OPINIÓN

La proliferación de espolones en el Caribe

La desaforada construcción de estas barreras de piedra ha servido más para satisfacer la contratitis que para contener el mar.

Semana
9 de junio de 2009

El avance del mar sobre la línea de costa ha generado una extendida preocupación sobre los efectos del cambio climático en los litorales colombianos. Existe una palpable inquietud entre los habitantes de las zonas costeras sobre las medidas apropiadas para afrontar estos fenómenos. Centros de investigación como Invemar han advertido que otros factores naturales y antrópicos están incidiendo en la creciente erosión de nuestras costas. La extracción incesante de arena y piedras de las playas, las afectaciones sobre las cuencas y el aumento de los sedimentos que llevan los ríos y la tala de manglares son solo tres de esos factores que no se derivan directamente del cambio climático.

Medidas como la construcción apresurada de barreras de piedras para contener el mar, llamadas espolones, pueden generar efectos ambientales y sociales indeseados sobre el paisaje, la propia línea costera, la vegetación marina y las actividades económicas de los habitantes del litoral sin dar solución al problema que se pretende remediar. Según informaciones de prensa tan solo en el Golfo de Morrosquillo se encuentran cerca de 150 espolones la mayor parte de ellos construidos sin los requerimientos técnicos ni los estudios necesarios.
 

El caso de Riohacha puede ser un invaluable ejemplo de lo que no debemos hacer para enfrentar lo que se ha llamado el desmoronamiento de las costas colombianas. Ante una acción popular promovida por habitantes de barrios de la ciudad afectados por el avance del mar, un tribunal ordenó al municipio tomar medidas para frenar el deterioro de la línea costera, La administración departamental anterior y varios caballeros de industria vieron en esta disposición una oportunidad para hacer una gigantesca contratación. La cercanía del proceso electoral pudo haber incidido tanto en la agilización de la contratación, que tuvo un costo aproximado a los 25 mil millones de pesos, como en la omisión de la opinión ciudadana y de componentes centrales del Estudio de Impacto Ambiental.
 
Como resultado se construyeron varios mega-espolones de 155 metros de longitud sobre el otrora plácido Caribe riohachero. Estos se levantaron en la Avenida Primera concurrida por pescadores caminantes y turistas, en donde no era grave el problema erosivo, y no en los barrios afectados. No se hizo un vertido de arena para la regeneración de las playas abrigadas por estas obras, para lo que se necesita un volumen total de 130.000 M3 de arena. Los desmesurados muñones de mas de tres metros de altura desplazaron los idílicos atardeceres de la ciudad, afectaron al muelle turístico y actuaron como eficaces trampas de algas marinas que hoy se pudren por toneladas en las playas expeliendo olores nauseabundos en una zona turística y residencial. Esta omisión le cuesta a la ciudad un millón ochocientos mil pesos diarios empleados en la contratación de maquinaria para la remoción de las algas. La impúdica respuesta de las empresas y políticos beneficiados con las contrataciones es que hay que construir más espolones para mitigar estos efectos.

En los estudios no se consideraron ni la historicidad de los movimientos del oleaje ni los avances y retrocesos de la línea costera en un período de tiempo razonable sobre una ciudad que dispone de información histórica y cartografía desde el siglo XVI hasta hoy.
 
Tampoco se conoce de la existencia de un Plan de Manejo Ambiental. La Asociación de Profesionales de La Guajira, que laboriosamente ha promovido el debate sobre el tema, invitó a reconocidos expertos en geología y biología marinas abrió un foro que llevó a preguntarse a la ciudadanía ¿en dónde estaba la autoridad ambiental? ¿ qué piensa el Ministerio del Ambiente al respecto? ¿en dónde están los organismos de control? ¿por qué se quieren construir más espolones para solucionar los problemas creados por estos?

Si bien el problema de la línea de costa continúa en el Caribe colombiano hay un claro consenso entre la ciudadanía indignada: la nueva adicción a los espolones para lo único que ha servido es para seguir erosionando la transparencia en la contratación y el volumen de las finanzas públicas.


 

wilderguerra@gmail.com


*Weildler Guerra Curvelo es profesor de Antropología y Cultura Marítima en la Universidad del Magdalena



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