OPINIÓN

El Nobel de Paz y la solución de la crisis

Las diferencias son tan profundas que es muy aventurado predecir una salida tranquila y concertada de la crisis.

León Valencia, León Valencia
8 de octubre de 2016

Cuatro hechos de esta semana han dejado la sensación de que la renegociación de la paz y la superación de la aguda crisis política después del triunfo del No en el plebiscito va a resultar relativamente fácil: le conceden el Nobel de Paz al presidente Santos; los participantes de las reuniones del miércoles en el Palacio de Nariño salieron hablando bien de este primer acercamiento, Pastrana alcanzó a decir que el plebiscito había unido al país, y Uribe y sus acompañantes utilizaron un tono conciliador para referirse a la actitud de Santos; a su vez las Farc insistieron, una y otra vez, en que no volverían a la guerra; entre tanto, se realizaron multitudinarias manifestaciones en todo el país para pedir que continúe el proceso de paz.

Pero las diferencias son tan profundas y el efecto de la votación del No en el entramado institucional y político es tan limitado y precario que es muy aventurado predecir una solución tranquila y concertada de la crisis. Lo único seguro es que la superación del grave impase vendrá pronto, porque el presidente Santos ha fijado el 31 de octubre para dar por terminado el cese al fuego y a las hostilidades con las Farc.

Se engañan quienes creen que las únicas o principales objeciones al acuerdo de paz son la exoneración de cárcel para las Farc y su habilitación para participar en la política. Esos fueron los temas que escogieron los uribistas para promover la indignación de la gente. Pero su distancia va mucho más allá y se puede ver con entera claridad en las 68 críticas a los acuerdos que publicó Uribe en octubre de 2014, cuando aún faltaba un largo trecho de la negociación. Algo más: la confrontación con Santos no se ha limitado al acuerdo de paz, abarca los principales temas de gobierno.

Puntos centrales de las diferencias: la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras; la apertura democrática; el reconocimiento de los derechos a las minorías étnicas y sexuales y la consiguiente transformación de la familia; la perspectiva de modernizar el campo colombiano con medidas a favor de los campesinos pobres y medios; un nuevo enfoque para el tratamiento de los cultivos ilícitos y el tráfico de drogas; la creación de un Tribunal Especial de Paz y el propósito de llevar a la justicia transicional a todos los que en medio del conflicto hubiesen incurrido en graves violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario, incluidos empresarios, líderes políticos y agentes del Estado.

El triunfo del uribismo le quitó a Santos la posibilidad de implementar los acuerdos por la vía extraordinaria y rápida definida en el Acto Legislativo para la Paz, y lo obligó a abrir un espacio de discusión para explorar la posibilidad de renegociarlos. Es un mandato político. Pero nada más. Las facultades legales y constitucionales ordinarias para ratificar el acuerdo quedan intactas y también la posibilidad de buscar otra vía para la implementación.
En esas condiciones se presentan tres posibles escenarios:

El ideal, llegar a un gran pacto nacional que comprometa al gobierno y a todas las fuerzas políticas y sociales que han apoyado las negociaciones de paz, a las Farc y a los diversos grupos de derecha encabezados por Uribe que han objetado el acuerdo suscrito en Cartagena el 26 de septiembre pasado. Esto implicaría una revisión de la paz firmada y la definición de un mecanismo de refrendación e implementación que bien podría ser una asamblea constitucional. Este escenario depende en gran parte de las Farc, de su disposición a dejar que Uribe y las fuerzas que lo acompañan le metan la mano al acuerdo.

El segundo, que Santos prefiera volver a un pacto político con las elites tradicionales después de fracasar en el intento de renegociar el acuerdo con las Farc de la mano del uribismo. Esto significaría enterrar las propuestas de reforma y reanudar la confrontación armada. Es un escenario que recuerda lo que ocurrió en el Caguán, solo que ahora la iniciativa y la responsabilidad principal de la ruptura recaería en el establecimiento político del país. Es la más triste y dolorosa de las posibilidades.

El tercero, que las conversaciones con las fuerzas de oposición a los acuerdos de paz se desgasten ante la imposibilidad de resolver las diferencias y Santos opte entonces por mantener los compromisos con las Farc y los acuerdos con todas las fuerzas políticas y sociales que han acompañado las negociaciones de La Habana, para buscar una nueva manera de implementar el acuerdo recurriendo al Congreso de la República.

¿Cuál de estos escenarios se configurará? Hay cuatro factores que van a influir mucho en el curso de los acontecimientos. Las Fuerzas Militares, la movilización ciudadana, la comunidad internacional, en especial Estados Unidos, y el ELN.

Si la cúpula de las Fuerzas Armadas y la comunidad internacional mantienen su respaldo sin ambages al presidente Santos, a este le quedará más fácil tomar una decisión en una dirección o en otra. El Premio Nobel es un espaldarazo inesperado para Santos.

Una gran movilización ciudadana en favor del acuerdo de paz suscrito en La Habana puede inclinar la balanza a favor del tercer escenario. Una decisión del ELN de abrir la mesa negociaciones con el gobierno nacional también contribuiría a que se configure este escenario. 

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