OPINIÓN

La felicidad no está en combatir el sufrimiento

Pretender combatir los sentimientos y las sensaciones que generan sufrimiento con el propósito de desaparecerlos es entrar en una batalla perdida desde el inicio.

Ximena Sanz De Santamaria C.
14 de mayo de 2013

Mi abuelo decía que a los seres humanos nos mueve el “instinto de la felicidad”. Se trata de aquello que lleva a las personas a intentar evitar cualquier situación que genere sufrimiento, como la tristeza, la angustia, la ansiedad, la preocupación, la rabia, entre otras. Como son sentimientos que se ven y se viven como algo negativo, el instinto nos induce a combatirlos creyendo que así van a desaparecer. “No quiero volver a sentir ansiedad, ¿no hay una fórmula para estar bien siempre?”, me preguntaba en una cita una mujer mientras reportaba una sensación de tranquilidad y bienestar que no había sentido en mucho tiempo. Pero por eso mismo el sólo pensamiento sobre la posibilidad de volver a sentir tristeza, y sobre todo ansiedad, le producía un miedo que la llevaba a querer encontrar una ‘fórmula mágica’ que la ‘curara’ contra lo que ella misma denominaba ‘ese mal’. Pero querer dejar de sentir esos sentimientos es como pretender vivir sin los pulmones, los riñones, el corazón o el hígado: todos ellos son inherentes al ser humano, como lo son también la ansiedad, la tristeza, la angustia y la rabia.

Pretender combatir los sentimientos y las sensaciones que generan sufrimiento con el propósito de desaparecerlos, es entrar en una batalla que no sólo está perdida desde el inicio, sino que además se vuelve casi imposible acabarla porque es una batalla contra uno mismo. Es posible huir de otras personas, de situaciones específicas, del trabajo, etc., pero no es posible huir de uno mismo. Por eso combatir contra los propios sentimientos es meterse en un torbellino que aumenta cada vez más la ansiedad, la preocupación, el desespero y, en últimas, el sufrimiento.

Hace un tiempo llegó una consultante joven, preocupada porque decía que aunque tenía todo lo que una persona de su edad necesitaba para ser feliz, ella no lo era. Llevaba años tratando de ver lo positivo de la vida, tratando de gozarse la universidad, sus amistades, los planes que hacía. Pero se daba cuenta que su mente la saboteaba porque entre más se esforzaba por estar bien, contenta, más se alejaba de lograrlo. De hecho el efecto era el contrario: veía sólo lo negativo. “Yo hago un esfuerzo consciente por enfocarme en lo positivo, por ver todas las cosas buenas que los demás ven en mí. Pero es como si hubiera una barrera: apenas quiero ver lo positivo, mi mente se enfoca en lo negativo y de ahí no puedo volver a salir”. Vivía en una lucha contra ella misma por tratar de estar bien, llegando siempre al mismo resultado: una profunda frustración por haber batallado durante horas, a veces incluso durante días, sin llegar al resultado que esperaba: sentirse mejor.

Paradójicamente los problemas se construyen a partir de lo que hacen las personas para intentar solucionarlos. El caso de esta estudiante es un claro ejemplo de ello, pues a pesar de sus intentos por estar bien, por pensar positivo y gozarse su vida, lo que estaba generando con ese esfuerzo era sentir una profunda frustración y una sensación de derrota que aumentaba la ansiedad. Esto puso en evidencia que el primer cambio que debía introducir era en la estrategia que estaba empleando, es decir, que cada vez que estuviera mal, que se sintiera triste, agobiada o angustiada, en vez de combatir esos sentimientos, de combatirse a sí misma, debía observarlos como quien ve una película. Y permitir así que llegaran para que eventualmente comenzaran a desaparecer.

El monje budista Thich Nhat Hanh describe los sentimientos como las gotas de agua que componen un río. En el río, cada sentimiento es como una gota de agua que nace, toma una forma, está presente durante unos minutos y después desaparece.  Es decir que los sentimientos nacen y mueren cada momento. Por consiguiente cuando llega un sentimiento que genera sufrimiento, angustia, desasosiego, lo que él sugiere es que cada persona se diga a sí misma: “este sentimiento está en mí, se quedará por un tiempo y eventualmente desaparecerá, porque no es permanente”. Este un primer paso para empezar a aceptar que esos sentimientos también forman parte de la persona, por lo que tratar de combatirlos no los va a hacer desaparecer.

“Tener permiso de estar mal me ha ayudado mucho a estar tranquila. Y no sólo cuando estoy bien: también cuando no lo estoy”, me dijo esta joven estudiante  una de las últimas veces que nos vimos. Con una impactante lucidez decía que parte del sufrimiento se lo generaba el hecho de que en teoría, nadie debe estar mal anímicamente, ni triste, ni angustiado, cuando en realidad todas las personas tienen momentos de angustia. Es inevitable. Bastó para ella comenzar a aceptar dichos momentos, a reconocer que pueden llegar y que son pasajeros, para que se generara en su interior una sensación de bienestar aún en los momentos de angustia, tristeza o rabia. Así fue como ella misma fue descubriendo, a través de su propia experiencia, que la forma de hacerle frente al sufrimiento no es ni intentando evitarlo ni combatiéndolo: es aprendiendo  a aceptarlo, a vivir con él y manejarlo.

El instinto de la felicidad es engañoso y contraproducente cuando nos lleva a creer que siempre tenemos que estar bien, tranquilos, ‘felices’: es esta creencia la que conduce al sufrimiento y la angustia cuando nos damos cuenta que los momentos de tranquilidad son siempre pasajeros y que muchas veces los siguen momentos de dolor, sufrimiento, tristeza. Lo esencial es descubrir por uno mismo que la tranquilidad o la felicidad existirán en la medida que aprendamos a aceptar los momentos de angustia, de desasosiego, a comprender que, como el agua del río que pasa bajo el puente, nunca será permanente.  

*Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

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