“Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene el cortejo de los paladines”.
Rubén Darío
Gran parte de mi interés desde adolescente por la música clásica nació con La Sonata a Kreutzer, pero no la pieza musical de Ludwig Van Beethoven sino la novela de León Tolstoi. En todo caso, la una me llevó a la otra.
Tenía yo 14 años y estudiaba interno en el seminario menor de San Pedro Claver en Barrancabermeja, regentado por jesuitas. Los domingos teníamos salida para visitar a la familia, pero en ocasiones prefería no salir. Yo aprovechaba esas tardes –que se estiraban en medio de una soledad que había aprendido a disfrutar- para encerrarme a leer en una biblioteca grande, iluminada y con muy buena ventilación, mientras por los altoparlantes del recinto algún cura con muy buen gusto musical y marcada tendencia hacia el barroco programaba desde la rectoría sus discos de Bach, Telemann, Corelli, Mozart y unos cuantos más.
La Sonata a Kreutzer de Tolstoi tuvo en mí un impacto estremecedor, pues por primera vez supe lo que podía ser el dolor insoportable de una traición amorosa que conduce a la desgracia. En este caso, la tragedia se desencadena cuando su protagonista, Pózdnyshev, se entera del engaño no por lo que ve ni por lo que le cuentan, sino por lo que escucha desde una habitación contigua: el sentimiento arrebatado, impúdico y carnal con el que su esposa y su profesor de música interpretaban la Sonata No. 9 opus 47, “Kreutzer”, del compositor alemán.
A Pózdnyshev le bastó escuchar ese primer movimiento donde el violín se ofrece en un frenesí de éxtasis y el piano lo acoge con la misma intensidad, para comprender sin el menor asomo de duda que en esa interpretación la estaban pasando muy bien, que entre ellos había una pasión cómplice e irrefrenable. El hombre huye de su casa, presa de la angustia, sin saber qué hacer. Es posible que si hubiera esperado a escuchar el segundo movimiento se hubiera serenado, porque este es más contemplativo (andante con variazioni), mientras que el tercero es tuto presto, alegre y exuberante.
Pero no, salió corriendo llevado por la desesperación, y fue entonces cuando se le ocurrió programar un viaje para regresar antes de lo esperado, y el resto ya se conoce: encuentra a su mujer y al violinista juntos, desata su ira contenida y mata a la mujer clavándole un puñal. El violinista escapa. En palabras del protagonista "quise correr tras él, pero estaba en calcetines. No podía correr en esas circunstancias; mi intención era parecer furioso, no ridículo."
La honda impresión que me produjo ese relato me llevó años después a buscar la sonata del músico, que en el seminario no tenían, supongo que por pecaminosa. Averigüé, eso sí, y pude encontrar una relativa coincidencia con la del escritor ruso: Beethoven la dedicó al violinista polaco George Bridgetower, quien la ejecutó a su lado el día del estreno. Sin embargo, después del concierto y al calor de unas copas Bridgetower hizo algunos comentarios insultantes sobre una amiga de Beethoven.
Este, furioso, lo eliminó de la dedicatoria, cambiándolo por Rodolphe Kreutzer, el mejor violinista en ese entonces. O sea que una mujer tuvo que ver también con el nombre de esa pieza. Irónicamente, Kreutzer jamás la ejecutó, ya que la consideraba imposible de tocar, mientras que un violinista sí pudo tocar a la mujer de Pózdnyshev, en quien se siente el hálito autobiográfico de Tolstoi mediante la exposición de sus ideas religiosas sobre el matrimonio y la fidelidad.
Pero todo este prolegómeno es para hablar de un descubrimiento reciente: buscando en Youtube algo que me inspirara para escribir una columna analítica sobre las elecciones legislativas que acaban de pasar, me topé de frente con la Sonata Kreutzer de Beethoven interpretada por la violinista Anne Sophie Mutter y el pianista Lambert Orkis Zohari, y grité ¡Eureka!, porque es la versión de esta pareja la que mejor parece recoger ese sentimiento de lujurioso entendimiento o coquetería descarada entre el violín y el piano que describió Tolstoi en su novela.
Así que decidí cambiar de tema e invitar al amigo lector a que escuche al menos el primer movimiento y saque su propia conclusión, mientras se me pasan la depresión y la angustia por unos resultados electorales que pregonan con claros clarines el ominoso regreso de la fiera sarda a una arena política donde “la espada se anuncia con vivo reflejo”.
(Iba a mencionar que la fiera personifica al hombre herido en su amor propio que regresa a cobrar venganza por la traición que le propinaron, pero dirán que eso ya es hilar muy delgado…).