OPINIÓN ON-LINE
El desorden por la paz
La apertura de los diálogos con la guerrilla de las Farc, en octubre de 2012, en Oslo, Noruega, gestó en el país la trama más absurda jamás vista en muchas décadas.
Entre más recorro este país buscando entender las dinámicas regionales del conflicto armado y las expectativas de la gente sobre el llamado “posconflicto”, más me voy alejando de ese “espíritu de paz” que embarga a muchos colombianos. No encuentro coherencia entre lo que se habla en Bogotá, sea a favor o en contra de la solución negociada a la confrontación armada, y lo que viven las comunidades, sobre todo las más alejadas y pobres de este país.
Desde que anunciaron los diálogos con la guerrilla de las Farc, en Oslo, Noruega, el 18 de octubre de 2012, el país comenzó a construir una de las tramas más absurdas jamás vista en varias décadas. Poco a poco se está desgastando la fe que, inicialmente, se le tuvo a la resolución del conflicto armado. Es de tal magnitud el caos que si nadie ordena se perpetuará la guerra.
Los 52 años de lucha insurgente, calculados sobre la base de la existencia de las Farc, no se terminan de la noche a la mañana, sobre todo si, de uno y otro lado, hay posturas innegociables; pero dificultar tanto la negociación, al extremo de empujarla al fracaso, es un desatino imperdonable que lo padecerán las futuras generaciones.
Esta trama absurda comenzó con la agenda puesta en la mesa de conversaciones en La Habana, Cuba. Contiene lo sustancial para que, una vez acordada y refrendada, las Farc acaben con la confrontación armada contra el Estado y expongan sin fusiles sus ideas desde el escenario político. Pero esos puntos no resuelven los problemas estructurales del país, que son históricos, más antiguos que esa guerrilla y obedecen a una ausencia del Estado central en algunas regiones. ¿Sin ese grupo armado, hará una presencia efectiva del Estado? La gente es escéptica.
Luego vinieron los anuncios de algunos acuerdos, que es necesario precisar son parciales. No obstante, se publicitan de tal manera que se dan por definitivos, pero en las notas al margen aún quedan muchos puntos pendientes. Y lo más crítico, no hay claridad en cómo se implementarán y de dónde saldrán los recursos. A futuro, prevén en las regiones, el gobierno central continuará invirtiendo de manera inequitativa y desorganizada, bajo la presión de los congresistas y su apetito burocrático y electorero, y siguiendo las agendas del capital privado trasnacional, muy distantes de La Habana.
El absurdo crece cuando se visitan los pueblos y se habla con las comunidades y sus autoridades locales. Resulta que nadie sabe a ciencia cierta cómo va el “proceso de paz”. Se intenta resolver un viejo conflicto armado con una guerrilla y la gente sabe poco al respecto. Y eso ocurre porque las dependencias gubernamentales son ineficientes en sus estrategias pedagógicas.
La Oficina del Alto Comisionado para la Paz cree que basta con enviar un funcionario a las regiones a “explicar los acuerdos” para que la ciudadanía queda bien informada o en hacer cuñas radiales y televisivas para alcanzar un conocimiento adecuado del proceso. Eso no está funcionando. El problema es que la gente lo expresa y nadie parece escuchar.
Profundiza el absurdo la falta de articulación entre los ministerios, algunos de los cuales ni se comunican entre sí para crear estrategias conjuntas. Y lo más irracional es el silencio del Vicepresidente de la República, quien, agazapado, hace cálculos políticos para su futuro personal, nada más. Su liderazgo en este tema es nulo.
Se suman a este desorden absurdo decenas de organizaciones no gubernamentales, nacionales y extranjeras, que están gastando cientos de millones de pesos, provenientes de contratos con el gobierno nacional y la cooperación internacional, para ayudar en la “pedagogía para la paz”. Y eso está tendiendo un efecto perverso: las comunidades, cansadas de tantas intervenciones inútiles, ya rechazan las convocatorias a conversatorios, foros, congresos y tertulias. Hay tantas palabras y tan poca claridad en ellas que están perdiendo la paciencia. En cada evento ven un negocio y ya no están dispuestas a acolitarlo con su presencia.
Complementa todo este absurdo el papel que están jugando algunos medios de comunicación, sobre todo aquellos televisivos de propiedad de los grandes capitales privados que son los más vistos en las regiones. Sus mensajes tienen tintes de alarmistas, de confusión, de obstrucción. Cada día pierden audiencia y la poca que queda es mal informada. ¿Y cómo diablos decide alguien de manera racional cuando está confundido y mal informado?
Para ahondar esta tragicomedia del absurdo, el garante de la protección de la ciudadanía sale todos los días a boicotear las conversaciones, atizando la llama del odio, a cuyo coro se unen líderes políticos que insisten en que la guerra es la única acción válida contra la insurgencia. Son los reyes y las reinas de la mentira y la confusión.
La mueca del absurdo la mantiene ahora un debate sobre artículos, incisos y parágrafos, que poco entiende la ciudadanía. Y como nadie les explica bien el tema, prefieren cambiar de canal, de dial o navegar en Internet en otras páginas. “Es que nadie habla claro de nuestras necesidades”, dicen en todo lado, pero tampoco los escuchan.
Seamos sensatos, en Colombia no hay un proceso de paz, ese es otro absurdo semántico que tiene poca credibilidad en las regiones. Hay, sí, unas conversaciones con un grupo guerrillero para que sus hombres abandonen las armas y hagan política en la legalidad. Lo paradójico es que en veredas, corregimientos y cascos urbanos intuyen que el Estado será incapaz de llenar el vacío de autoridad que representan las Farc (y el Eln). Y nadie trabaja para que se supere esa desconfianza.
Todo este caos es producto del desorden por la paz, donde predomina la incoherencia, la desarticulación, la falta de convicción, la ausencia de credibilidad, la ineficacia y el interés económico. El efecto de tanto caos es la pérdida, poco a poco, de la confianza ciudadana, el peor escenario para cualquier mecanismo de refrendación.
En Twitter: jdrestrepoe
(*) Periodista, director de VerdadAbierta.com