LA MADRE DE TODAS LAS FARSAS

Nadie ha visto nunca a un gran narcotraficante detenido en los Estados Unidos, salvo que sea colombiano, hondureño o panameño.

Antonio Caballero
31 de agosto de 1992


A FARSA DE LA FUGA FUE GROTESCA: LA consulta protocolaria al preso ("don Pablo" ¿le molestar+a...?), el viceministro Rambo convertido en rehén, el Consejo de Seguridad reunido en Palacio durante 13 horas (¿de qué hablarían?), la suspensión del viaje presidencial a España, la intervención aerotransportada de las fuerzas especiales cuando ya todo había acabado y Pablo Escobar se había ido, vestido dicen- de señora gorda. Y luego las explicaciones, las recriminaciones, la destitución fulminante de un general y un sargento, la gritería, los ultimatums del preso huido. Que verguenza.
Esa farsa de la fuga de Escobar viene a coronar otra, que fue la farsa de la prisión. El cura García Herreros levitando sobre el mar de Coveñas, Escobar entregándose en helicóptero, escoltado por el gobernador, para instalarse en la cárcel edificada con su propia plata, en su propia finca, y custodiada por sus propios guardianes de confianza, para seguir manejando sus negocios desde su propio teléfono, como siempre, con la única diferencia de que ahora su seguridad era pagada por los contribuyentes. Y la farsa de la cárcel había seguido a la farsa del sometimiento a la justicia: los decretos pactados de reducción de penas, la reforma de la Constitución en beneficio de "los extraditables", la compra de los constituyentes. Otra vez, que verguenza.
Esa farsa, a su vez, era el precio que había que pagar para terminar con la farsa sangrienta que había sido la guerra. Una guerra unilateral, en la que los narcotraficantes sobornaban, secuestraban o asesinaban a quien les daba la gana, jueces, parlamentarios, periodistas, policías, ministros, candidatos presidenciales, pasajeros de avión, comerciantes de Paloquemao, en tanto que del otro lado se limitaban a confiscarles de cuando en cuando una jirafa. Una guerra de mentiras, que los gobiernos declaraban en público al mismo tiempo que pactaban bajo cuerda, y para la que los militares reclamaban y obtenían más recursos a la vez que protegían a los narcos, mientras el sector más idealista o más ingenuo de la sociedad civil se hacía matar por nada y en vano en las esquinas. En 10 años, esa falsa guerra desangró a Colombia y la corrompió de arriba abajo, y no sirvió de nada: los narcotraficantes salieron de ella más ricos y poderosos que nunca, y el negocio de la droga no sólo no disminuyó sino que aumentó vertiginosamente. Miles de muertos, un poder judicial amedrentado o pervertido, un ejército y una policía sobornados, una clase política corrompida, desde la derecha que organiza escuadrones paramilitares con dinero de los narcos hasta la guerrilla que se hace narca ella misma, una economía distorsionada de arriba abajo, desde el precio de la tierra hasta el del dólar. Y Pablo Escobar citó al padre Garcia Herreros- "con una barba espléndida".
Pero esa farsa sangrienta y corruptora de la guerra perdida de antemano era una farsa, y era inevitablemente sangrienta y corruptora, porque venía directamente de la más grande e hipócrita de todas, de esa "madre de todas las farsas" que es la llamada "cruzada universal contra la droga" que predica el gobierno de los Estados Unidos con la complicidad interesada o estupida de todos los gobiernos del mundo, en particular los de los países ricos: los que consumen droga y a la vez la prohiben, generando de ese modo las dos patas del negocio: la demanda y el precio.
Los países ricos no están en guerra contra la droga: se limitan a declararla ilegal, garantizando con ello las ganancias y en consecuencia el poderío de las mafias, a las que, por otra parte, tampoco combaten: nadie ha visto nunca a un gran narcotraficante detenido en los Estados Unidos, salvo que sea colombiano, hondureño o panameño; nunca ha sido asesinado en los Estados Unidos ningún juez, ningún jefe de policía, ningún candidato presidencial, ningún director de periódico, por enfrentarse al poder de los mafiosos; y tampoco se ha visto nunca a ningún alto funcionario norteamericano en las aduanas, de los puertos, del poder judicial juzgado por soborno. Y sin embargo los Estados Unidos son el principal mercado de droga del planeta.
Por colaborar con esa gigantesca farsa organizada por el gobierno de Estados Unidos para su propia conveniencia, y a costa de la destrucción de Colombia, el gobierno del presidente Gaviria (y sus predecesores) es hoy el blanco de la mofa del mundo, y de la verguenza de los colombianos. Paga como se merece: con esa moneda de farsa que se llama "la imágen".

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