OPINIÓN
La humanización del conflicto: un paso necesario en los procesos de paz
No es cierto que los colombianos sean violentos por naturaleza. Exijamos e imploremos humanizar a los actores de la guerra, otro principio para la reconciliación y la paz.
Una estrategia usada en la guerra por quienes manejan la comunicación es convertir a los combatientes y víctimas en cifras. Por esta razón, es frecuente que en los medios de comunicación escuchemos noticias como “15 policías o miembros de las fuerzas militares muertos, 10 guerrilleros dados de baja, 15 campesinos asesinados, 5 miembros de las Bacrim o paramilitares muertos…”. Se disfraza la muerte con números o con palabras, se oculta lo que hay debajo de estas: el dolor, el sufrimiento, el vacío de hijos, madres, esposas, amigos y personas con las que se ha compartido la vida. Y lo que resulta de todo esto es desesperanza, desconcierto, ira, odio y sentimientos de venganza.
Sin importar el lado del que se esté, los grupos armados se construyen con hombres y mujeres que en su mayoría pierden su nombre; deben perderlo para poder matar a otro con una identidad que no es la suya sino la del grupo al cual pertenecen y en muchos casos lo cambian; esa es una de las razones para que conozcamos a muchos de estos hombres violentos con “alias”. En otros casos, cuando lo conservan, están cubiertos por el nombre de un grupo que legitima sus acciones violentas.
Lo terrible de esta doble condición es que sí víctimas y victimarios no tienen nombre, ni seres que aman, ni historias de cuidado por otros, es fácil cubrir de asimetría el dolor y legitimar la violencia contra otro que es un semejante.
Es más fácil matar a otro sin nombre, es más fácil ordenar una masacre si los otros no tienen identidad personal, ni vida, ni seres queridos. Es más fácil, sí son números o palabras que rotulan en forma negativa al semejante; es más fácil naturalizar la muerte cuando ésta no tiene rostro.
Para matar no es necesario ser un asesino por naturaleza o tener un perfil psicológico de asesino, “enfermo” o poseído por el “demonio”. Seguramente en los grupos armados hay muchos hombres que tienen esos perfiles que han sido construidos por años de violencia desde la infancia, pero en su gran mayoría quienes conforman los grupos armados son personas comunes y corrientes que son llevados a perder su identidad individual para construir una identidad grupal. Esto es lo que permite que hombres pacíficos se conviertan en asesinos y que miles de nosotros como ciudadanos, también pacíficos, terminemos por legitimar o justificar el uso de la violencia contra otro ser humano.
Zimbardo en un experimento clásico en psicología social mostró como un grupo de hombres educados y sin historias de vida disfuncionales, de clase media alta (estudiantes de la Universidad de Stanford), podían en pocos días cometer actos de violencia y abuso de poder contra sus semejantes, al ser sometidos a un ambiente y a unas reglas en las que ellos perdían su identidad personal; los actores tenían un disfraz (uniformes que incluían gafas oscuras) y se les entregaba un papel que deberían seguir (carceleros o prisioneros) con el cual se debían comprometer y, por último, se les daban un conjunto de reglas que les asignaba poder a unos sobre otros; los prisioneros también perdían identidad (solo tenían uno de sus nombres y un número con el que se identificaban) y aun cuando todos sabían que era un simulacro, el terrible descubrimiento fue que los que jugaban el rol con poder perdieron el control y empezaron a abusar y a ejercer la violencia contra quienes tenían menos poder.
Este terrible hallazgo ha sido corroborado por otras investigaciones (Bar-Tal, Tajfel, Sabucedo, Barreto, Alzate, Borja y López, entre otros) y nos permite concluir que si construimos contextos donde se legitime el abuso de poder, se deshumanice a los semejantes (autoritarismo o democracia cooptada); se impongan reglas arbitrarias para regular las relaciones (justicia deslegitimada y abusadora); se destruya la identidad individual crítica y se construya una identidad acrítica o fanática entorno a un grupo que no respete la vida o las creencias de los otros, se termina por construir asesinos que naturalizan y justifican su violencia. Zimbardo confirmó -en solo 6 días- que las situaciones y los contextos son determinantes en la producción, el mantenimiento y la legitimación de la violencia.
Desafortunadamente, se nos ha convencido que la bondad o la maldad son características intrínsecas de los individuos y no lo son. El comportamiento es el resultado de esa compleja dinámica entre biología y ambiente. En el caso de los humanos, el contexto que construimos en nuestra cotidianidad es determinante en todo lo que hacemos. No se trata de unos individuos buenos o malos por naturaleza sino de reconocer el poder de las redes y los sistemas sociales, la forma como las situaciones que propiciamos y mantenemos por acción u omisión terminan por configurar el comportamiento violento.
Debemos identificar, denunciar y oponernos a situaciones o contextos donde se legitimen acciones que dañen la vida, en los que se naturalice, se haga cotidiana la muerte; debemos pedir, exigir que las víctimas “todas” tengan historia, rostro y nombre. No más noticias donde los muertos son solo números o rótulos; debemos mencionar sus nombres y, si las personas cercanas lo permiten, que su dolor se conozca, debemos humanizar la guerra y a sus actores, incluso a los que consideramos responsables.
No más actores intelectuales y materiales anónimos, sabemos que aun nuestro país tiene muchos victimarios en la oscuridad que abusan del poder bajo cualquier mascara ideológica o política (tal como afirma Collier, “con un trasfondo económico”). A todos los actores debemos pedirles que se detengan, (así parezca una ingenuidad, un pedido en el vacío), que no incentiven la violencia ni con acciones, ni con discursos. A los seres queridos de estos actores (madres, padres, hermanos, hijos e hijas, a todas las personas que los aman y que ellos aman) les debemos pedir que, por el dolor que se sigue causando, pidan que se detenga la muerte.
Cada uno de nosotros que vivimos en este país cubierto por más de 50 años de muertos, no permitamos que los discursos que buscan deshumanizar las víctimas y los actores de la guerra logren su propósito. No es cierto que los colombianos o ningún grupo sea violento por naturaleza. Exijamos e imploremos humanizar a los actores de la guerra. Este es otro principio para la reconciliación y la construcción de una cultura de paz.
*Grupo Lazos sociales y Culturas de Paz. Profesor asociado Pontificia Universidad Javeriana. Editor Universitas Psychologica. Correo electrónico: lopezw@javeriana.edu.co. Twitter: @WilsonLpez9