadie. Habiéndose ya hecho reelegir una vez, y quebrado con ello no sólo el espinazo de la Constitución sino también, cosa mucho más grave, la tácita tradición de respeto por el sucesor, Uribe está obligado a hacerse reelegir otra y otra y otra vez, para toda la vida. No es una ambición, sino una obligación: una condena.
Uribe sabe todo eso por su intuición de hombre de poder: de jinete de tigre. Por esa sapiencia infusa y no aprendida de político nato que, según contó una vez la señora Lina, lo impulsó en su luna de miel a llevarla a una feria de pueblo con el pretexto de comprar unas terneras para la finca. Y una vez allá, en vez de mirar el ganado, lo que hizo fue saludar de mano a todos los expositores.
Así que tenemos Uribe para bastante rato.