La imagen que esperó 17 años
La búsqueda de culpables cómodos pudo más que las evidencias que estaban frente a los ojos de los investigadores. Los verdaderos pistoleros fueron asesinados
Ni una imagen vale más que mil palabras, ni la palabra de todo el mundo vale lo mismo. Chucho Calderón es un veterano de mil batallas de reportería, que adoraba a Luis Carlos Galán y fue el camarógrafo de todas sus campañas. A su lado vivió derrotas, sorteó peligros y cultivó sueños. La noche del 18 de agosto de 1989, cuando la victoria por fin parecía cercana, le mataron a Galán frente a sus ojos y a su lente.
Acababa de subir a una tarima en Soacha, cuando se oyeron los primeros disparos. Chucho estaba detrás de Galán registrando el plano general de la plaza. Mientras el tiroteo se hacía más intenso -y algunos de los guardaespaldas huían para resguardarse, incluido el jefe de la escolta, quien se aseguró dentro del carro blindado-, Chucho y su asistente Enrique siguieron ahí en medio del fuego. Grabando sin cortar, a pesar del peligro.
Ellos lograron captar el magnicidio, y su valiente trabajo le dio la vuelta al mundo.
En los últimos 17 años los colombianos han visto esas imágenes miles de veces. Sin embargo, casi nadie sabe que en 36 cuadros de esa grabación -apenas poco más de un segundo- hay claros indicios de la participación de uniformados en el asesinato.
La escena es imperceptible al ojo, si se mira a velocidad normal. Es necesario verla cuadro a cuadro para percatarse de un detalle revelador. En medio de la terrible balacera, un policía con casco y chaleco reflectivo llega corriendo por la parte de atrás de la plaza. Al amparo del desconcierto, se mete bajo la tarima, cuando aún se pueden ver los pies del pistolero, recoge algo (presumiblemente el arma homicida) y desaparece por el lado opuesto, sin que nadie se dé cuenta.
Mientras esto sucede debajo de la tarima, en la parte superior del mismo cuadro se ve al llamado 'hombre de la pancarta', uno de los miembros del grupo asesino, caminando sin ninguna prisa, para mimetizarse entre la asustada multitud.
Aunque las herramientas de la televisión de la época eran muy limitadas, el detalle fue descubierto desde el 21 de agosto de 1989. Horas después del magnicidio, las autoridades judiciales tenían la imagen de al menos dos de los homicidas, así como las del sospechoso uniformado que se movía a sus pies.
Lo que es de por sí notorio en el video queda aun más claro cuando se combina con las fotografías captadas simultáneamente por José Herchel Ruiz. Cuatro de los ocho jueces sin rostro encargados de investigar el crimen vieron durante horas las imágenes y analizaron sus implicaciones.
Ellos concluyeron que era urgente encontrar a ese agente de policía. Sus explicaciones serían determinantes para el rumbo de la investigación. Un rumbo desviado desde el primer momento.
Mientras las imágenes mostraban una cosa, la Policía judicial de la época se empeñaba en comprobar otra. El entonces director de la Dijín, coronel Óscar Peláez Carmona, sostuvo reiteradamente que los asesinos eran cinco hombres, después declarados inocentes, entre ellos Alberto Jubiz Hazbún.
La búsqueda de culpables cómodos pudo más que las evidencias que estaban frente a los ojos de los investigadores. Los verdaderos pistoleros, los del video, fueron asesinados uno a uno. Curiosamente, siempre a manos de la Policía, de ex militares, de ex policías o de hombres vestidos de policía. Uno de ellos confesó, de manera póstuma, que en el crimen participaron militares del B-2, otros uniformados, y miembros comprados de la escolta del candidato.
Nunca fue más cierto aquello de que la justicia es ciega. Las fotografías y el video fueron desestimados como pruebas dentro del caso Galán. Gloria Pachón denunció esto, junto con otras 15 irregularidades que contribuyeron a extraviar para siempre la investigación.
Chucho no arriesgó la vida en vano. Su video es una pieza periodística que ya es parte de la historia. Sin embargo en Colombia _cuando algún poderoso lo dispone_ una palabra vale más que mil imágenes.