OPINIÓN

Cada vez que voy a Berlín

La dirección del ELN, que había percibido las señales de cambio en la Unión Soviética con la llegada de Gorbachov, que en las discusiones internas reconocía la crisis irreparable del mundo comunista, no tuvo la audacia y el arrojo para hacer el viraje hacia la paz.

León Valencia, León Valencia
8 de noviembre de 2014

Cada vez que voy a Berlín dedico una tarde entera a visitar el Muro. La última vez fue en el verano de 2013. Había tenido que salir de Colombia porque el director de la Unidad Nacional de Protección, Andrés Villamizar, descubrió que había un plan para atentar contra mi vida y las de Ariel Ávila, Claudia López y Gonzalo Guillén en Bogotá. El grupo que haría el atentado venía de La Guajira.

Estuve cerca de dos meses deambulando por Europa a la espera de que las autoridades pudieran identificar a quienes promovían el atentado y contener las acciones.

A principios de junio llegué a Berlín y fui a cumplir con el ritual. Me planté ante la imagen en la que Brézhnev la da un beso apasionado a Honecker. Después recorrí los 1.326 metros de ese fragmento del Muro conocido como East Side Galley. Otra vez vi uno por uno los 103 dibujos que evocan ese momento definitivo de la historia contemporánea. Voy para recordar que gente sin armas, sin derramar una gota de sangre, cambió el mundo. Voy para hacer memoria de lo que viví en el interior del ELN en los días en que cayó el Muro. Voy para no olvidar que la guerrilla colombiana perdió una oportunidad de oro para cambiar su historia. Recorro con indecible pesadumbre los bordes del Muro.

La caída del Muro corrió pareja con el segundo congreso del ELN. La dirección de esta guerrilla que había percibido las señales de cambio en la Unión Soviética con la llegada de Gorbachov, que en las discusiones internas reconocía la crisis irreparable del mundo comunista, no tuvo la audacia y el arrojo para hacer el viraje en ese evento, no fue capaz de dar el paso hacia la paz, no se aventuró a buscar nuevas ideas para continuar por la vía democrática y la lucha por los valores de dignidad, de justicia y de equidad que había anunciado el padre Camilo Torres Restrepo en los años sesenta.

No faltaron luces para advertir lo que vendría después. El cura Manuel Pérez Martínez, comandante general, y los demás miembros del comando central, entendían que el mundo estaba cambiando de manera radical. Eso fue lo que me animó a presentar una propuesta de paz en los días previos al congreso. Me dijeron que había muchas cosas razonables en el documento, pero me advirtieron que los militantes y combatientes del ELN no estaban preparados para asumir este reto.

Insistí en presentar esta discusión a la dirección nacional en pleno y al congreso. Me permitieron hacerlo a pesar de que el reglamento impedía que saliera al debate interno una posición que no tuviera consenso en el comando central. La discusión fue apasionada e interesante, pero al final primó la posición de Manuel Pérez. De 102 delegados solo 32 votaron a favor de acompañar los esfuerzos de negociación y paz que ya estaban adelantando el M-19 y otras guerrillas. El ELN prefirió continuar en la acción armada al lado de las Farc. Así empezó mi salida de la guerrilla. Fueron momentos de soledad infinita. Momentos en los que se derrumbaron los sueños puros de mi juventud. Pero también fueron momentos de liberación espiritual. Ojalá las Farc y el ELN no pierdan la nueva oportunidad que tienen de negociar la paz.

Nota: En 1996 apoyé a 12 compañeros de reinserción que querían obtener y trabajar una tierra en el suroeste de Antioquia. El acuerdo de paz decía que podíamos apelar al cumplimiento de la Ley 160 de tierras. Así lo hicimos. Constituimos la Sociedad Agropecuaria Horizontes Limitada y buscamos un crédito con la Caja Agraria para desarrollar el proyecto productivo. En enero de 2000 un grupo de militares del Batallón Juan del Corral secuestró y asesinó a José Evelio Gallo y a Uberney Giraldo. Los desplazaron a todos. Dos familias se fueron al exilio. En 2006 recuperaron la finca, pero los atacaron de nuevo y los desplazaron. Ha sido una gran infamia. Los militares fueron condenados y diez de las familias demandaron por daños morales al Estado. En audiencia de conciliación obtuvieron una compensación. Ahora cursa una demanda colectiva por daños económicos y otra de restitución del predio. Desde el principio he puesto mi nombre para apoyarles, pero no recibí un solo peso de la finca cuando la estaban explotando, ni utilicé mi derecho a demandar por daños y perjuicios. No recibiré un solo peso si al final ganamos las nuevas y justas demandas. Pero ahora la Unidad de Restitución de Tierras a través de Juan Diego Restrepo, columnista de Semana.com y editor de Verdad Abierta, quiere callar mis críticas bien documentadas a la aplicación de la Ley de Restitución acudiendo a la mentira. No me callarán. No cederé ante su nueva infamia

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