OPINIÓN

El asesinato de Yuliana, fermento del resentimiento social

Un castigo pronto y ejemplar y la promoción de la censura social a la prepotencia, al machismo, al abuso de quienes ostentan dinero son más eficaces que la palabrería sobre cadena perpetua o castración que se desata para esconder el rabo de paja de la sociedad.

León Valencia, León Valencia
10 de diciembre de 2016

¡Ojo! Actitudes como las que vivimos en la violación, la tortura y el asesinato de la niña Yuliana Samboní son el fermento de críticas incontrolables a las elites y de graves confrontaciones sociales. Son también un pésimo ejemplo para toda la sociedad. Un hombre de apellidos sonoros, educado en los principales centros educativos del país, perteneciente a un exclusivo círculo de Bogotá, a plena luz del día comete un crimen horrendo y desata una insospechada ola de indignación.

Como lo demostraron las primeras investigaciones, las acciones de Rafael Uribe Noguera no fueron locuras del momento, arrebatos, impulsos incontrolables en medio de un delirio, fueron actos calculados. Tampoco tuvieron este signo las labores de encubrimiento realizadas por su familia y el silencio sobre el nombre del agresor que en principio guardaron algunos importantes medios de comunicación.

La gente vio en no menos de tres oportunidades a Uribe en el barrio intentando raptar a Yuliana, y ahora se sabe que la dosis de cocaína y la ingesta de licor fueron después de la vejación y muerte de la menor, para prefigurar una enajenación que atenuara su atroz comportamiento. Buscaba una niña pobre, marginal, indefensa, sin voz, con la esperanza de que nadie reclamara por ella, con la seguridad de que podía perpetrar el crimen y nadie se atrevería a tocarlo, quizás, amparado en experiencias anteriores donde sus actos quedaron en la oscuridad.

Los hermanos del homicida engañaron a la Policía y por largas horas ocultaron el sitio donde se habían dado los hechos. Durante ese tiempo intentaron con una frialdad estremecedora tapar el crimen y organizar una coartada que salvara de la cárcel a su familiar. Alcanzaron a internarlo en una clínica y empezaron a forjar la leyenda de los trastornos mentales, de la intoxicación, de la enfermedad. Quizás otras veces, frente a otros abusos, habían hecho cosas parecidas.

Algunos medios de comunicación daban vueltas alrededor de las contundentes informaciones que salían de la acuciosa patrulla policial, y obviaban mencionar el nombre del sospechoso y de la familia en un extraño silencio. Aún en las emisiones centrales del lunes, cuando ya la familia Uribe había aceptado su responsabilidad, mantenían esta actitud.
No es la primera vez que esto ocurre. Con algunas excepciones, cada vez que están involucrados en delitos personas de familias ricas e influyentes hay consideraciones especiales, atenciones, tendencia a disculpar sus acciones. Muy pronto los más hábiles abogados del país están a su disposición y los procesos judiciales se traban, se aplazan, se prolongan y pocas veces terminan en condenas.

Antes estas cosas pasaban desapercibidas, eran algo natural, algo normal, privilegios de ‘personas de bien’ que la gente aceptaba con resignación, pero en los últimos tiempos la sociedad civil ha empezado a reaccionar. Fue lo que ocurrió este lunes cuando medios como Las2orillas, SEMANA y otros saltaron el canon y rápidamente le pusieron nombre y rostro a la noticia, las redes sociales se colgaron de allí y organizaciones de mujeres y personas adoloridas por la infamia se fueron a las puertas de la clínica a deshacer las mentiras y a invocar justicia.

Esos gritos desesperados, esa rabia, esa pretensión de hacer justicia con la propia mano rompiendo las puertas de la clínica para buscar al responsable y golpearlo y agredirlo, ese llamado angustioso para que se lo llevaran a la cárcel y empezara su camino hacia un tribunal, estaban diciendo una cosa, una sola cosa: falta de confianza en la justicia, graves sospechas de que el asesino podía escapar a la acción penal utilizando sus influencias.

También se presentan descuidos, negligencias, impunidad en la persecusión a delitos parecidos en los estratos bajos de la población, pero las circunstancias de los agresores son distintas, la cobertura familiar y social es débil, los recursos para la defensa son precarios, la celeridad para llegar a calificativos tales como ‘el monstruo del barrio tal’ es asombrosa.

Se le reprocha con frecuencia a la izquierda que aliente y promueva la lucha de clases, se le dice que eso es cosa del pasado, que la sociedad marcha hacia una mayor equidad en todos los campos. Algo de cierto hay en estas admoniciones, no obstante, casos como el de Rafael Uribe Noguera y las actitudes que generó tienen un gran potencial para activar los reclamos, los resentimientos y las luchas sociales.

Un castigo pronto y ejemplar en este caso específico y la promoción de la censura social a la prepotencia, al machismo, al abuso de quienes ostentan dinero y privilegios son más eficaces que la palabrería sobre cadena perpetua, castración y nuevas leyes, que se desata cada vez que se presentan estas tragedias para esconder el rabo de paja de quienes tienen el timón de la sociedad.

Nota. En medio de la avalancha de información y discursos sobre los hechos se ha olvidado reconocer y felicitar la eficaz labor de los policías que descubrieron al asesino. 

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