OPINIÓN
Las noticias falsas y el pastorcito mentiroso
Las 'fake news' no surgieron con el invento de las redes sociales. Las 'fake news' las inició un chico en la Europa medieval cuando gritó: “¡Ahí viene el lobo!” Y detrás de él no había nada.
Fue el novelista y semiólogo italiano Umberto Eco quien aseguró en una oportunidad que las redes sociales habían legitimado la voz de una horda de idiotas que antes solo hablaba en los bares mientras tomaba un vaso de whisky. Y hace más de diez años el escritor Óscar Collazos aseguró en su columna de El Tiempo que la democratización del computador no solucionó los problemas ortográficos de los estudiantes, sino que los profundizó.
Dudo que Eco estuviera en contra de la democratización de la voz de aquello que solo se limitan a escuchar las verdades oficiales, o que Collazos se opusiera a la democratización del computador por profundizar los problemas de redacción en estudiantes y profesionales mal formados. Ni las redes sociales son solo, en todo caso, un conjunto de individuos idiotizados e ignorantes, ni los computadores tienen la capacidad de enseñarle ortografía a una generación de jóvenes –y profesionales- que no lee y pasa largas horas del día con los ojos fijos en la pantalla del celular. Dudo, así mismo, que las redes sociales hayan sido el motor que le dio vida a eso que en los nuevos estudios de la comunicación se ha denominado posverdad.
Siempre se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras, pero esa afirmación es solo una verdad a medias. Aun si la imagen no fuera manipulada, solo podría mostrarnos una parte de la realidad que registra. Y esa realidad aparece casi siempre filtrada por los elementos ideológicos de quien observa. En la introducción a su libro Outside (1984), Marguerite Duras afirma lo siguiente: “La información objetiva es una añagaza total. Es una mentira. No existe el periodismo objetivo. (…) Yo me he liberado de muchos prejuicios, entre ellos este que a mi juicio es el principal: creer en la objetividad posible del relato de un acontecimiento”.
Cuando Duras escribió esto, las redes sociales no estaban siquiera en la mente de sus creadores y los computadores eran apenas unas máquinas incipientes que carecían de todos esos elementos que hoy nos permiten, con la ayuda de un navegador, tener a la mano una cantidad infinita de información sobre los hechos del mundo. La verdad de los acontecimientos era elaborada entonces desde una sala de redacción, equipada mayoritariamente con unas pesadas máquinas de escribir. Y manipular una imagen era un trabajo exclusivo de los artistas de la fotografía. Hoy, no. La verdad pareciera estar en todas partes, o, por lo menos, una parte de esta.
Donald Trump, el presidente con los niveles de popularidad más bajos en su primer año de gobierno de los últimos cinco que han pasado por la Casa Blanca, ha expresado en distintos momentos y de forma diversa que los medios de comunicación de su país minimizan sus logros y magnifican sus errores. La verdad es que el magnate nunca ha dicho errores, pero en el trasfondo de sus mensajes se entiende que el antónimo de logros son los desaciertos. Sin embargo, para él, los desaciertos vienen de los medios que son incapaces de ver el buen camino por el que conduce a los Estados Unidos. Los medios mienten, crean noticias falsas sobre él, ha reiterado en varias oportunidades desde su cuenta de Twitter. Y aunque tiene una desfavorabilidad enorme entre los más 300 millones de habitantes con los que cuenta su país, hay por lo menos un 40 por ciento de los opinadores de las redes que cree que el periodismo se ha ensañado contra el presidente.
Dudo que los grandes medios de comunicación de los Estados Unidos basen su información periodística en meras especulaciones de pasillo, pero Trump que no es periodista ni tampoco político lo cree así. Los medios cargan sus hombros una enorme responsabilidad social que va más allá de informar, pero no hay que dudar tampoco de que en toda buena familia nace una oveja negra. Cuando se escribe para un periódico o una revista, la veracidad de la información es tan importante como la impecabilidad de la redacción. No pasa lo mismo con las redes sociales. Cuando Eco hace referencia a las hordas de idiotas a las que las redes les han dado voz, no hay duda de que estaba pensando, entre otras cosas, en el mal uso del lenguaje y en la verificación de la información que se suministra. La base de la opinión son los argumentos que, en la construcción de una casa, se traducen en las vigas que sostienen el techo. En las redes sociales, por el contrario, se asesina a la gente sin dar razones. El techo se construye en el aire, como en la canción de Escalona, y a la mujer más sensata y transparente la convierten, de la noche a la mañana, en una puta.
La desinformación que vive hoy el país en todos sus aspectos no es culpa de las redes sociales, así como en la muerte de un transeúnte al ser atropellado por un carro no se podría culpar a la máquina. Gracias a estas recibimos información que antes ni siquiera registraban los medios tradicionales. Gracias a estas conocemos los hechos antes de que lleguen a la sala de redacción del periódico o al set del noticiero. Las fake news no surgieron con el invento de las redes sociales. Las fake news, se afirma, las inició un chico en la Europa medieval cuando gritó: “¡Ahí viene el lobo!” Y detrás de él no había nada. Pero fueron reivindicadas siglos después por un señor llamado Daniel Defoe cuando publicó una falsa crónica titulada Las aventuras de Robinson Crusoe, un marinero de York, que se convirtió en un éxito editorial.
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*Magíster en comunicación.