OPINIÓN
Las paradojas colombianas
Dije que ahora todo dependía de que las fuerzas militares y la policía mantuvieran su fidelidad a Santos, la comunidad internacional su apoyo y las movilizaciones populares su presencia
Estaba invitado primero a Washington y luego a Madrid, a partir del martes 4 de octubre, para hablar del posconflicto que arrancaba con la firma y la refrendación del acuerdo; y de repente ocurre que gana el No en el plebiscito y quienes me invitaban, agentes del gobierno, del Congreso, de los empresarios y de las organizaciones no gubernamentales, deciden mantener las reuniones y cambiar el libreto, para buscar una explicación de la derrota del Sí y aventurar un futuro inmediato de la paz. En medio del desconcierto se me ocurrió presentar la situación del país como un cúmulo de paradojas.
Una guerrilla marxista, radical, ortodoxa firma un acuerdo de paz que, por su contenido y sus alcances, apunta a la modernización capitalista del campo y a un proceso de apertura política y validación del Estado de derecho. Con ese acuerdo desata la furia de un expresidente –que le apostó al triunfo militar sobre la insurgencia– y de una amalgama de latifundistas, empresarios y fuerzas conservadoras de todos los estamentos sociales y religiosos que se resisten con uñas y dientes al cambio.
La periferia del país que ha vivido la guerra, ese mundo campesino, indígena y negro, que ha sufrido la violencia, vota mayoritariamente a favor de los acuerdos y le apuesta a la modernización y a la democratización, cuando la teoría política dice que es en el centro y en el mundo urbano donde se desatan los procesos de renovación y reforma, mientras que en el campo y en las fronteras resisten a la marcha de la historia.
Una coalición ampliamente mayoritaria, que va desde la derecha a la extrema izquierda –con figuras tan contradictorias como Santos, Vargas Lleras, Timochenko, Claudia López, Iván Cepeda, Piedad Córdoba, Clara López, Jorge Enrique Robledo, Sergio Fajardo, los Ñoños, entre otros– y tiene el 80 por ciento del Congreso, la supremacía en todas las cortes y el control del 95 por ciento de las gobernaciones y las alcaldías, pierde el plebiscito con el Centro Democrático y sus aliados conservadores que tienen 39 de 263 parlamentarios, 56 de 1.103 alcaldías y una gobernación de 32.
Una Iglesia que tuvo en sus huestes a Camilo Torres, el cura guerrillero, que marcó una época del mundo católico en América Latina, una Iglesia que alguna vez tuvo una influyente comisión de reconciliación, se puso por fuera del proceso de paz, habló de neutralidad en el plebiscito, contrarió al papa Francisco y alentó que una mayoría de sus prelados y sacerdotes se comprometiera con el No a los acuerdos de La Habana.
Una guerra que, por un largo rato, le dio la espalda a los cambios del mundo, a la caída del muro de Berlín, al avance de la agenda de derechos humanos, a la solución negociada de los conflictos, hoy, en su solución concertada, está atrayendo la atención de los organismos internacionales y de las principales potencias, hoy está insertando a Colombia en la conversación global.
Unas víctimas que en Bojayá, en Cauca, en Urabá, en el Valle perdonan y le votan al Sí en el plebiscito y un mundo urbano lejano que a nombre de las víctimas vota No.
Una cúpula militar que en algunas ocasiones fue pieza clave en la frustración de las negociaciones de paz, que abrigó sectores claramente comprometidos con fuerzas ilegales y que ahora protege la negociación con las Farc y ha decidido meterse en la justicia transicional contrariando a unos políticos que quieren alegar su inocencia y les proponen un engañoso alivio judicial.
Un presidente que recibe el Premio Nobel de Paz cuando acababa de perder el plebiscito y no tenía una ruta cierta para culminar el proceso y sellar la reconciliación.
Un país, Cuba, que alentó el alzamiento armado a lo largo de tres décadas, se convierte en generoso anfitrión de la negociación y en mediador clave para salir de la guerra.
Una vieja guardia paramilitar que le sirvió de instrumento a las elites políticas para desafiar la legalidad, masacrar a miles y miles de campesinos, obstruir la democratización que ordenó la Constituyente del 91 y golpear con insistencia las negociaciones de paz de Andrés Pastrana se pronuncia desde las cárceles de Estados Unidos a favor de los acuerdos de La Habana.
Un plebiscito que debía prefigurar las elecciones de 2018 lo que hace es adelantarlas, mostrándoles a las Farc y, quizás al ELN, que no hay solución jurídica definitiva, que es el juego político el que determina la estabilidad de los acuerdos, y por eso, en función del futuro, es preciso ahora mantener el proceso, preservar alianzas y ganar la opinión pública para darle de verdad continuidad a la paz y a la reconciliación.
Después de exponer estas paradojas me preguntaron por el desenlace, y yo, de optimista, les dije que se resolvería en favor de la culminación de la guerra y Santos acogería el camino de ratificar el acuerdo con las Farc con algunos cambios y ajustes, buscar la paz con el ELN y mantener la variopinta coalición política; que eso le implicaría alejarse aún más de Uribe y someterse a un duro cuestionamiento de la oposición de derechas. Les dije que ahora todo dependía de que la Fuerzas Militares y de Policía mantuvieran su fidelidad a Santos, la comunidad internacional su apoyo y las movilizaciones ciudadanas su persistencia.